dimecres, 25 d’agost del 2021

Ladrones de manzanas

Querida M.,

De todos los viajes que hacía con mi padre el mejor era cuando íbamos a la fábrica del KAS. Llevábamos botellas vacías para el envasado y, mientras esperábamos que nos descargaran, teníamos una neverita de la que podíamos coger todos los refrescos que quisiéramos. Por entonces, era la marca más consumida en Euskadi (supongo que por todo el norte) y había patrocinado muchos años un equipo ciclista de cierto éxito. Aunque nunca fui de refrescos, acababan de sacar un nuevo sabor, el KAS de manzana, que me gustaba mucho y no podía beber a menudo. Así, algunas veces, salía de aquella fábrica con un horrible dolor de garganta que me impedía seguir bebiendo. Curiosamente a mi padre lo que más le gustaba era el agua que usaban para hacer las bebidas, decía que era extraordinaria; nunca lo comprobé. A pesar de las campañas publicitarias no me parece que el KAS de manzana tuviera un gran éxito, se daba un aire a la sidra con gas pero sin alcohol. Merecía más.

A la sidra gasificada nosotros la llamábamos sidra achampañada, no sé si es una denominación oficial. Ahora hay refrescos sin alcohol que se usan para que los niños brinden en las fiestas simulando el cava (para nosotros, de niños, champán, en copa ancha, y semiseco), pero entonces bebíamos sidra achampañada de ésa, con la graduación de una cerveza muy floja. La más famosa era El Gaitero, pero nosotros bebíamos la Jai Alai, que la hacían en sidras EVA, otra fábrica a la que íbamos a menudo. Aunque soy muy aficionado a la sidra natural, nunca perdí la gracia de beber sidra con gas, sobre todo en verano.

El año de universidad que compartí piso con Tomasz, un profesor de matemáticas polaco, le hice dos grandes descubrimientos culinarios: los donuts y la sidra con gas. Él había aprendido castellano en Méjico y no soportaba verme comer donuts porque decía que los de Méjico eran muy aceitosos y pensaba que los de aquí eran iguales. Hasta que un día los probó (antes de que los envasaran al vacío) y descubrió fascinado su mágico sabor. En el supermercado DIA al que íbamos juntos a comprar, nos dimos cuenta de que la marca blanca de sidra era la misma que la Jai Alai. Compré una botella y le gustó tanto que decidimos instaurar la costumbre de comer juntos todos los sábados bebiendo un par de botellitas de sidra DIA a precio más que asequible. Los fines de semana nos quedábamos solos porque el resto de estudiantes volvían a sus casas, acabábamos de comer y, algo piripi, Tomasz decía que se iba a echar una “migdiadita”, perfecta mezcla del diminutivo mejicano y su recién adquirido léxico catalán.

Como la familia no me acompaña, he tenido que mantener en soledad la tradición de beber una botella de sidra achampañada algunos fines de semana, no soy muy exigente, me sirve cualquiera. Hace unos meses, intentando comprarla, descubrí una nueva marca que se vendía en botellines de envasado la mar de atractivo: Ladrón de manzanas. No decía sidra en el etiquetado, lo ponía en inglés, Cider, pensé “habrá que probarla”… Hasta que vi el precio, era carísima, como una cerveza de alto standing. Busqué la sidra habitual y no la encontré. Desde entonces, desaparecieron en todos los supermercados las sidras con gas, sustituidas por esos ladrones de manzanas a precio de oro. Salvo Mercadona, que continuaba vendiendo su marca blanca en botellines, me empezó a resultar imposible encontrar otra sidra que no fuera la marca que no tardé en saber que pertenecía a Heineken y era igual de vulgar que su cerveza.

Después de dos años dando la matraca con anuncios de “Ladrón de manzanas” no sé cómo les va, si venden mucho o qué. Sólo sé que las cosas han vuelto a la normalidad y ya puedo comprar  en casi todas partes sidra achampañada de marcas dispares. Hace unos días piqué y compré dos distintas, aparte de la de marca blanca (elaborada en Asturias) al precio baratito habitual, me llevé una sidra gallega que garantizaba elaboración y manzanas ecológicas, y costaba el doble, claro. Metí ésta primero en la nevera por el ansia de probarla y, mecachis, me costó acabarla. Entre multinacionales y artesanales le acaban a uno con las ganas de vivir.

Un beso.

