Querida M,
Decía Gómez de la Serna que
lo más aristocrático que tiene la botella de champán es que no permite que
vuelvas a colocarle el tapón.
Siempre me ha maravillado el
inicio de “Por el camino de Swann”. Premonitorio. Proust en esas líneas ya te
dice lo que te espera en el resto de páginas que te quedan por leer. Es un
ejercicio casi eterno de narratividad sin límites. La descripción que hace del
duermevela es sonrojante para todo aquél que cree que sabe escribir. Es lo
perfecto, como todo lo que vendrá después, un proyecto que nos perseguirá
durante una vida.
Duermo con un auricular en
la oreja, escuchando la radio. Desde niño, quizá esto sea motivo de alguna otra
historia, o quizá la he contado ya. Por eso pienso que no sueño, o mejor, que
no recuerdo los sueños. Por eso pienso que, en realidad, lo único que hago es
crear un mundo a medio soñar, mezcla de historias radiofónicas y la navegación
placentera de mis neuronas en pausa.
Por eso, también quizá (uno
nunca está seguro de nada), desprecio el surrealismo. Por una mezcla de envidia
y descortesía propia de aquél que no disfruta de las mismas ventajas que los
soñadores de verdad. A veces, antes de abrir los ojos, regateo con historias
fabulosas propias de mi mejor lucidez pero al despertarme trato de retenerlas,
miro a mi alrededor y mi cerebro comienza a funcionar a toda velocidad tratando
de averiguar qué toca hacer en ese momento y, cuando quiero darme cuenta, todo
lo anterior se ha evaporado a través de los huesos de mi cráneo.
Hace unos días retuve un
sueño. Y me pareció un hecho fascinante. Hacía varios años del último y parecía
sin contaminar. El auricular se había desprendido de mi oído y no hallé
noticias en toda aquella mañana que pudieran relacionarse con lo soñado. Y me
encanté. Pensé que se abriría un nuevo horizonte, pero no ha vuelto a suceder.
Traté de retenerlo y lo logré, por una vez entre mil. No creo, por supuesto, en
los valores predictivos de los sueños, pero sí en sus porqués, quizá tú puedas
ayudarme.
Soñé que visitaba mi casa la
presidenta de Irán, acompañada por su madre. No tengo imagen de su madre, pero
ella era hermosa, claro. Respondía a los rasgos tradicionales que creemos que
tienen los persas y tenía un pelo largo y liso, con el flequillo recto. Se
sentaron en mi sofá y les ofrecí tomar algo. Ella me pidió una infusión y su
madre un café. Aquí llega el primer punto curioso de mi sueño: no las recibía
en el comedor de mi casa, sino en el comedor del piso familiar, en Vitoria y,
sobre todo, no las recibía en el comedor actual, sino en la disposición del
comedor de cuando aún iba al instituto, al revés de como está ahora. Con el
viejo e incómodo sofá, la televisión en blanco y negro sin canales en una
esquina y la ventana de la terraza aún abierta.
Cuando regresaba con las
bebidas, servía primero a la anciana y después acercaba la infusión a la
presidenta al tiempo que la besaba en el pelo a la altura de la coronilla, éste
es el segundo punto que me intriga. Después, la madre me comentaba su pasión por
Pablo Milanés y yo, dispuesto, le ponía música y sonaba la canción “Yolanda”,
como después esa mañana, contigo. En ese momento la anciana trataba de
acercarse la tacita a la boca y no acertaba con el agujero y derramaba todo el
café a lo largo de su cara. Y ahí sonó mi despertador o, simplemente, ahí acabó
todo
Cuando los sueños se
evaporan se produce lo irremediable. Puedes manosear el aire cuanto quieras que
no regresan. Como las botellas de champán del gran Ramón, no recobran su forma.
Como los mails enviados con una falta de ortografía, no puedes bajar al buzón y
meter la mano para alcanzar la carta y recuperarla. Como un sms de destinatario
equivocado, qué vergüenza.
Un
beso.
R.
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada