dilluns, 10 de novembre del 2014

Traductores y recuperaciones

Querida M.,
Hace unas semanas Anna me pidió la lista. Una lista que, en sí, no existe, que sólo era una acumulación de documentos Word en los que recopilaba autores que algún día me llamaron la atención y no estaban publicados en ese momento. La primera a la que le envié una lista así fue a Miriam, al poco de conocernos. He buscado aquel correo y muchos de los escritores que le nombraba allí fueron editados poco después, por otras personas. En aquella primera lista estaban Jakob Wassermann, Hans Hellmut Kirst y Lajos Zilahy. Rebuscar en la carpeta de Mis Documentos para hacerle una lista nueva a Anna se me está haciendo una tarea imposible. Releerme a mí mismo esos cientos de páginas es tan aburrido que he preferido empezar a escribirte.
A Jakob Wassermann lo recuperó la editorial Acantilado en 2001. Por supuesto me alegré muchísimo porque nunca fui celoso de la lista, sólo deseaba ver aquellos libros de nuevo en el mercado. Jaume Vallcorba anunció que publicaría las obras principales de Wassermann y escogió como primera opción “El hombrecillo de los gansos”, apuesta arriesgada para empezar, algo muy propio de él. El libro me lo regaló Rubí por mi cumpleaños y nada más comenzarlo me di cuenta de que era idéntico a la edición que ya tenía, de José Janés, del año 1947. Algún añadido, probablemente censurado, aquí, algún signo de puntuación distinto allá, pero casi idénticas. El traductor que constaba en la edición de Janés se llamaba Enrique Giménez Mauro, mientras Acantilado anunciaba una traducción nueva a cargo de José Vivar. Ya me conoces, la indignación me llevó a escribir cartas a todos los diarios quejándome de la mala praxis de Vallcorba, cartas que nunca envié, claro.
La traducción de “El hombrecillo de los gansos” era, por tanto, anticuada y no parece que funcionara tan bien como muchos otros libros de la editorial. Poco después publicó “Caspar Hauser” (esa traducción ya no me molesté en contrastarla) y allí acabaron las relaciones entre Wassermann y Acantilado. Mucho después conocí a Jaume Vallcorba, un Sant Jordi. Me lo presentó Félix y me dio un abrazo tan sorprendentemente efusivo que olvidé por completo todos los reproches que tenía guardados para él. Pecadillos aparte, Vallcorba ha sido un grande de la edición y no creo que tardemos en notar su falta.
A Hans Hellmut Kirst lo recuperó la editorial Almuzara en 2008, con una novela titulada “Los Lobos”. A partir de aquí, el resto de sus libros los editaron bajo otro sello del grupo, Berenice, junto a diversas novelas de zombis. Cuesta entender la línea editorial del exministro Pimentel, es como si todo el grupo Planeta se agrupara en cuatro o cinco sellos a través de un diminuto hilo de comunicación. Junto a Kirst pueden aparecer un libro sobre plagas de langostas y la historia del equipo de fútbol de Córdoba. Eso sí, se le ha de valorar la dignidad de reconocer que las traducciones de Kirst son las de ediciones antiguas, poniendo el nombre del traductor original y, en todos los libros, un párrafo con el deseo, supongo que sincero, de contactar con los herederos de los traductores para cualquier compensación.
A Lajos Zilahy prometió recuperarlo en su totalidad la editorial Funambulista a partir del 2010. Se estrenó con el volumen “Primavera mortífera”, título que no hacía presagiar nada bueno. Sólo abrirlo ya se intuía la antigua versión de mi admirado Oliver Brachfeld, en este caso sustituido por el nombre de una traductora llamada Anne Mayo Herczig. La web de la editorial anunciaba una nueva traducción que, además, añadía las partes censuradas durante el franquismo. Este último dato era en especial curioso porque la traducción de Oliver Brachfeld era anterior a 1939. En este caso es cierto que el fusilamiento había sido hecho con algo más de interés; cada dos o tres frases se cambiaba alguna palabra por otra más moderna. Lo de verdad llamativo era que para dar sensación de nuevo, Funambulista cambió casi todos los títulos con respecto a las ediciones anteriores: así, el horroroso “Primavera mortífera” sustituía a “Primavera mortal” y “El alma se extingue” a “El alma se apaga”. Me quejé amargamente de esa edición y no sé si mis quejas llegaron a oídos del editor de Funambulista, pero sé que a partir del segundo volumen de la Biblioteca Lajos Zilahy ya se reconoce que Anne Mayo Herczig sólo hace funciones de revisión y constan los nombres de los traductores originales.
Un beso.
R.
P.S. La semana pasada la editorial Trasantier recuperó el libro “El anacronópete” de Enrique Gaspar. Sobre esta novela hace mucho fabulé una pequeña historia para ti y hace un par de años la subí a este blog. Me la ha regalado Anna porque sabía que me hacía ilusión tenerla. En su interior otra cosa curiosa, bajo el nombre del director editorial el copyright de la traducción a cargo de “Grupo Editorial”, nombre poco serio para un traductor. Más si tenemos en cuenta que la novela es original en castellano.
Otro.