R.

dissabte, 17 d’abril del 2021

Y 100: bandolerismo

 


Querida M.,

Esta historia es la número 100 de un blog moribundo. Empezó bien, con cuentos, personajes olvidados, recuerdos y música. Pero entró la política, lo invadió todo con su miseria y la cosa se fue espesando hasta el bloqueo total del virus. Últimamente he llegado arrastrándome a la entrada 99 y pensando que, por algún lado, estará mi yo bloqueado y aún me quedará alguna historia que contar. Algún relato épico que merezca la efeméride, alejado de toda la basura existencial que detuvo primero mis alrededores y ahora el mundo. Y así, viendo una de las enésimas series que me mantienen atado al sofá recordé la historia que viene a continuación. Es una serie sobre bandoleros andaluces que mejor no mencionar por mala, pero que ha traído hasta aquí viejos fantasmas familiares:

 

El año 1946 el niño de doce años José Lora fue secuestrado por la banda de Diego el de la Justa, bandolero de Teba, en la provincia de Málaga. La banda la componían otros dos hombres de la misma localidad, apodados El Tobalo y El Chanca, y otros tres más de Cuevas del Becerro, un pueblo vecino, El Tormenta, El Moreno y El Recluta. En aquel secuestro participó también el Rubio Brescia, de Alhaurín el Grande, que por aquella época había abandonado al grupo de los Mandamás y había comenzado a operar por la zona.

La guerrilla antifranquista más importante de la provincia de Málaga fue el Sexto Batallón Guerrillero, dirigido al principio por Ramón Vías y, tras su brutal detención, tortura y muerte, por José Muñoz Lozano, El Roberto. Ambos jefes tuvieron dos cosas en común: su deseo por incorporar al batallón a Diego el de la Justa y al Rubio Brescia y su fracaso en esa empresa. Pero tuvieron una importante diferencia, mientras Ramón Vías permaneció impertérrito ante la tortura hasta morir, El Roberto, nada más ser detenido fue un cooperante activo de la Guardia Civil y responsable de cientos de detenciones y muertes.

Diego el de la Justa tenía un poso ideológico republicano que podría haberlo convertido en un guerrillero antifascista. Quizá. Pero podía el viejo rencor y la necesidad de sobrevivir, Diego no se echó a la Sierra por ideología, sino tras asesinar a un cacique local llamado Pablo Ramos que le había quitado las tierras. Nunca aceptó integrarse en ningún batallón o grupúsculo fuera comunista o libertario porque habían pasado los años y sus intereses ya eran otros, convirtiéndose entonces en un nuevo y mítico bandolero de la Serranía de Ronda. De sus tiempos de jornalero conservaba una extraordinaria sabiduría: de la geografía del entorno y de cuanto se cocía en los cortijos más importantes de la provincia.

El secuestro de José Lora duró nueve días. El tiempo que tardó su padre en entregar las cien mil pesetas que le habían pedido para que se lo devolvieran. José Lora era hijo del propietario de un pequeño cortijo de Teba, uno más entre los muchos que fueron asaltados de una u otra forma por la banda de Diego el de la Justa. Para entregar al niño y recoger el rescate fue enviado el Zaragata, otro bandolero que se había echado a la sierra al enterarse de que habían detenido a su padre confundiéndole con él. Durante esos nueve días, el encargado de cuidar del niño fue Rafael Bermúdez, El Recluta, el único que se ganó la confianza y el cariño del chaval. Se podría decir que eso le sirvió para que en el juicio el niño hablara en su favor, en la práctica no le sirvió de nada.

Las guerrillas y los bandoleros de origen republicano comenzaron a funcionar en Málaga a principios de los cuarenta y durante los primeros años de los cincuenta habían sido desmanteladas casi por completo. Para ello, la Guardia Civil recurrió a complejos operativos, informadores infiltrados conocidos como los Contrapartidas, delaciones múltiples a base de favores, o torturas y emboscadas varias. Fue así como en 1949 murió tiroteado Diego el de la Justa. El delator fue un pequeño chorizo convertido en informador de la Guardia Civil a cambio de la liberación. La Guardia Civil buscó entre los recovecos de la Sierra de Ortégicar y la ubicación exacta de Diego se la dio el forro de un librito de papel de fumar. Se cuenta que después su cadáver fue paseado en un mulo por Teba como trofeo, entre los insultos, salivazos y empujones de los terratenientes y los falangistas locales, pero con el respeto de los Guardias Civiles que lo habían capturado y reconocían su valor. El capitán que comandaba aquel operativo emigró con el tiempo a Barcelona, regentando un estanco en el Paseo de Gracia. Tras los cigarrillos se escondía el permanente recuerdo de aquella captura. Un mes después detuvieron y ejecutaron al Zaragata.

