Cuando Harold Bloom vino a recoger su merecido premio Catalunya los titulares de prensa se centraron en sus habituales ataques a la calidad literaria de Harry Potter. Los periodistas le preguntaron por enésima vez su opinión sobre la saga del mago y él contestó por enésima vez que le parecía mala literatura. Recuerdo una conversación días después con un amigo que, por intereses comerciales, le debía mucho a Potter. Estaba indignado, me decía que quién se creía ese tal Bloom que era para echar pestes de las novelas de J. K. Rowling, que a tanta gente gustaban. Es lo que tiene la democratización de la cultura, que todo el mundo tiene una opinión.
"El canon occidental" de Harold
Bloom es una obra tan susceptible de desacuerdo como cualquier otra. Lo que es
difícil de negar es que su autor es uno de los más grandes sabios vivos que
hablan y escriben sobre literatura. ¿Quién es Bloom para opinar sobre Potter?
Un sabio, y como tal su opinión importa o debería importar. La opinión de mi
amigo, además de ser interesada, no. La opinión de los millones de lectores
debería importar a sus amigos, primos y demás familia, pero no debería formar
parte del debate literario. Saber distinguir el fan, del tertuliano, del oportunista,
del sabio es una tarea sencilla que, por desgracia, se está echando a perder. A
los intereses comerciales que manipulan las opiniones del planeta les interesa
sobremanera que esa tarea fracase. Viven de ello. Vale más la opinión
equivocada de un sabio que la acertada de un ignorante, pero no interesa.
Cuando se estrenó la saga original de
"Star Wars" yo ya era un niño marcado por "El ángel
exterminador" de Buñuel. Esa película me cambió la vida y las naves
interestelares dejaron de interesarme de inmediato. Aparte de su enorme éxito
comercial, no recuerdo tampoco que las críticas fueran demasiado entusiastas
por aquel entonces. Yo las vi de adulto y me gustó el aroma de western de la
primera, me aburrió la segunda y me pareció denunciable la tercera. Cuando todo
parecía olvidado volvieron a inundarnos con una segunda trilogía de la cual, a
duras penas, se salva una carrera de vainas. Lo que es peor es que la mayoría
de los fans de la saga que conozco reconocen que los actores están horribles y
muchas de las películas parecen serie B. Me dicen que el fenómeno está más
allá, en otro lugar, en el diseño, en la iconografía, en una infinita capacidad
para el márquetin. Pues muy bien.
Después de la más o menos reconocida pifia de
la segunda trilogía, la compañía Disney nos adereza la vida con una tercera. Me
niego a que me digan que es una manía mía contra las películas de ciencia
ficción. Las dos películas que J.J. Abrams hizo sobre la saga Star Trek me
gustaron; me gustaron mucho, sin haberme interesado nunca el universo Star Trek.
Lo nuevo de Star Wars puede tener una factura algo mejor, pero las historias
siguen sin sostenerse más que a través de su propia mitología. Recuperamos a
tal o cual actor por muy acabada que esté su carrera o muy malo que haya sido
siempre, volveremos a ver el monigote de aquel engendro cibernético o aquel
mono gigante. Y con eso ya salimos del cine contentos. ¿Y quién soy yo para
decir nada? Nadie.
¿Cómo se distingue a un sabio de alguien que
no lo es? Pues es bastante sencillo. Basta con leerlos o, en su defecto,
escucharlos. El sabio es aquel que no es un cretino. Sí, M., ya sé que parece
una obviedad. Me explicaré. El sabio es aquel que habla de aquello acerca de lo
que sabe más que los demás y luego calla. Harold Bloom es un
sabio, sí, pero su opinión sobre la nueva plantilla del Barça es completamente
irrelevante. Para distinguir a un buen crítico de cine hay que leer a muchos
críticos de cine que sólo saben poner estrellitas; para encontrar a un buen
crítico literario conviene leer a muchos críticos literarios de mierda.
Y llegamos al quid de la cuestión. Hace unos
días Javier Marías levantó una de sus habituales polvaredas, previas a la
publicación de una nueva novela, con un artículo sobre los falsos mitos de la
literatura femenina y Gloria Fuertes. ¿Es Javier Marías un sabio? No. Es un
opinador habitual, pero le da igual sobre qué. Como muchos otros literatos
actuales viven de opinar a diestro y siniestro, trepando como infinitos
lameculos del grupo Prisa. De este hecho el matrimonio Lindo-Muñoz Molina nos
ha dado tantos ejemplos maravillosos que me lloran los ojos.
Siempre reconocí en Javier Marías
talento literario aunque no me gustaban sus novelas. Con el tiempo, un
celebrado crítico alemán lo encumbró al Olimpo de los autores europeos modernos
y yo pensé que, quizá, traducido al alemán, salía ganando en profundidad.
Después reconocí mi error al encontrar "Tu rostro mañana" una novela
extraordinaria. Pero ahora vuelve a escribir novelas como las de antes, que se
venden más. La sabiduría que le falta a su talento la tenía su padre, Julián
Marías, hombre sin duda equivocado pero con unos conocimientos y una capacidad
para transmitirlos que lo hicieron un dios a mis ojos cuando, Pitxu se acordará
de esto, me salvó la filosofía de la selectividad.
Uno de los más grandes sabios sobre la poesía
española de la segunda mitad del siglo XX, si no el mayor, fue José Batlló. La
deuda que muchos poetas tienen con él es infinita y reconocida, basta indagar
un poco para saberlo. Editó, dirigió colecciones, tradujo y escribió poesía
como casi ningún otro. Como una sombra, su nombre lo impregna todo. Si se
quiere conocer a fondo la poesía de los 60, los 70 o los 80 a él debemos consultarle.
Y es aquí cuando el sabio nos señala con su dedo al cretino.
¿Por qué Javier Marías no es un sabio? Porque es un cretino. Porque le gusta escribir
sin saber, a partir de teletipos o noticias sesgadas por diarios semidifuntos.
En el artículo que levanta la famosa polvareda Marías no razona mal. Dice
cuatro evidencias sobre la historia de la literatura femenina, crea su canon,
nada original, y se manifiesta contra la presión de los lobbies que quieren
colocar las fotos de sus héroes en todos los plafones. El problema de su
artículo radicaba en la pobre Gloria Fuertes. ¿Qué pintaba ella en todo este
embolado?
Aprovechando que se cumplen 100 años de su
nacimiento su figura está viviendo un pequeño reconocimiento en forma de
reediciones, biografías y homenajes. No entiendo mucho de poesía, no es mi
género preferido, pero en el año 1997 Batlló hizo una alineación de los mejores
poetas españoles vivos para un especial de la revista Taifa, que dirigía. En
esa alineación, de medio centro, estaba Gloria Fuertes y si de una cosa estoy
seguro es de que Batlló no lo hacía por motivaciones extraliterarias.
Cuando Marías comienza su artículo
sorprendido por el resurgir de la poetisa y afirmando que en su opinión no
merece estar en ningún canon literario asoma ese Marías ignorante que ha
rellenado tantas páginas de naderías. Conociéndole, habiéndole leído, es fácil
concluir que no conoce la poesía española de esos años, que quizá no sepa quién
era Batlló, que para él Gloria Fuertes era aquella ancianita a la que se le escapó
el globo y recitaba ripios a los niños de los setenta. Quizá debería mirarse
esa alineación y aprender alguna cosa del sabio en lugar de salivar embobado
mirando cómo se le escapa la cometa blanca.
Un beso.
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