Querida M,
Supongo que como se acerca el
fin de los tiempos me he puesto nostálgico y sólo se me ocurren historias de
librerías. Hace tiempo, mi colega David, representante de una distribuidora y
cofundador de la Editorial Comanegra, me pidió permiso para incluir algunas
historias de ésas que tanto le gustaban en un anecdotario de libreros que tenían intención de publicar. Le dije que no, que a mí en plan chascarrillo me hacía
gracia explicarlas, pero que publicarlas no me parecía bien. Tiempo después le
pillé con las manos en la masa, contando una, en la cena de despedida de Xavi,
cuando dejó la distribuidora UDL.
Entre los libreros la pedantería
no escasea. Y tampoco escasean aquellos que se creen por encima de algún tipo de
media estándar. Cuando Joan de Sagarra humilló a un librero de FNAC en un
artículo la noticia corrió como la pólvora y muchos la celebraron como un
triunfo. A nadie le importó que aquel chaval fuera un refuerzo de vacaciones o
que no le renovaran el contrato, lo más curioso era que la injusta queja de
Sagarra se refería a una pregunta que no le habrían sabido contestar el 99 por
ciento de los libreros de Barcelona, tirando bajo. Y es que Sagarra siempre
confundió que FNAC fuera una librería de capital francés con que estuviera
especializada en libros franceses.
El día de la inauguración de la
reformada Catalònia invité a dos antiguos compañeros de FNAC, Laia y Carles,
dos personas de alto voltaje intelectual. Tuvieron la desgracia de sentarse al
lado de un , por entonces, responsable de Robafaves que explicaba a quien le
quisiera escuchar que los de FNAC no eran libreros, sólo eran dependientes y
todo lo que se pueda inferir de semejante pensamiento. Ése fue el momento que
aproveché para presentarle a mis amigos, bellísimas personas con una
conversación mucho más interesante que la suya.
Estuve en FNAC dos años. Cuando
entré estábamos inmersos en nuestra primera polémica con un incipiente Salvador
Sostres que ya daba muestras de su talento. La cosa más o menos fue así. Mi
jefe, J., al pasar junto a la estantería donde estaban los cómics de Forges se
percató de que eran unos ejemplares revenidos y ordenó que los retiraran con la
intención de pedirlos nuevos (vano esfuerzo, aquellas ediciones de Aguilar
habían dado más vueltas que el baúl de la Piquer y siempre llegaban en mal
estado). El sistema de reposición de FNAC, cuando detectaba que de un libro
había 0 ejemplares, generaba un pedido automático. Sostres debía de pasar por
allí, algo escuchó y, en un ejercicio de periodismo sin careta, decidió
inventarse una conversación por la cual él había pedido cómics de Forges, J. le
había atendido y no sólo no los tenía sino que no sabía quién era. A J. no le
dejaron desde la dirección de FNAC que tomara ninguna iniciativa personal y la
cosa acabó con uno de los enésimos despidos de Sostres. Valga una pequeña
aclaración: J. pertenecía a la organización del Salón del Cómic de Barcelona
(pedía fiesta esos días para poder estar) y guarda como un tesoro un dibujo que
le dedicó Forges cuando era chaval.
A Sostres, que yo recuerde, le
atendí dos veces. La primera me pidió el “Curso de filosofía en seis horas y
cuarto” de Gombrowicz. No lo pronunció muy bien, pero eso tampoco es grave, y
me limité a dárselo. La segunda vez se presentó ante mí con un ejemplar del
inclasificable libro “Bons Propòsits” de Joan Ollé y Joan Barril en las manos y
me preguntó que dónde lo tenía colocado. Yo lo miré con cara de “si lo tienes
en la mano, ¿por qué me preguntas?” y lo acompañé a la mesa de autoayuda y le
di otro ejemplar. En un acto de peloterismo infantil (por aquel entonces
Sostres colaboraba en el programa de radio de Joan Barril) me recriminó que ese
libro estuviera en autoayuda, miré la contraportada y leí que era una colección
de consejos para empezar el día y ser más feliz y le pregunté, como suelo hacer
en estos casos, “¿dónde lo pondrías tú?” Y ahí titubeó unos segundos, no supo
qué decir hasta que dio con la respuesta más estúpida posible: “Esto es
poesía”, me dijo. Ya sabes que no tengo un gran concepto de la poesía moderna,
pero tampoco tan bajo. Valga una segunda aclaración: ser un pelota tampoco le
sirvió de mucho, Sostres también acabó despachado por Barril. Es un ejercicio
extraordinario sobre la integridad personal leer las cosas que dice de él
ahora.
En periodismo la miseria tiene
muchos seguidores y, tras dejar El País o El Mundo, Sostres pronto encontró
acomodo en el diario Avui. Por entonces publicó, en castellano, una novela de
paso fugaz titulada “Lucía”. Es cierto que en la sección de literatura de FNAC
la colocaron, como novedad, directamente en la estantería. Por la S, eso sí. No
contento con esta situación, Sostres venía a FNAC acompañado de, creo, su
omnipresente abuela, buscaban los libros y los colocaban tapando las novedades
de otros autores. Digo su abuela porque era una mujer mayor y Sostres, a pesar
de su aspecto, era joven entonces. Esto derivó en un nuevo encontronazo con el
supuesto periodista que acabó en dos feroces artículos. Uno contra los libreros
y otro, personal, contra la responsable del departamento de libros. Del de los
libreros de FNAC recuerdo una hermosa frase en la que decía que lo más que
habíamos leído en nuestra vida eran las instrucciones de la nevera (debo
incluirme, él, con rigor, generalizaba).
Valga una última aclaración: el
artículo personal contra la responsable de libros de FNAC era un insulto
permanente y un ataque a su integridad indigno, no por parte del autor, sino
por parte del medio que lo publicó. La miseria se esparce con facilidad y quien
lo hace no pide perdón porque no tiene entrañas, si las tuviera, sabría lo que
duelen.
Un beso.
R.
P.S. Por respeto a la intimidad
no comentaré las consecuencias personales que tuvo aquel artículo. El Avui aún
tardó años en desprenderse de Sostres, el círculo se cierra y ahora está en un
lugar mucho más acorde con su estilo.
Vaya con el amigo Sostres. El caso es que hace poco, hojeando y ojeando los libros de mi pequeña biblioteca, di con un libro suyo titulado "Libro de los imbéciles". He creado una sección de "Autobiografías" y lo he colocado allí.
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