El Rubio Brescia murió en 1946, tiroteado durante una inspección en una finca de nombre La Granadina. Una denuncia anónima permitió preparar una trampa con la que atrapar al Tobalo y a El Chanca. Usando un antiguo bandolero para atraer su confianza los cercaron matando a El Tobalo. El Chanca logró huir, era su sino, ya antes había huido de la prisión de Antequera (encarcelado como miembro de la República) para unirse a Diego. A El Chanca volvieron a denunciarlo en noviembre de 1949, pero para esa ocasión la Guardia Civil uso a su propia hija como parapeto que los protegiera de sus tiros; El Chanca murió delante de ella sin poder disparar. A El Tormenta y El Moreno les tendieron una emboscada similar. Utilizando al hermano de El Moreno, un Guardia Civil retirado les había prometido la documentación necesaria para huir a Tánger, En el momento de la entrega llovieron los tiros.

Tánger era el destino soñado de la mayoría de los bandoleros o guerrilleros que poblaban la Sierra y veían agotarse sus posibilidades de supervivencia. Uno de los que logró llegar allí fue Juan Rosado, Juan Sintierra, también conocido como “El Socialista”, bandolero que cubrió todo el cupo de posibilidades, fue informador de la Guardia Civil, la presión social lo envió a la Sierra y acabó exiliado en Tánger. Otro de los que llegó a Tánger fue El Recluta, el miembro de la banda de Diego el de la Justa que nos queda. El Recluta logró salir vivo de la misma emboscada en que murió el Rubio Brescia, de hecho, el Rubio también sobrevivió. Tras matar a los tres Guardias Civiles de la emboscada el Rubio decidió regresar a recuperar las armas y fue así como descubrió que aún quedaba algún Guardia civil por matar.

Como se ha visto, la presión de la Guardia Civil y los falangistas locales sobre las familias, los amigos o los vecinos de los bandoleros era asfixiante. Nunca mejor dicho. Se cuenta que, durante una redada en casa del Recluta, éste permaneció escondido agarrado a las paredes del interior de la chimenea sin ser descubierto, también se dice que la chimenea podría haber estado encendida todo ese rato, pero quizá eso sea ya mitología. El Recluta, Rafael Bermúdez, iba a su casa a escondidas en busca del avituallamiento que le preparaba su hermana que, como la mujer de Diego o la de El Chanca, vivía en un permanente estado de tensión.

El operativo para capturar a El Recluta fue la mar de espectacular. Una vez en Tánger, miembros o colaboradores camuflados de la Guardia Civil se hacían pasar por españoles que vivían allí dispuestos a ayudarle a encontrar trabajo y rehacer su vida. Fue así como, con la confianza, El Recluta se convirtió en un delator inconsciente. A medida que él hablaba con sus nuevos amigos en el norte de África, sus viejos compañeros de Cuevas del Becerro caían como moscas. Al final, lograron convencer a El Recluta de que la situación en España se había tranquilizado y podía regresar al pueblo. Le organizaron el viaje de regreso y nada más desembarcar lo detuvieron. La versión oficial dice que por tráfico de armas. Murió en el garrote, o fusilado, según las fuentes, poco después.

Se dice que el último bandolero de la Sierra fue Salvador Belmonte, Belmontito, que, solo, decidió entregarse, purgar su pena en la cárcel de Málaga y establecerse en Valencia, lejos de su pasado.

 Un beso.

 

 

dilluns, 1 de març del 2021

El sendero de los caminos que se bifurcan

Querida M.,

Durante muchos años, no era extraño sentarnos el sábado por la noche a ver Informe Semanal. No recuerdo la fecha, pero sí recuerdo perfectamente por qué dejé de verlo. Debía de ser noviembre o diciembre de 1985 cuando emitieron el reportaje por la muerte de Mikel Zabalza. Ese día puse la cruz sobre la foto de Ramón Colom, director del programa entonces y responsable de una manipulación informativa que se me hizo insoportable. Le puse la etiqueta de estómago agradecido y nunca se la he quitado porque, a partir de ese día y a pesar de la imagen de respetabilidad que le gusta transmitir, a mis ojos nunca ha hecho nada para redimirse. Aquella noche también puse la cruz sobre el supuesto periodista que se encargó de dar verosimilitud a la versión de la Guardia Civil de la manera más repugnante posible. No te lo nombro aquí porque no he encontrado aquel reportaje en la web de TVE y por Youtube sólo se puede ver la parte anterior a su intervención. Aunque me fío de mi memoria, el miedo a una injusticia es mayor que la reclamación de justicia. De todas formas, la vida tampoco fue generosa con él, aparte de pasar a hacer entrevistas estúpidas en la Vuelta Ciclista, comenzó a hacer variedades de la mano de María Teresa Campos y acabó sus días haciendo el payaso por todos los canales que le quisieron contratar. Dejar de ver Informe Semanal tampoco fue un gran esfuerzo, los sábados por la noche no tardaron en dedicarse a otras cosas. Con el caso Zabalza también fui a mi última manifestación.