divendres, 12 de setembre del 2014

Miedo y asco en España



Querida M,
Crecí rodeado de muertos, amenazas de bomba y botes de humo. Me harté de escuchar que aquel no era el camino, que por las vías democráticas Euskadi podría conseguir cualquier cosa que se propusiera. Y me lo creí. Muchos años. Sigo pensando que aquel no era el camino, pero ya no me creo la segunda parte de la ecuación. Hemos viajado tan hacia atrás en el tiempo que mis convicciones se debilitan. Y mira que hace años que me acompañan.
De tanto en tanto aún resuenan en mis oídos las palabras de Alfonso Guerra sobre cómo se cepillaron el Estatut de Catalunya simulando ser carpinteros. Éstas son las posibilidades que da el congreso de los diputados a cualquier iniciativa democrática de vascos o catalanes. Aquel Estatut fue presentado por su propio partido, a iniciativa de uno de los más grandes políticos que ha tenido la España de la transición y, aún así, aquel energúmeno presumió en público de habérselo “cepillado”.
Poco antes pasó por el mismo lugar Juan José Ibarretxe con su plan. A ése se lo cepillaron antes incluso de entrar en la comisión y Guerra presumió de ello con el mismo espíritu democrático. Tanto Ibarretxe como Maragall, ante la deriva centralista de los gobiernos españoles, fueron a Madrid con una propuesta bajo el brazo con la que atajar un problema que se intuía creciente. Uno socialista y el otro nacionalista moderado, pero ambos proponían soluciones similares: federalismo asimétrico o estado libre asociado. En mi adolescencia también me cansé de escuchar conceptos como comunidades de vía rápida, naciones y regiones, televisiones autonómicas que revitalizaran las lenguas propias perseguidas… Veinte años después escucho, como una letanía, que España no es un estado plurinacional, que todas las comunidades, históricas o no, son iguales, que por qué en los medios públicos autonómicos hay que hablar sólo la lengua autóctona… Hemos retrocedido tanto… Casi diez años después tenemos el parlamento vasco con una aplastante mayoría nacionalista y más de un millón de catalanes en la calle pidiendo la independencia. Grandes logros, España.
Desde entonces, los partidos que han gobernado en Madrid han ilegalizado otros partidos, han encarcelado, sine die, al líder de la pacificación de Euskadi, han recorrido España recogiendo firmas contra el ya aprobado Estatut de Catalunya, suprimiendo artículos que están vigentes en otras comunidades, han convertido el catalán de Aragón en Lapao e, incluso, una consejera  de Cultura de apellido “Catalá” ha tratado de obligar a los lingüistas valencianos a cambiar el nombre de su propio idioma. Se ha puesto de moda decir que en Cataluña se vive un clima de crispación y “violencia” latente, abundan las comparaciones con el genocidio nazi, se habla de una fractura social que casi nadie ve.
En el año 1994, la televisión pública española vetó la aparición de Quim Monzó en un programa dirigido por Fernando Trueba. Monzó, para mí uno de los mejores escritores de cuentos de la literatura mundial, fue a Madrid para que lo entrevistara el Gran Wyoming, le pagaron el hotel y le hicieron volver a casa. Cuando hablo con clientes u otros libreros del resto de España casi nadie sabe quién es. Hace una semana el Instituto Cervantes vetó la presentación de la excelente novela, escrita en castellano, de Albert Sánchez Piñol “Victus”. El autor fue hasta Holanda y la presentación programada desde hacía meses fue suspendida por motivos políticos. Recuerdo viejas polémicas en las que se oían quejas contra la Generalitat por fomentar en el extranjero sólo la literatura escrita en catalán. Según parece, el Instituto Cervantes ni siquiera fomenta la escrita en castellano si viene de un catalán.
