Crecí rodeado de muertos,
amenazas de bomba y botes de humo. Me harté de escuchar que aquel no era el
camino, que por las vías democráticas Euskadi podría conseguir cualquier cosa
que se propusiera. Y me lo creí. Muchos años. Sigo pensando que aquel no era el
camino, pero ya no me creo la segunda parte de la ecuación. Hemos viajado tan
hacia atrás en el tiempo que mis convicciones se debilitan. Y mira que hace
años que me acompañan.
De tanto en tanto aún
resuenan en mis oídos las palabras de Alfonso Guerra sobre cómo se cepillaron
el Estatut de Catalunya simulando ser carpinteros. Éstas son las posibilidades
que da el congreso de los diputados a cualquier iniciativa democrática de
vascos o catalanes. Aquel Estatut fue presentado por su propio partido, a
iniciativa de uno de los más grandes políticos que ha tenido la España de la
transición y, aún así, aquel energúmeno presumió en público de habérselo “cepillado”.
Poco antes pasó por el
mismo lugar Juan José Ibarretxe con su plan. A ése se lo cepillaron antes
incluso de entrar en la comisión y Guerra presumió de ello con el mismo
espíritu democrático. Tanto Ibarretxe como Maragall, ante la deriva centralista
de los gobiernos españoles, fueron a Madrid con una propuesta bajo el brazo con
la que atajar un problema que se intuía creciente. Uno socialista y el otro
nacionalista moderado, pero ambos proponían soluciones similares: federalismo
asimétrico o estado libre asociado. En mi adolescencia también me cansé de
escuchar conceptos como comunidades de vía rápida, naciones y regiones,
televisiones autonómicas que revitalizaran las lenguas propias perseguidas…
Veinte años después escucho, como una letanía, que España no es un estado plurinacional,
que todas las comunidades, históricas o no, son iguales, que por qué en los medios
públicos autonómicos hay que hablar sólo la lengua autóctona… Hemos retrocedido
tanto… Casi diez años después tenemos el parlamento vasco con una aplastante
mayoría nacionalista y más de un millón de catalanes en la calle pidiendo la
independencia. Grandes logros, España.
Desde entonces, los partidos
que han gobernado en Madrid han ilegalizado otros partidos, han encarcelado,
sine die, al líder de la pacificación de Euskadi, han recorrido España recogiendo
firmas contra el ya aprobado Estatut de Catalunya, suprimiendo artículos que
están vigentes en otras comunidades, han convertido el catalán de Aragón en
Lapao e, incluso, una consejera de
Cultura de apellido “Catalá” ha tratado de obligar a los lingüistas valencianos
a cambiar el nombre de su propio idioma. Se ha puesto de moda decir que en Cataluña
se vive un clima de crispación y “violencia” latente, abundan las comparaciones
con el genocidio nazi, se habla de una fractura social que casi nadie ve.
En el año 1994, la
televisión pública española vetó la aparición de Quim Monzó en un programa
dirigido por Fernando Trueba. Monzó, para mí uno de los mejores escritores
de cuentos de la literatura mundial, fue a Madrid para que lo entrevistara el
Gran Wyoming, le pagaron el hotel y le hicieron volver a casa. Cuando hablo con
clientes u otros libreros del resto de España casi nadie sabe quién es. Hace
una semana el Instituto Cervantes vetó la presentación de la excelente novela,
escrita en castellano, de Albert Sánchez Piñol “Victus”. El autor fue hasta
Holanda y la presentación programada desde hacía meses fue suspendida por
motivos políticos. Recuerdo viejas polémicas en las que se oían quejas contra la
Generalitat por fomentar en el extranjero sólo la literatura escrita en catalán.
Según parece, el Instituto Cervantes ni siquiera fomenta la escrita en castellano
si viene de un catalán.
Uno de nuestros cantantes
más internacionales vio cómo se le suspendía un concierto junto a Manu Chao en
Málaga. Lo más curioso resultó que a Manu Chao, francés, sí se le permitía
actuar siempre y cuando no dejara subir al escenario a su compañero de gira,
Fermin Muguruza, español a todos los efectos. Hace más de diez
años que Muguruza no puede actuar en Madrid, a pesar de tener muchísimos
seguidores. El año pasado uno de los más importantes artistas españoles de los
últimos años (no lo digo yo, su legión de admiradores está plagada de nombres
ilustres), Albert Pla, vio cómo le suspendían un concierto en Gijón porque
había dicho que esta España le daba asco. Nadie tiene más derecho que Pla a
decir una cosa así porque su enfrentamiento contra todo y contra todos ha sido
de una coherencia intelectual envidiable. Porque ha cantado en catalán cuando
pocos lo hacían y en castellano cuando le dio la gana. Y porque sí, porque esta
España que prohíbe cantar da asco.
Hoy he quedado impresionado
por las imágenes de la manifestación en Barcelona. Yo no he ido, por supuesto,
pero tal ejercicio de civismo democrático debería resultar maravilloso para
cualquiera que aprecie una reivindicación pacífica, por muy lejos que se
encuentre de sus postulados políticos. Me ha irritado ver a Pernando Barrena en
ella, diciendo que sentía envidia de lo bien montado que estaba aquello.
¿Envidia? ¿Cuántos muertos y sangre ha justificado hasta darse cuenta de esta “envidia”?
Porque esos catalanes han hecho lo correcto. Han seguido el camino correcto que
yo escuchaba de niño que debíamos seguir los vascos. Lo han hecho todo bien, la
organización, la fiesta, la reivindicación. Todo bien. Y sin embargo, esta
España que da asco va a mirar para otro lado; con todas las ganas del mundo de
equivocarme.
En el año 1998 se publicó
un libro que preveía esta situación y proponía soluciones al malbaratado Estado
de las Autonomías. Ésta era la preferida del autor, transcribo: “el reconocimiento
del hecho diferencial nacional como una realidad singular e infungible
determinada por caracteres culturales, lingüísticos, jurídicos, etc. (…) De
ello se derivarán unas competencias tanto más plenas cuanto más pleno sea el
reconocimiento del hecho nacional diferencial. Así, la diferencia lingüística
ha de proyectarse en campos tan distintos como la competencia exclusiva sobre
educación, la cultura, la titularidad de medios de comunicación social y la
competencia sobre su ordenación , la organización y procedimientos de los
poderes públicos, la selección de personal funcionarial para su prestación,
etc. (…)Las transferencias competenciales y de los correspondientes recursos
económicos (…) debiera ser la consecuencia del previo reconocimiento
conceptual, como Nación, del hecho diferencial y de su correspondiente
entramado institucional. Ello permitiría que la calificación, las instituciones
e incluso el acervo competencial de una Nación peculiar, como Cataluña o
Euskadi, no tenga por qué ser generalizado cualquiera que sea la estructura del
Estado global”.
El autor de aquel libro es un “padre” de la Constitución de 1978, nacido en Madrid y miembro fundador del Partido Popular. ¿Cómo puede ser que yo suscriba casi en su totalidad el contenido de un libro de este señor y sienta repelús ante la España que nos está tocando vivir?
El autor de aquel libro es un “padre” de la Constitución de 1978, nacido en Madrid y miembro fundador del Partido Popular. ¿Cómo puede ser que yo suscriba casi en su totalidad el contenido de un libro de este señor y sienta repelús ante la España que nos está tocando vivir?
Un beso.
R.