Muchos años después de aquello, mi amigo JM (ya nadie lo llama así) cumplió su deseo de presentarme a Toni Comín. Él había empezado políticas un par de años antes (veníamos de periodismo) y quería que me cayera bien su nuevo grupo de amigos. Eso parecía del todo imposible porque la mayoría eran niños progres de buena familia catalana, de esos de Ateneu, Barça o Liceu (o todo junto), me repelían, y se masticaba la idea de que hacían la carrera para acabar en algún cargo interesante o gestionando una ONG. Después de mucho insistir en que Comín merecía la pena, quedamos una noche a cenar con él. Comín se presentó con su hermano, muy tarde, haciéndonos esperar una hora larga. La excusa no me podía resultar más ofensiva, estaban viendo una ópera en la tele con su madre y no podían salir antes de que terminase. Ahí estábamos los hijos de la inmigración, esperando a que el señorito saliese de la ópera. La cena no fue mal, Comín me pareció un hiperactivo que sabía cosas, desconocía cosas, pero hablaba con la misma naturalidad de ambas disciplinas. El que de verdad resultó interesante fue su hermano, un tipo reflexivo y educado que escuchaba mucho más que hablaba. Después de aquello aún vi a Toni Comín en algunas ocasiones más, no debí de caerle tan mal porque me visitó varias veces a la librería en la que trabajaba entonces.

Comín y JM representaban las dos almas del PSC, por entonces unidas en torno a la figura de Maragall. Hoy en día representan el drama del PSC, partido intranscendente en la victoria y principal responsable de todo lo que nos está pasando. Comín ha ido recorriendo partidos a empujones en busca de alguno que le comprenda hasta acabar exiliado junto a un señor de derechas, reconvertido en furibundo independentista. JM ha ido viendo esta reconversión, manteniéndose fiel al PSC al mismo tiempo que el PSC se traicionaba a sí mismo sin descanso, dejando girones de catalanismo a cada elección. Ahora mismo, es difícil saber si queda alguien en el PSC republicano, federalista asimétrico, partidario de un referéndum de autodeterminación, plurinacional o defensor de la inmersión lingüística, puntos todos éstos que Maragall consideraba indiscutibles. Este distanciamiento se ha visto reflejado en multitud de artículos de prensa en los que JM ha atacado con saña a su viejo amigo Comín y nos muestra dónde estamos.

Para escribirte esto, M., descubrí que aún existe un programa llamado Informe Semanal. Los sábados por la noche solemos ver el Saturday Night Live y monologuistas norteamericanos de canales de pago. Algunas veces caemos en las garras del magacín nocturno de TV3, el FAQS, a ratos bueno, a muchos ratos, insufrible. El sábado pasado apareció en él JM y, por primera vez, tuve que quitarlo al ver uno de los momentos más vergonzosos de sus últimos años de carrera. Tras la aparición de los audios sobre la muerte de Mikel Zabalza que demostraban lo que todos sabíamos desde el primer día y, delante de la hermana del torturado, JM lanzó un terrible discurso equiparando el terrorismo etarra con las torturas de Intxaurrondo, equiparando el asesinato de Lluch a manos de unos asesinos con el asesinato de un conductor de autobús a manos de la Guardia Civil. Él sabe perfectamente que lo que distingue al periodista del estómago agradecido es su función, el primero controla al poder, el segundo lo sostiene, el primero denuncia las torturas, el segundo las minimiza. Un periodista no está para recordarnos lo malos que son los malos, sino para descubrir a los malos que se ocultan entre los buenos.

El origen de esta carta está en la limpieza de mi biblioteca que hice el sábado pasado. Entre los libros de los que decidí deshacerme había una obrita de Toni Comín de 1998 (casi un folleto) titulada “Els canvis són possibles”, un texto tan cristianamente bienintencionado como iluso de los que solía escribir por aquella época, de cuando debía de creerse que el PSC tenía la llave de aquellos cambios. Ese librito era carne de contenedor hasta que vi las líneas manuscritas de la primera página y recordé que el libro no era mío, me lo dejó JM para convencerme del talento de Comín y estaba dedicado. Miré la fecha de la dedicatoria; el libro se regaló el 20 de febrero de 1999 y el sábado se cumplieron 22 años. A lo largo de estos 22 años uno de los dos amigos ha caído, algo tarde, en la cuenta de que el PSOE ha sido el gran traidor a la incipiente democracia española, asesinó, torturó, mintió, despidió a los terroristas a la puerta de la cárcel, vació de contenido las instituciones, se enriqueció, fomentó la corrupción, el clientelismo, renegó de la España plurinacional que asomaba tímida en la Constitución, fomentó sin pudor las puertas giratorias, manipuló los medios públicos como nunca antes se había visto, y tantas cosas más… Y han vuelto a ganar, y volverán a ganar porque admiran encantados cómo la extrema derecha se merienda a su principal adversario, mientras continúan sin afrontar ninguno de los retos que están pudriendo nuestra democracia. Y ahí tenemos la ley mordaza, dándonos alegrías extraordinarias. Mientras, el segundo amigo de la dedicatoria observa impávido la degradación, asumiendo que todo eso es un mal menor, que en España las leyes importantes las hace la derecha y la supuesta izquierda gana prometiendo derogarlas pero se las queda porque, en el fondo, le gustan.

