dimecres, 13 de juliol del 2016

Estudiar periodismo, para qué



Querida M.,
Tuve una compañera en la facultad a la que quise mucho. Se llamaba Esther, tenía unos ojos enormes, una larga cabellera rubia y dignidad. En el último curso de la carrera el profesor de televisión le recomendó que para las prácticas se hiciera un peinado más sugerente y no dejara caer su melena lacia y desinteresada. Creo que le hizo caso una vez y nos burlamos de ella por aquel pelo inflado. Aunque no quiso seguirlo, el consejo no era machista, aquel profesor se preocupó por su futuro y le quiso enseñar un camino que, supongo, ella no quiso recorrer. En vísperas del partido España-Italia la recordé viendo una tertulia deportiva de Televisión Española. Había allí un montón de varones francamente feos y, en algunos casos, francamente estúpidos opinando sobre la selección y para la encuesta a la audiencia tenían una hembra en minifalda subida a unos tacones vertiginosos francamente hermosa que, casi seguro, había salido de alguna facultad de periodismo y había aprendido a peinarse como es debido. Esa chica suele tener la misión de apuntar en una pizarra lo que dicen los lumbreras que la rodean y aquel día había realizado una encuesta al público en la que preguntaba quién iba a ganar el partido de octavos de final. Al llegar el momento de dar los resultados dijo: que ganará España, tanto por ciento, que ganará Italia, tanto por ciento y entonces dudó un momento y, por desgracia, había otro tanto por ciento que no sabía, no contestaba, como si existiera otra posibilidad. Estudiar una carrera, quizá hacer un máster, para llegar a la conclusión de que una minoría de la población es incapaz de adivinar el futuro me pareció triste.
Hoy he vuelto a pensar en ello viendo un capítulo de Seinfeld. Jerry le gasta una broma a Elaine diciéndole que Tolstoi quería titular “Guerra y Paz” con otro nombre, “Guerra: para qué sirve” (una vieja canción de Edwin Starr) y que fue su amante la que lo convenció de ponerle el título definitivo. Elaine se lo cree y se lo suelta al primer escritor ruso que conoce. Pues eso, M., estudiar periodismo para qué sirve en un país en que los informativos de las televisiones dan pena, la televisión pública da pena, las emisoras de radio dan pena y los periódicos más importantes dan mucho más que pena. La inmensa mayoría de los columnistas son estómagos agradecidos que ya sabes lo que van a decir antes de comenzar a leer. Los opinadores son oficiales y siguen la voz de su amo y la de las habichuelas. Encontrar un periodista que no piense en su interés, del tipo que sea, antes que en el de su audiencia es tan difícil como reparar el aire acondicionado en verano. Antes teníamos los estómagos agradecidos y los otros. Ya casi no quedan los otros y, si hay alguno, ya se encargan los primeros y las redes sociales de desacreditarlo. Ahora tenemos los estómagos agradecidos y una nueva raza de periodistas: los serviles sin percatarse; aquellos que se ganan la vida creyéndose honestos porque, para ser un buen estómago agradecido, hay que ser consciente de ello.
El día después de las últimas elecciones La Vanguardia tituló de la mano de Iñaki Ellakuría (con k y acento) que Ciudadanos había perdido 8 escaños pero mantenía intacto su poder de negociación. No lo cito exacto por no equivocarme, he sido incapaz de volver a encontrarlo. Aquel titular duró sólo un par de horas, imagino que el tiempo que tardó otro periodista en darse cuenta de la estupidez. La única verdad que se podía encontrar en él es que, efectivamente, la capacidad de negociación de Ciudadanos con 40 escaños y con 32 es la misma: cero. A Ellakuría le pudo el subconsciente. Es autor de un libro de infinita subordinación llamado “La alternativa naranja” y estoy convencido de que su pasión por el partido de Rivera no es interesada sino un hecho que impregna todo su ser y, por ende, los artículos que nos escribe.
Un beso.