Uno de nuestros cantantes más internacionales vio cómo se le suspendía un concierto junto a Manu Chao en Málaga. Lo más curioso resultó que a Manu Chao, francés, sí se le permitía actuar siempre y cuando no dejara subir al escenario a su compañero de gira, Fermin Muguruza, español a todos los efectos. Hace más de diez años que Muguruza no puede actuar en Madrid, a pesar de tener muchísimos seguidores. El año pasado uno de los más importantes artistas españoles de los últimos años (no lo digo yo, su legión de admiradores está plagada de nombres ilustres), Albert Pla, vio cómo le suspendían un concierto en Gijón porque había dicho que esta España le daba asco. Nadie tiene más derecho que Pla a decir una cosa así porque su enfrentamiento contra todo y contra todos ha sido de una coherencia intelectual envidiable. Porque ha cantado en catalán cuando pocos lo hacían y en castellano cuando le dio la gana. Y porque sí, porque esta España que prohíbe cantar da asco.
Hoy he quedado impresionado por las imágenes de la manifestación en Barcelona. Yo no he ido, por supuesto, pero tal ejercicio de civismo democrático debería resultar maravilloso para cualquiera que aprecie una reivindicación pacífica, por muy lejos que se encuentre de sus postulados políticos. Me ha irritado ver a Pernando Barrena en ella, diciendo que sentía envidia de lo bien montado que estaba aquello. ¿Envidia? ¿Cuántos muertos y sangre ha justificado hasta darse cuenta de esta “envidia”? Porque esos catalanes han hecho lo correcto. Han seguido el camino correcto que yo escuchaba de niño que debíamos seguir los vascos. Lo han hecho todo bien, la organización, la fiesta, la reivindicación. Todo bien. Y sin embargo, esta España que da asco va a mirar para otro lado; con todas las ganas del mundo de equivocarme.
En el año 1998 se publicó un libro que preveía esta situación y proponía soluciones al malbaratado Estado de las Autonomías. Ésta era la preferida del autor, transcribo: “el reconocimiento del hecho diferencial nacional como una realidad singular e infungible determinada por caracteres culturales, lingüísticos, jurídicos, etc. (…) De ello se derivarán unas competencias tanto más plenas cuanto más pleno sea el reconocimiento del hecho nacional diferencial. Así, la diferencia lingüística ha de proyectarse en campos tan distintos como la competencia exclusiva sobre educación, la cultura, la titularidad de medios de comunicación social y la competencia sobre su ordenación , la organización y procedimientos de los poderes públicos, la selección de personal funcionarial para su prestación, etc. (…)Las transferencias competenciales y de los correspondientes recursos económicos (…) debiera ser la consecuencia del previo reconocimiento conceptual, como Nación, del hecho diferencial y de su correspondiente entramado institucional. Ello permitiría que la calificación, las instituciones e incluso el acervo competencial de una Nación peculiar, como Cataluña o Euskadi, no tenga por qué ser generalizado cualquiera que sea la estructura del Estado global”.
El autor de aquel libro es un “padre” de la Constitución de 1978, nacido en Madrid y miembro fundador del Partido Popular. ¿Cómo puede ser que yo suscriba casi en su totalidad el contenido de un libro de este señor y sienta repelús ante la España que nos está tocando vivir?
Un beso.
R.

dilluns, 3 de febrer del 2014

Padres

Querida M.,

Nuestra pareja de amigos acababa de tener un hijo y, ya sabes, desde ese momento el niño se convirtió en el centro del universo. Al principio, con la novedad, todo era más o menos entretenido; pero con el tiempo la cosa se fue complicando hasta volverse insoportable cada reencuentro. Como puedes imaginar, el niño es muy guapo, muy listo, está muy espabilado, es tranquilo, dulce, el favorito de la maestra y muy bueno, sobre todo muy bueno. La mala suerte quería que siempre que íbamos a su casa el niño tenía la única rabieta en meses y nos amargaba la cena con llantos y gritos. También parecía mala suerte que un niño tan sano como aquél se pusiera a moquear y toser nada más vernos.