Un beso.

P.S.  Hoy hemos visto la última película de Polanski, “El oficial y el espía”, y me ha hecho pensar en la traición a Zola que suponen todos los periodistas de hoy que habrían ayudado a lapidar a Dreyfus.

dimecres, 10 de febrer del 2021

En torno al narcisismo


Querida M.,

Hace bastantes años ya, me encontré por primera vez con una conversión profesional impactante. Puede que no haya sido el primer caso, no me dedico a documentarlos, pero un día amaneció y el periodista Josep Ramoneda había mutado en filósofo. Yo lo había conocido a través de una sección que hacía en La Vanguardia que se llamaba “Cartas cruzadas”, a medias con el gran Josep Martí Gómez, y por entonces no tenía tamañas pretensiones. Cuando Ramoneda nació filósofo tenía el hombre un par o tres de obritas de ensayo más cercanas a la sociología bienintencionada que otra cosa. Desde entonces, su corpus literario no ha mejorado demasiado, dos o tres obritas más, del mismo tono, cercano al socialismo del PSC primigenio y que beben sobre todo de sus artículos en prensa. Pero ahí está, nada menos que filósofo.

En los últimos tiempos, por aquí, por Catalunya, hemos disfrutado de un par de conversiones milagrosas más. Dos de los paladines del independentismo tuitero catalán han pasado de ser periodistas a filósofos en un chasquido de dedos. Según parece, ambos han estudiado filosofía, y parece que de ahí a filosofar no hay más que un paso.

El primero en alcanzar la cumbre de su propósito fue el, hasta entonces, periodista Bernat Dedéu. De él supe por primera vez a través de un artículo que me envió mi amigo Alberto para ver qué me parecía. Aquel artículo trataba de desprestigiar la figura del periodista de la Cadena Ser Javier del Pino y ya presentaba síntomas graves de narcisismo. Una lectura mínimamente crítica del texto hacía ver de inmediato que el único que quedaba mal de la experiencia explicada por Dedéu era el propio Dedéu, y eso ya tiene mucho mérito. Aparte de sus artículos en El Nacional (y algún otro medio, imagino) poco después comencé a verlo en las tertulias de La Sexta, en los tiempos posteriores al referéndum, como parte del cupo independentista. Cualquiera puede imaginar que cuando Ferreras llama a un independentista a sus tertulias es para desprestigiar el movimiento y no encontró nadie mejor que Dedéu (supongo que Rahola no estaría disponible). Y así, de a poquitos, ahora sale en algunas tertulias de RAC1, ofreciendo momentos memorables de trumpismo mal disimulado. Ya hace tiempo que se presenta como filósofo y, últimamente, músico en construcción, de ninguna de las dos cosas le conozco actividad. Su literatura se resume rápido, una obra de teatro conjunta publicada por una Caja de Ahorros y una guía del Eixample barcelonés. A pesar de su soberbia, en sus artículos Dedéu siempre ha sido un aspirante a la malignidad absoluta de Salvador Sostres. Mira tú que a mí me parece que no es tan mala persona y por eso no le sale.

Otro que no hace mucho ha dado el salto a “de profesión: filósofo” es Jordi Graupera. Independentista menos conservador que Dedéu, Graupera es un profesor con ínfulas de profesor y no descansa en el afán pedagógico de sus discursos. Con un tono de soporífera condescendencia lleva años aleccionando sobre ciencia política en tertulias y otros saraos siendo, sin duda, el mejor de los razonadores con que cuenta el independentismo catalán más arraigado. Se presentó a las municipales de Barcelona liderando un proyecto que pretendía acabar con las capillitas de la política convencional llamado “Primarias” y acabó siendo elegido candidato sin ningún estorbo. El proyecto, condenado al fracaso sin remisión desde un principio, fracasó sin remisión al final. Como buen narcisista, Graupera echó unos pasitos atrás para coger impulso y regresó al ruedo de la opinión inmaculada no hace mucho reconvertido en filósofo, que es como se presenta ahora. Entre medias, la editorial Fragmenta le encargó un librito de unas 80 páginas sobre un tema que, evidentemente, domina: la soberbia. Para llegar a ser filósofo su obra literaria fuera de los artículos es algo mayor que la de Dedéu; aparte del texto citado, ha publicado su programa electoral en formato minilibro, unas conversaciones con el economista liberal (por no decir muy liberal, ultraliberal o neoliberal) Xavier Sala i Martín y, cómo no, otro libro guía sobre Barcelona, y es que, según parece, para ser filósofo en Barcelona algo tienes que escribir bonito sobre tu ciudad. Debo decirte, M., que después de su fracaso electoral lo encuentro disperso, con días mejores y peores, sin embargo, a mí me suele gustar escucharle, casi tanto como a él.

