dissabte, 12 d’agost del 2017

Elogio del guiri


Querida M.,
Esta mañana he estado escuchando una tertulia de radio sobre el tema éste del turismo, tan de moda. A ojos de los tertulianos es bastante sencillo de analizar y ellos se ponían a sí mismos como ejemplo del turista perfecto, el turista malo siempre son los otros. Cuando nosotros vamos a otro países respetamos las costumbres del lugar, nos comportamos con civismo y nos gusta oír los ronquidos de lo bien que duermen los vecinos. Recuerdo que hace años unos dicharacheros jovenzuelos españoles fueron apresados por robar una bandera de una recién fundada república del este. ¡Qué exagerados éstos del este! Por una banderita que se acaba de estrenar, cómo se ponen.
Yo llevo haciendo el guiri todo el mes de agosto, M.; te juro por lo que quieras que me porto bien y no molesto a nadie, pero soy un guiri, un puto guiri. He estado en Viena y he hecho todo lo que la guía me dijo que tenía que hacer, vaya, lo que me ha dado tiempo a hacer. Hay quien dice que el verdadero viajero es el confraterniza con los del lugar, el que se sumerge en la cultura de la ciudad visitada. Ya te digo yo que en cinco días no da tiempo para inmiscuirse en la vida de los vieneses. La inmensa mayoría de ellos sólo quieren tu pasta, no son nadie que no pueda encontrar en otro lugar (tengo amigos de más) y, por cierto, en algunos casos desprendían un cierto tufillo de menosprecio a todo aquello que sonara "spanish".
Los tertulianos de esta mañana hacían burla de los que iban al Louvre a ver la Gioconda, que ellos lo intentaron y aquello estaba lleno de guiris haciéndose fotos y no había manera. Los guiris son los otros, M., y así es imposible afrontar el problema. Cuando todo se ve desde la perspectiva del "nosotros" y el "ellos", y "nosotros" somos los buenos, la conclusión va a ser errónea seguro, cuando no algo peor. Ahora estoy al lado de la playa, en la Costa Dorada, al contrario que en Viena, ahora debería formar parte del "nosotros", pero no veo ninguna diferencia entre mi hijo y el niño francés que quiso unírsenos para jugar un 21. Estamos en uno de esos hoteles de costa del llamado "turismo familiar" y U. se lo está pasando muy bien. Yo me aburro y escribo, lo digo para bien, aburrirme es mi actividad preferida.
En Viena fuimos a ver varios museos, muy buenos, por cierto. Algún palacio de los Habsburgo y comimos un pastelito donde se supone que merendaba Sisí. También fuimos a un concierto en la sala donde se celebra el de año nuevo y, aunque el programa era Mozartiano, al final nos tocaron la marcha Radetsky, para hacernos sentir como un 1 de enero sin resaca. La orquesta era buena, mejor que muchas españolas, el programa para guiris, con piezas muy populares, y todos los japoneses del mundo estaban allí. No me quejo porque yo también estaba, M., que ésa es la clave del asunto, yo era uno de ellos. Y no me quejo porque estuvo bien y porque una vez vimos un Réquiem en Praga muchísimo mejor que la mierda que nos cobraron a precio de oro en el Palau de la Música.
Y ésta es otra clave del asunto. España es un patético país que un día descubrió que podía vivir de vender el sol y como el sol es gratis para qué molestarse en hacer otra cosa. Hace un siglo Unamuno acuñó el "que inventen ellos" y sigue vigente. El turismo mata los barrios, cierto, destroza entornos naturales, cierto, pero el turismo somos "nosotros". No es de ahora, viene de hace mucho y nosotros y nuestro modelo económico y social matamos nuestros barrios y nuestro entorno. Nosotros alquilamos, fabricamos y jodemos nuestras costas. "Ellos" no tienen ninguna culpa en esto, en muchos casos "ellos" son unos pobre pringados que tienen quince días de vacaciones, compran una guía y se van con sus hijos a dejar de pensar por un momento en su aburrida vida cotidiana. Nosotros llevamos decenios pidiéndoles que vengan y ellos ven las fotos de nuestras playas, nuestro inventos alcohólicos muy por encima del pijerío del cóctel y dicen que vale. Y nos dan de comer porque en muchos sitios de España no se sabe hacer nada más.
No había vieneses en el concierto. Ni en el palacio de los Habsburgo, ni en sus museos. Como no hay barceloneses en la Fundació Miró, ni en la Tàpies, en temporada de vacaciones ni colegios van. El patrimonio cultural es para lucirlo, al "nosotros" le gusta disfrutar del patrimonio cultural del "ellos" y viceversa. En un jardín laberíntico de los Habsburgo me vine arriba, resbalé y me caí dentro de una fuente junto a un cartel de "achtung" dándome un hostiazo del quince. Los vieneses no se caen en esa fuente. ¿Que muchos guiris vienen aquí a hacer lo que no hacen en su país? Pues claro, porque les dejamos, porque queremos su dinero. La culpa sigue siendo nuestra. Prueba a robar una bandera en Lituania.
Junto a pintadas denunciando que el turismo mata las ciudades, se ven pintadas diciéndole al turista en su cara que no es bienvenido. Conozco al que distribuye las pegatinas. Aunque es fácil, no estoy aquí para decirle a nadie que revise sus principios intelectuales y cómo encajar esa frase en un pretendido discurso de izquierdas. Es cosa que dejo para otro día. Te escribo aquí para decirte que estamos en lo de siempre, el que inventen ellos, la culpa es de ellos, no les queremos aquí aunque les hemos dicho que vengan. Ellos, ellos, ellos, nosotros somos tan buenos que no nos damos cuenta de que si en un sitio hay demasiada gente nosotros también sobramos.
Un beso.