Nuestro amigo era un cocinillas que nos ofrecía siempre cenas estupendas. Desde el primer día dijo que su niño no comería nada envasado, que la comida se la haría él, salvo caso extraordinario. Compró una tonelada de utensilios de cocina especiales para hacerle los potitos y, siguiendo a rajatabla las instrucciones pediátricas, no ha dejado de realizar creaciones culinarias infantiles y congelarlas.

El papá novato seguía al principio un complejísimo sistema de potitos de verdura incorporando y mezclando sabores nuevos. Después se incorpora la carne, el pescado y todo eso, volviendo el sistema aún más complicado. Según me contó por teléfono, al niño ya no le gusta nada que no le haga él, que le quedan buenísimos y que, a veces, su mujer aprovecha que esté recién hecho para comer ella también algún puré. Que sólo le costó trabajo dar con el sabor perfecto para la mezcla de verduras con pescado, pero que ya lo tenía controlado.

Sintiéndonos culpables por no dar señales de vida en mucho tiempo, los llamamos para hacerles una visita, una de esas visitas de compromiso que yo tiendo a ir anulando de mi vida. Parecían contentos por teléfono de nuestra llamada. Por supuesto, ellos no podían venir a nuestra casa, trastocaba los horarios del niño, sus comidas, tantas cosas que meter en el coche. Aún así, me sorprendió que no nos invitaran a comer y él nos preparara un plato de esos suyos, de fin de semana. Nos dijeron que fuéramos a tomar café, pero no muy pronto, un café de media tarde, que el niño ya hubiera despertado de la siesta y pudiéramos disfrutar de su presencia y así no despertarlo llamando al timbre.

El bebé no está mal, M., se le ve buen chaval y se portó bien. Nos dejó tomar el café sin problemas. Sin pastas o pastelitos, eso sí, sólo galletas María, que son las únicas que él puede comer y así no se encela. La velada fue agradable, nos abrieron la puerta y dejaron nuestras pertenencias y ropas sobrantes en su dormitorio porque habían perdido una habitación. Nos pidieron excusas por el desorden, que aún no habían podido recoger la cocina de la hora de comer. Pero no era cierto, todo estaba bastante bien, sólo tres frascos de potitos descongelados en la fregadera y algunos cubiertos.

No habían dado las ocho y nos dijeron que había que bañar al niño y darle la cena, que si queríamos ver lo gracioso que estaba en la bañera. Así hicimos, muy gracioso, chapoteando. Luego le dieron un biberón con cereales, de 270 mililitros, porque tenía muy buen comer. Y parecía cierto, aunque acabó sudando el pobre. Eructó y nos ofrecieron un curioso espectáculo teatral en medio de la penumbra que exigía el relax de la cena, previo a meterlo en la cuna. Lo depositaron allí y el niño se portó muy bien, durmiendo enseguida. Nosotros nos alegramos, M., porque creímos que ahí empezaba la visita y podríamos ser los de siempre y charlar un rato tranquilos, como en los viejos tiempos, picando un poco de embutido cortado entre todos.

Pero algo no cuadró. Ellos comenzaron a bostezar de forma ostensible y a mostrarse cansados de repente, tras un día entero ocupados con el niño. Nos empezamos a sentir incómodos y en vista de que en la cocina no parecía haber movimiento sugerimos la posibilidad de que ya era tarde y nos teníamos que ir. Ellos no opusieron la resistencia de otras veces. Nos dijeron que en ese caso cenarían rápido y se irían a la cama enseguida, para ajustar los horarios. Los ayudé a llevar las cosas de la cena del bebé a la cocina y sobre el mármol reposaban un par de biberones más grandes que los del niño, limpios. Traté de guardar el paquete de ocho cereales con miel, pero la mamá me cogió de la mano y me dijo que no, que aún no habían terminado con ellos. Fuimos a su dormitorio a coger nuestras cosas y entonces me di cuenta de que había un chupete en cada mesilla.

Un beso.