Por último, esta pandemia nos ha ofrecido otros dos modelos de narcisista, el del tipo exitoso que no acaba de ver que se lo reconozcan.

Después de toda una vida a la sombra de Jaume Roures, su socio en Mediapro, Tatxo Benet, lleva unos años tratando de sacar la cabeza en pos de la popularidad. Ya sea a través de Twitter, o como coleccionista de arte se fue metiendo en algunos berenjenales que le permitían aquella efímera felicidad de ser nombrado. Hace un par de años dio su paso definitivo hacia el reconocimiento público comprándose una librería gigante que se instaló en el centro de Barcelona, una mastodóntica versión de la clásica “Llibreria Ona” hecha a su imagen y semejanza. Desde entonces se ha convertido en un habitual de prensa, radio y televisión, pero en el lado contrario al que estaba acostumbrado. No dudo de que sea un hombre inteligente, pero escuchándole o leyéndole está muy lejos de la brillantez o agilidad mental con que se acostumbra a expresar Roures. La librería ha sido su paso definitivo para acceder al mundo de la gran cultura por un atajo, pagando, y eso sólo podía concluir de una manera: escribiendo y consiguiendo que le publiquen (qué remedio) un libro. Fue así como llegó a las estanterías una obra de sumo interés general en la que nos explica sus vivencias personales cuando pasó la Covid con el rimbombante título “La travesía más difícil”. No tengo noticia de las ventas que ha podido tener, interpreto que un hombre de sus recursos habrá logrado algunos lectores, simplemente no parece que ese libro se hubiera publicado nunca si el autor no tuviera unas ganas enormes de sentirse alguien.

A lo largo de estos últimos meses han sido multitud los especialistas médicos que han hablado en los medios sobre la pandemia. En la mayoría de los casos, como suele ocurrir con los científicos, han sido las únicas personas a las que merecía prestar atención (pongo de ejemplo a la extraordinaria epidemióloga de la Vall d’Hebrón Magda Campins, a la que siempre da gusto escuchar). Incluso en los casos más pesimistas o las interpretaciones más crudas, debo agradecerles a todos que han sido los motores para calmar mi ansiedad. A todos, menos a uno. El epidemiólogo Oriol Mitjà con su ego desbocado ha sido uno de mis mayores provocadores de ansiedad, irritación o nerviosismo durante las peores épocas de la pandemia. Ha acertado y se ha equivocado tantas veces o más que sus compañeros, pero siempre ha cogido de nuevo carrerilla y ha regresado con energías renovadas en el cultivo de su propia imagen. Cuando habla exclusivamente de ciencia da gusto oírle, pero le dura poco, se ha expresado por Twitter mucho más que con documentación científica, ha atacado a sus compañeros de profesión sin piedad y siempre ha acabado preguntándose por qué le tienen manía. Ha pedido sin descanso que hagan caso a los científicos cuando lo que quería es que le hicieran caso a él y ha propuesto infinidad de medidas poniendo el grito en el cielo por la lentitud en su ejecución cuando en muchos casos eran inviables, ineficaces, o, a veces, de dudosa legitimidad democrática. Ha elogiado a los ingleses hasta que les fue mal, a los portugueses hasta que les fue mal, incluso elogió a los madrileños, aunque a ésos siempre les ha ido mal. De entre todas las medidas siempre le ha parecido que la única importante era la suya, de entre todos los estudios, el suyo. Sus propuestas, por lo general, han consistido en más médicos, más enfermeras, más test, más vacunas, más estudios, más confinamiento, más ayudas económicas, más de todo, como si no supiéramos que, teniendo más de todo, las cosas nos hubieran ido mucho mejor.

