Querida M,
Durante el
tórrido verano de 1985, si es que en Vitoria un verano puede adjetivarse así,
fui al cine Azul a ver “Réquiem por un campesino español”. Debía de estar solo,
después de fiestas, cuando la ciudad quedaba desierta. A la salida del cine
subí hacia la calle Siervas y me detuve en la librería Mayner, rebusqué un poco
en mis bolsillos y me compré la novela de Ramón J. Sénder que tan poco había
inspirado la película. Creo que aquél fue el primer libro que compré por
impulso. Lo tengo aquí, es la edición de Destinolibro de diciembre de 1984 y, a
lápiz, indica que me costó doscientas cuarenta y cinco pesetas. Supongo que la
soledad hace que te gastes el dinero en frivolidades.
Muchas tardes
venía a la librería Catalònia, a última hora, un tipo de carácter hosco que solía
encargarnos libros referentes a su Aragón natal. Es un hombre muy mayor, que se
nos sentaba al lado, y se quedaba hasta la hora de cerrar escuchando nuestras
conversaciones. Cuando cogía confianza, se animaba a lanzar algún requiebro
inoportuno al personal femenino. No era desagradable, sólo inoportuno. A veces
Anna se sentaba a su lado y le daba un poco de charla. Un día le pregunté que
de qué lo conocía y me dijo que de nada, que de venir por allí, que había
escrito una biografía sobre Sénder. La busco y, efectivamente, en Páginas de
Espuma, autor, Jesús Vived. Hurgo un poco más y es el responsable de varias
obras de Sénder publicadas por el Instituto de Estudios Aragoneses.
Otro aragonés
que solía venir por la Catalónia era Javier Tomeo. También parecía tener
querencia por el personal femenino así que sólo hablaba conmigo cuando no había
nadie más. No se lo reprocho, yo tampoco hablaría conmigo. Se interesaba por
cómo iba su último libro, se daba una vuelta y se marchaba. Un día no tuvo más
remedio que preguntarme a mí, consulté los movimientos de su última novela y le
dije que me sabía mal, pero que aún no habíamos vendido ninguna. Se llevó una
doble desilusión, las pocas ventas y que una mujer le mintió un par de semanas
atrás. Hace dos o tres años dejó de venir y a veces nos acordábamos de él y nos
preguntábamos si estaría bien.
Leí “Amado
monstruo” cuando aún iba al instituto. No sé si recomendada por Pitxu o fruto
de un juego que hacíamos los dos y consistía en sacar libros de la biblioteca
al azar, con los ojos cerrados. Ahora Javier Tomeo ha vuelto con otra novela
estupenda “Constructores de monstruos”, dicen que goyesca por el humor negro y
buñueliana por el surrealismo. Supongo que es correcto y así todo queda en casa.
A mí sus protagonistas me recuerdan a Trurl y Clapaucio, de Lem, pero en el
pasado. O quizá sea al revés, y los de futuro sean los constructores de Tomeo.
Me cuentan los editores que ha estado pachucho pero que va saliendo adelante y,
de paso, sigue dejando muestras de genio.
Cuadrando fechas
doy con una vieja polémica que en su día me fue ajena. Leo en El País de agosto
de 1985 que Francesc Betriu quiso titular la película sólo como “Réquiem por un
campesino” ya que en catalán se titulaba “Rèquiem per un camperol”. El gobierno
español, por boca de Pilar Miró, amenazó a la productora con retirarle la
subvención si no le añadían la palabra “español” al título. Y así quedó. El
título original de la primera versión de la novela en México fue “Mosén
Millán”. Según parece, treinta años después de aquello, el gobierno aragonés
conserva intactos los espíritus de Goya y Buñuel a la hora de tomar decisiones
e inventarse idiomas a los que poner el nombre más imbécil posible.
Abro las
primeras páginas de mi vieja edición del “Réquiem” para escribirte hoy. Veo el
precio. Es la undécima edición en bolsillo. Por entonces, Destino estaba en
Consell de Cent, a pocos metros del lugar donde nos conocimos. Y veo la
dedicatoria que en su día escribió Sénder: “A Jesús Vived Mairal”. Mecachis.
Un beso.
R.