dijous, 3 de gener del 2013

Ispahán y la propiedad intelectual


Querida M,
Corretea por la red un poema de Borges que la gente se envía en un acto de amorosa complicidad. Es un texto de ésos, como los que se incluyen en los powerpoints románticos acompañados de música dulce que genera recuerdos. Habla de la amistad, de la vida, del amor, de besos y regalos. Y muchas de las personas que lo reciben quedan satisfechas por la dosis de hermoso cariño recibida y el poema actúa como un libro de autoayuda ideal para momentos delicados.
Y entonces, como diría el poema, uno se pregunta si la realidad merece la pena. Si no es mejor quedarse con la satisfacción del engaño, si saber demasiado puede ser perjudicial y convertirte en un James Steward perseguido. Y no tengo respuesta, sólo sé que soy así y que la primera vez que leí ese poema me quedé horrorizado por lo mal escrito que está, con la certeza de que no es de Borges. Investigando, leí que en un homenaje a Leopoldo Lugones, el anfitrión lo consideró apropiado para la ocasión  y lo leyó ante María Kodama atribuyéndolo a su marido, y a la pobre casi le dio un pasmo.
Ya son muchas las variantes que se pueden encontrar de ese texto, cada vez con peores resultados pero, según parece, el poema en cuestión es una traducción del inglés de una escritora cristiana llamada Veronica Shoffstall. El poema quiere cumplir su función de entrelazar un poquito más, si cabe, los lazos de una amistad. Si lo logra, bienvenido sea.
En su antología de cuentos breves, el mismo Borges recoge un célebre relato que cuenta la historia del criado (o jardinero, según versiones) que se cruza con la muerte y marcha a Ispahán (o la India) para huir de ella. Borges lo toma de una obra de Cocteau titulada “La gran separación”. Es ese texto el que utiliza Atxaga para recrearlo en “Obabakoak” y reescribirlo después con un final diferente en el que el criado salva la vida. Atxaga no dice de quién lo tomó así que, hurgando, descubres que el mismo relato tiene decenas de traducciones y múltiples posibles autores, entre ellos, el mismísimo García Márquez, que lo adaptó como parte de un taller literario.
Resulta que ese relato es muy conocido en Holanda por una versión en verso y se memoriza en los colegios o se usa como leyenda para placas o tarjetas. El supuesto autor del poema es un tal Pieter van Eyck que, ya en su día, se lo había copiado a Cocteau. El hecho es que la misma historia se puede encontrar en antologías de obras sufíes e incluso hay quien asegura haberlo leído en “Las mil y una noches”. Pero ahí no está, aunque haya pasajes con alguna similitud. Hallé incluso un análisis de “Las mil y una noches” en el que se ponía este relato como ejemplo de la obra.
Las fuentes más fiables lo consideran un relato clásico de la literatura medieval judía o musulmana y es muy posible que su enorme popularización se deba a estar incluido en la obra más importante del filósofo sufí Rumi, en una versión ya muy cercana a la que conocemos ahora. Lo de verdad curioso es que, al final, esa historia sirva tanto para la mentalidad de un holandés como para la de un seguidor del islam.
Un beso.
R.

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