R.

dissabte, 25 de gener del 2014

Cambios


Querida M,
“Te cambiará la vida”. Me lo dijeron tantas veces que perdió el significado. No es que no me lo creyera, es que era una obviedad, ya me lo figuraba. Antes éramos dos y ahora somos tres. Antes no teníamos otra cosa que hacer que pensar el uno en el otro, ahora los dos pensamos en un tercero.
Nos cuesta cambiar. Conservadores por naturaleza, los cambios han sido siempre síntoma de que algún oscuro oráculo nos está clavando agujas en las articulaciones. Para ayudarnos en ese proceso están la autoayuda y el orientalismo. Según el I Ching, libro que asimila lo mejor de la sabiduría oriental con un estúpido sistema de adivinación, ante los cambios necesarios sólo debemos evitar dos errores: el primero, la prisa excesiva, que nos puede llevar al desastre. El segundo: vacilar sobre el cambio o el espíritu conservador ante el mismo son detalles en extremo peligrosos. Una vez hablados y ponderados, sólo aceptando los cambios éstos cumplirán con sus objetivos.
“Te cambiará la vida”, como si la vida no consistiera en cambiar. No se trata de los pequeños e inútiles cambios cotidianos que estropean la rutina más noble. La vida consiste en los grandes cambios, M., en aquellos que nos sacan del estado de sopor en el que nos instalamos, y nos pellizcan en la espalda, tan fuerte que abrimos los ojos de par en par y damos unos cuantos pasos más, no siempre hacia adelante.
El día en que me dijeron que habían pensado cambiarme de la sección de discos a la de libros se me vino el mundo encima. Todos creían que eso me haría feliz, pero yo, enfermo de libros, me había habituado tanto a saber dónde estaban los cedés, que se me hacían infinitas las estanterías de literatura. Para este tipo de reacciones, la autoayuda nos ofrece su manual “¿Quién se ha llevado mi queso?”, una fábula más bien infantil, para cargos intermedios, que trata de convencerles de lo bueno que es aceptar de buen grado los cambios a los que los obligan los cargos superiores.
 “Te cambiará la vida”, “disfrútalo ahora, que después no podrás”, son cosas que te dicen y retratan a los que te las dicen, los dibujan como aquéllos que han pasado ya por el mismo trago, pero no saben explicarlo. Como aquéllos que dicen “te acompaño en el sentimiento”, a falta de algo mejor. No es criticable, me habría ahorrado muchas inmersiones por espesos cañaverales tener la lucidez de recurrir a frases hechas, a mentiras piadosas, en todas las ocasiones en que no he sabido hacerlo.
Las ediciones españolas del “I Ching” y “¿Quién se ha llevado mi queso?” son, en sí mismas, curiosos ejemplos de lo que suponen los cambios. Durante muchos años, la única versión castellana del “I Ching” fue la publicada por la editorial Edhasa, a partir de la versión en alemán de Richard Wilhelm. En un acto de previsión intelectual sin precedentes, la editorial Atalanta publicó la primera traducción directa del chino y la tituló “Yijing”, se supone que para darle un aire de mayor respetabilidad. Dado que se trata de un método de adivinación, alguien debió de utilizarlo para prever que ese libro no estaría siempre con la portada visible hacia el público, debió de creer que a la gente, en el fondo, los cambios no le gustan tanto como parece y decidió que en el lomo, para cuando los ejemplares a la venta estuvieran en la estantería, mejor que el novedoso nombre “Yijing”, convendría que apareciera el clásico y reconocible “I Ching”. No fuera a ser que, con tanto cambio, lo pasáramos de largo.
En un acto de previsión económica que honra a los editores castellanos de “¿Quién se ha llevado mi queso?”, la traducción del texto fue curiosamente sustituida al poco tiempo de ser publicado. Dada la nula complejidad literaria de la obra, no parecía probable que se tratara de una mejora. Debajo del título hay un subtítulo que reza “cómo adaptarnos a un mundo en constante cambio”. ¡Qué mejor ejemplo! La traducción original del libro está a nombre de Montserrat Gurguí, conocida por otras múltiples traducciones de novela negra; bonita metáfora. Las malas lenguas dicen que, en vista del impresionante éxito de ventas que tuvo el libro nada más salir al mercado, la editorial Urano decidió que mejor que pagar un porcentaje por los derechos de la traducción, era cambiar unas cuantas palabras aquí y allá por algunos sinónimos de procesador y ponerla a nombre de un traductor que no cobrara. El nombre de Gurguí ha desaparecido en el ISBN incluso de la primera edición, ahora figura un tal José Manuel Pomares, de quien no investigaremos más.
Un beso, para qué cambiar.
R.