Cuando se le ha hablado de implicaciones sociológicas, no era sociólogo, de económicas, no era economista, de políticas, político, sin embargo nunca ha eludido hablar sobre esos terrenos con una inocencia que raya en la inconsciencia. En este circo de críticas sin fin, se ha producido un hecho en verdad curioso. Mitjà ha atacado sin descanso a los partidos gobernantes tanto en España como en Catalunya por su mala gestión, ganándose las simpatías del entorno independentista más próximo al saliente presidente Torra. La paradoja estriba en que las soluciones por las que clama Mitjà pasan por los confinamientos más severos posible, que es, justamente, lo contrario que desean gran parte de sus seguidores. En este juego de adhesiones políticas, la periodista Laura Rosell leyó un editorial en su programa de radio criticando la inestabilidad social que provocaban todas esas declaraciones alarmistas, más que por erróneas, por inoportunas. Y me sentí reflejado y supongo que muchas otras personas se sintieron reflejadas. Las hordas que identifican a Rossell con ERC no tardaron en pedir su cabeza a través de esas redes que tanto gusta a Mitjà incendiar. Hace un par de días Jordi Basté volvió a entrevistarle y esa entrevista es el origen de esta carta, su índice de egolatría ha aumentado de forma epidémica. No sólo Oriol, Narciso es un nombre que se le queda corto. Se volvió a quejar de la inutilidad de todos los demás y de que no le hicieran caso a él, insinuó a quién debían votar los catalanes en las próximas elecciones y dijo claramente a quién no y, en una frase en la que le traicionó el subconsciente, calificó a Bonaventura Clotet de visionario por haberlo contratado. Por razones personales he conocido y conozco a numerosos científicos de renombre y no imagino a ninguno de ellos hablando así de sí mismos. Por supuesto, como ya puedes imaginar, esta historia sólo puede acabar de una forma: el próximo abril, antes de Sant Jordi, Oriol Mitjà publicará un libro explicando sus vivencias de este último año: "A corazón abierto. Relato de todo lo que he vivido". Tela.

Un beso.

R.

P.S. Hay por ahí otro especialista del tema bastante amigo de twitter, que vive en Inglaterra y al que no hace muchos días oí decir varias cosas con evidente desinformación. Coincidía con Magda Campins en antena y ella tuvo que informarle (hablaban sobre la reapertura de las escuelas) de que en Catalunya los niños llevaban las mascarillas puestas en clase. Lo dejo aquí, porque no lo he seguido más, pero los que hablan de oídas, como científicos, no parecen de fiar.