dimecres, 9 d’agost del 2017

El energumenato Vol. 2: de sabios y cretinos

Querida M.,
Cuando Harold Bloom vino a recoger su merecido premio Catalunya los titulares de prensa se centraron en sus habituales ataques a la calidad literaria de Harry Potter. Los periodistas le preguntaron por enésima vez su opinión sobre la saga del mago y él contestó por enésima vez que le parecía mala literatura. Recuerdo una conversación días después con un amigo que, por intereses comerciales, le debía mucho a Potter. Estaba indignado, me decía que quién se creía ese tal Bloom que era para echar pestes de las novelas de J. K. Rowling, que a tanta gente gustaban. Es lo que tiene la democratización de la cultura, que todo el mundo tiene una opinión.

"El canon occidental" de Harold Bloom es una obra tan susceptible de desacuerdo como cualquier otra. Lo que es difícil de negar es que su autor es uno de los más grandes sabios vivos que hablan y escriben sobre literatura. ¿Quién es Bloom para opinar sobre Potter? Un sabio, y como tal su opinión importa o debería importar. La opinión de mi amigo, además de ser interesada, no. La opinión de los millones de lectores debería importar a sus amigos, primos y demás familia, pero no debería formar parte del debate literario. Saber distinguir el fan, del tertuliano, del oportunista, del sabio es una tarea sencilla que, por desgracia, se está echando a perder. A los intereses comerciales que manipulan las opiniones del planeta les interesa sobremanera que esa tarea fracase. Viven de ello. Vale más la opinión equivocada de un sabio que la acertada de un ignorante, pero no interesa.

Cuando se estrenó la saga original de "Star Wars" yo ya era un niño marcado por "El ángel exterminador" de Buñuel. Esa película me cambió la vida y las naves interestelares dejaron de interesarme de inmediato. Aparte de su enorme éxito comercial, no recuerdo tampoco que las críticas fueran demasiado entusiastas por aquel entonces. Yo las vi de adulto y me gustó el aroma de western de la primera, me aburrió la segunda y me pareció denunciable la tercera. Cuando todo parecía olvidado volvieron a inundarnos con una segunda trilogía de la cual, a duras penas, se salva una carrera de vainas. Lo que es peor es que la mayoría de los fans de la saga que conozco reconocen que los actores están horribles y muchas de las películas parecen serie B. Me dicen que el fenómeno está más allá, en otro lugar, en el diseño, en la iconografía, en una infinita capacidad para el márquetin. Pues muy bien.

Después de la más o menos reconocida pifia de la segunda trilogía, la compañía Disney nos adereza la vida con una tercera. Me niego a que me digan que es una manía mía contra las películas de ciencia ficción. Las dos películas que J.J. Abrams hizo sobre la saga Star Trek me gustaron; me gustaron mucho, sin haberme interesado nunca el universo Star Trek. Lo nuevo de Star Wars puede tener una factura algo mejor, pero las historias siguen sin sostenerse más que a través de su propia mitología. Recuperamos a tal o cual actor por muy acabada que esté su carrera o muy malo que haya sido siempre, volveremos a ver el monigote de aquel engendro cibernético o aquel mono gigante. Y con eso ya salimos del cine contentos. ¿Y quién soy yo para decir nada? Nadie.

