Querida M.,
Tuve una compañera en la facultad a la que quise mucho.
Se llamaba Esther, tenía unos ojos enormes, una larga cabellera rubia y
dignidad. En el último curso de la carrera el profesor de televisión le
recomendó que para las prácticas se hiciera un peinado más sugerente y no
dejara caer su melena lacia y desinteresada. Creo que le hizo caso una vez y
nos burlamos de ella por aquel pelo inflado. Aunque no quiso seguirlo, el
consejo no era machista, aquel profesor se preocupó por su futuro y le quiso enseñar
un camino que, supongo, ella no quiso recorrer. En vísperas del partido
España-Italia la recordé viendo una tertulia deportiva de Televisión Española.
Había allí un montón de varones francamente feos y, en algunos casos,
francamente estúpidos opinando sobre la selección y para la encuesta a la
audiencia tenían una hembra en minifalda subida a unos tacones vertiginosos
francamente hermosa que, casi seguro, había salido de alguna facultad de
periodismo y había aprendido a peinarse como es debido. Esa chica suele tener
la misión de apuntar en una pizarra lo que dicen los lumbreras que la rodean y
aquel día había realizado una encuesta al público en la que preguntaba quién
iba a ganar el partido de octavos de final. Al llegar el momento de dar los
resultados dijo: que ganará España, tanto por ciento, que ganará Italia, tanto
por ciento y entonces dudó un momento y, por desgracia, había otro tanto por
ciento que no sabía, no contestaba, como si existiera otra posibilidad.
Estudiar una carrera, quizá hacer un máster, para llegar a la conclusión de que
una minoría de la población es incapaz de adivinar el futuro me pareció triste.
Hoy he vuelto a pensar en ello viendo un capítulo de
Seinfeld. Jerry le gasta una broma a Elaine diciéndole que Tolstoi quería
titular “Guerra y Paz” con otro nombre, “Guerra: para qué sirve” (una vieja
canción de Edwin Starr) y que fue su amante la que lo convenció de ponerle el
título definitivo. Elaine se lo cree y se lo suelta al primer escritor ruso que
conoce. Pues eso, M., estudiar periodismo para qué sirve en un país en que los
informativos de las televisiones dan pena, la televisión pública da pena, las
emisoras de radio dan pena y los periódicos más importantes dan mucho más que
pena. La inmensa mayoría de los columnistas son estómagos agradecidos que ya
sabes lo que van a decir antes de comenzar a leer. Los opinadores son oficiales
y siguen la voz de su amo y la de las habichuelas. Encontrar un periodista que
no piense en su interés, del tipo que sea, antes que en el de su audiencia es
tan difícil como reparar el aire acondicionado en verano. Antes teníamos los
estómagos agradecidos y los otros. Ya casi no quedan los otros y, si hay alguno,
ya se encargan los primeros y las redes sociales de desacreditarlo. Ahora
tenemos los estómagos agradecidos y una nueva raza de periodistas: los serviles
sin percatarse; aquellos que se ganan la vida creyéndose honestos porque, para
ser un buen estómago agradecido, hay que ser consciente de ello.
El día después de las últimas elecciones La Vanguardia
tituló de la mano de Iñaki Ellakuría (con k y acento) que Ciudadanos había
perdido 8 escaños pero mantenía intacto su poder de negociación. No lo cito
exacto por no equivocarme, he sido incapaz de volver a encontrarlo. Aquel
titular duró sólo un par de horas, imagino que el tiempo que tardó otro
periodista en darse cuenta de la estupidez. La única verdad que se podía
encontrar en él es que, efectivamente, la capacidad de negociación de
Ciudadanos con 40 escaños y con 32 es la misma: cero. A Ellakuría le pudo el
subconsciente. Es autor de un libro de infinita subordinación llamado “La
alternativa naranja” y estoy convencido de que su pasión por el partido de
Rivera no es interesada sino un hecho que impregna todo su ser y, por ende, los
artículos que nos escribe.
Un beso.
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