diumenge, 16 de febrer del 2020

Literatura vasca




Querida M.,
Este mes hace diez años justos desde que se publicó la traducción al castellano de “Bilbao-New York-Bilbao”, la novela con que Kirmen Uribe ganó el nacional de Literatura. Era la tercera vez que un libro escrito originalmente en euskara lo ganaba. Poco antes, yo había registrado en la propiedad intelectual la que creí versión definitiva del primer “Querida M.”. Leí el libro de Uribe nada más llegar a la librería y mi sorpresa no dejaba de aumentar según avanzaba la lectura. Me pareció ver que Uribe no sólo tenía mi edad sino que, al mismo tiempo que yo escribía aquel “Querida M.”, me lo imaginaba escribiendo su novela, fijándose en cosas muy similares, en recuerdos parecidos, urdiendo historias sobre las mismas temáticas. La guinda definitiva llega al final de ambos textos; los dos concluimos con la aparición de nuestro primer hijo, por caminos distintos, ambos niños se llaman Unai.
Lo que me pareció un extraordinario cúmulo de casualidades me llevó a conseguir el correo electrónico de Uribe y escribirle pidiéndole permiso para contarle mi historia. Se mostró receptivo y amable en su primera respuesta. Cuando le volví a escribir lo hice con una larga carta, explayándome en mis elucubraciones, como si fuéramos amigos. Ahí, el pobre Kirmen ya debió de pensar que yo estaba zumbado y nunca respondió. He recuperado aquella carta y yo tampoco me habría respondido a mí mismo. Un par de meses después vino a firmar a Barcelona por Sant Jordi, le llevé mi ejemplar para que se lo dedicara a Magui sin decirle nada de nuestra aventurilla epistolar. En ese rato que estuve con él creo que me miraba raro, con la sospecha en la cara, como si estuviera barruntando la posibilidad de que yo fuera el tarado de las cartas. La lógica dice que no tenía ningún motivo para sospechar de mí, pero claro, así no hay manera de imaginarse nada.
Unos años antes ganó el nacional de literatura Unai Elorriaga con la maravillosa “Un tranvía en SP”. Con él no tuve ningún tipo de conexión, me gustó mucho el libro y gracias, quizá es que no somos del mismo año. Cuando publicó su segunda novela también vino a firmar a Barcelona por Sant Jordi. Fue en el 2004 y le lleve mi ejemplar de “El pelo de Van’t Hoff” para que se lo dedicara a Magui (yo no tengo libros dedicamos a mi nombre). Charlamos, y le dije que me gustaba mucho cómo escribía pero, ay, incapaz de meterme la lengua en un lugar discreto, le comenté que buscaba siempre la frase genial, a cada paso, y que eso era muy cansado y no siempre salía bien. En el 2010, el mismo día que Kirmen Uribe, vino a firmar el último libro suyo que he leído, una historia extraordinaria titulada “Londres es de cartón”. La volvió a dedicar y se lo dije, que era magnífica y, sobre todo, diferente, casi contraria a todo lo anterior y, para mi sorpresa, se acordaba de mí y de la conversación que habíamos tenido seis años antes. Le pregunté que qué tenía en mente y, con la misma afabilidad que la vez anterior, me dijo que también había sido padre y que el escribir se iba a acabar. Y bien, puede que no tenga mucha conexión con él, pero a lo largo de “Londres es de cartón” planea la sombra de mi canción preferida, ¿podría ser?
Aún antes, mucho antes, Bernardo Atxaga ganó el Premio Nacional de Literatura por primera vez para el euskara con “Obabakoak”. Acaba de salir una nueva edición ilustrada, muy bonita. Aquí la tengo. Te he escrito muchas veces sobre el entrecruzar de nuestras vidas y no lo repetiré aquí. La primera vez que me dedicó un libro fue el “Obabakoak”, vino al Ateneu de Cerdanyola a dar una charla y nos saludamos como conocidos, para mí él era el que acompañaba a Asun cuando ella y yo nos deteníamos a charlar en la calle. La última vez que nos encontramos fue hace un par de años, en las fiestas de Vitoria. Estuvimos un buen rato poniendo al día nuestras vidas y me dijo que andaba metido en la lectura sobre las novelitas del oeste de Bruguera para su próximo libro. Esas novelitas de las que he leído cientos y que, por supuesto, me vuelven a conectar con él.
La semana pasada salió por fin “Casas y tumbas”, seis años después de la estupenda “Días de Nevada”. Dice en las entrevistas que ya no escribirá más novelas, al menos grandes construcciones. Me parece bien. No se le puede pedir más, yo ya me he quedado a gusto. Lo tengo tan reciente que no sé ubicar “Casas y tumbas” dentro de su obra, cuanto más pienso en ella más enorme me parece, más inabarcable, no sé si está por encima o por debajo de “Obabakoak” o del segundo premio nacional que se negaron a darle, “El hijo del acordeonista”. “Casas y tumbas” parece un libro infinito al que le han podado miles de páginas y que solo se alarga porque de alguna manera se tiene que abrir paso el lenguaje. Por supuesto que aquí no me faltan conexiones, me sobran, de hecho. Se fija en los detalles en que me fijaría yo, habla sólo de las cosas que a mí, y a veces no sé si sólo a mí, me interesan, prescinde de la emoción a cambio de la literatura y el capítulo final… Ay, el capítulo final. ¿Te he dicho alguna vez, M., que con cinco años tuve una apendicitis de ésas que a punto están de pasarse de la raya?
El primero que me habló del libro fue Aritz, no sé si decir ya mi amigo Aritz, que había leído la edición original en euskara. Hace unas semanas retomamos el tema, al saber que ya pronto salía en castellano. Andábamos a la caza de la única traducción del euskara al catalán que le faltaba en su colección y, en las conversaciones, Atxaga siempre sale, o lo saco, vete a saber. El hombre lo había intentado con la editorial, el autor, el traductor, en plataformas de segunda mano… nadie en el mundo parecía conservar un ejemplar y mira tú por dónde que me lío a charlar con el experto en poesía de una biblioteca y, voilà, tenía dos. Este hallazgo nos ha unido mucho. Así que el último párrafo va para él.
Querido Aritz, mi disco favorito de Itoiz en estos momentos es “Musikaz blai”; van rotando. Es el disco anterior a que Atxaga comenzara a escribir letras para ellos. Hay una estrofa de una canción que me entusiasma, por premonitoria. En la época en que se escribió esa canción las tiras cómicas por excelencia de “El Correo Español” eran la de Mafalda y Don Celes. En el bando contrario, en el Egin, se hizo muy popular Zakilixut, un personaje que mezclaba la reivindicación nacional con los juegos de palabras eróticos, creo que aún sale, en el Berria, ¿no? Zakilixut estaba en euskara así que tardé una notable cantidad de años en encontrarle la gracia. El caso es que en la canción “Lo egin” la estrofa dice: Mafalda y Zakilixut, enamorados, discuten a la puerta de un cine qué película ver, “El Gran dictador” o “Emmanuelle en el frontón”. No sé, a mí me parece que tiene mucha miga.
Un beso.
R.
P.S. Atxaga y Unai charlaron sobre Ernesto Valverde aquel día, justo antes de que fichara por el Barça y nos dejara huérfanos de entrenador. Este año Atxaga aparece en su libro de literatura y a Unai le ha hecho ilusión haberlo conocido así que ha leído las “Memorias de una vaca”, adoctrinamiento, lo llaman.