¿Cómo se distingue a un sabio de alguien que no lo es? Pues es bastante sencillo. Basta con leerlos o, en su defecto, escucharlos. El sabio es aquel que no es un cretino. Sí, M., ya sé que parece una obviedad. Me explicaré. El sabio es aquel que habla de aquello acerca de lo que sabe más que los demás y luego calla. Harold Bloom es un sabio, sí, pero su opinión sobre la nueva plantilla del Barça es completamente irrelevante. Para distinguir a un buen crítico de cine hay que leer a muchos críticos de cine que sólo saben poner estrellitas; para encontrar a un buen crítico literario conviene leer a muchos críticos literarios de mierda.

Y llegamos al quid de la cuestión. Hace unos días Javier Marías levantó una de sus habituales polvaredas, previas a la publicación de una nueva novela, con un artículo sobre los falsos mitos de la literatura femenina y Gloria Fuertes. ¿Es Javier Marías un sabio? No. Es un opinador habitual, pero le da igual sobre qué. Como muchos otros literatos actuales viven de opinar a diestro y siniestro, trepando como infinitos lameculos del grupo Prisa. De este hecho el matrimonio Lindo-Muñoz Molina nos ha dado tantos ejemplos maravillosos que me lloran los ojos.

Siempre reconocí en Javier Marías talento literario aunque no me gustaban sus novelas. Con el tiempo, un celebrado crítico alemán lo encumbró al Olimpo de los autores europeos modernos y yo pensé que, quizá, traducido al alemán, salía ganando en profundidad. Después reconocí mi error al encontrar "Tu rostro mañana" una novela extraordinaria. Pero ahora vuelve a escribir novelas como las de antes, que se venden más. La sabiduría que le falta a su talento la tenía su padre, Julián Marías, hombre sin duda equivocado pero con unos conocimientos y una capacidad para transmitirlos que lo hicieron un dios a mis ojos cuando, Pitxu se acordará de esto, me salvó la filosofía de la selectividad.

Uno de los más grandes sabios sobre la poesía española de la segunda mitad del siglo XX, si no el mayor, fue José Batlló. La deuda que muchos poetas tienen con él es infinita y reconocida, basta indagar un poco para saberlo. Editó, dirigió colecciones, tradujo y escribió poesía como casi ningún otro. Como una sombra, su nombre lo impregna todo. Si se quiere conocer a fondo la poesía de los 60, los 70 o los 80 a él debemos consultarle. Y es aquí cuando el sabio nos señala con su dedo al cretino.

¿Por qué Javier Marías no es un sabio?  Porque es un cretino. Porque le gusta escribir sin saber, a partir de teletipos o noticias sesgadas por diarios semidifuntos. En el artículo que levanta la famosa polvareda Marías no razona mal. Dice cuatro evidencias sobre la historia de la literatura femenina, crea su canon, nada original, y se manifiesta contra la presión de los lobbies que quieren colocar las fotos de sus héroes en todos los plafones. El problema de su artículo radicaba en la pobre Gloria Fuertes. ¿Qué pintaba ella en todo este embolado?

Aprovechando que se cumplen 100 años de su nacimiento su figura está viviendo un pequeño reconocimiento en forma de reediciones, biografías y homenajes. No entiendo mucho de poesía, no es mi género preferido, pero en el año 1997 Batlló hizo una alineación de los mejores poetas españoles vivos para un especial de la revista Taifa, que dirigía. En esa alineación, de medio centro, estaba Gloria Fuertes y si de una cosa estoy seguro es de que Batlló no lo hacía por motivaciones extraliterarias.

Cuando Marías comienza su artículo sorprendido por el resurgir de la poetisa y afirmando que en su opinión no merece estar en ningún canon literario asoma ese Marías ignorante que ha rellenado tantas páginas de naderías. Conociéndole, habiéndole leído, es fácil concluir que no conoce la poesía española de esos años, que quizá no sepa quién era Batlló, que para él Gloria Fuertes era aquella ancianita a la que se le escapó el globo y recitaba ripios a los niños de los setenta. Quizá debería mirarse esa alineación y aprender alguna cosa del sabio en lugar de salivar embobado mirando cómo se le escapa la cometa blanca.
Un beso.