dimecres, 25 d’agost del 2021

Ladrones de manzanas

Querida M.,

De todos los viajes que hacía con mi padre el mejor era cuando íbamos a la fábrica del KAS. Llevábamos botellas vacías para el envasado y, mientras esperábamos que nos descargaran, teníamos una neverita de la que podíamos coger todos los refrescos que quisiéramos. Por entonces, era la marca más consumida en Euskadi (supongo que por todo el norte) y había patrocinado muchos años un equipo ciclista de cierto éxito. Aunque nunca fui de refrescos, acababan de sacar un nuevo sabor, el KAS de manzana, que me gustaba mucho y no podía beber a menudo. Así, algunas veces, salía de aquella fábrica con un horrible dolor de garganta que me impedía seguir bebiendo. Curiosamente a mi padre lo que más le gustaba era el agua que usaban para hacer las bebidas, decía que era extraordinaria; nunca lo comprobé. A pesar de las campañas publicitarias no me parece que el KAS de manzana tuviera un gran éxito, se daba un aire a la sidra con gas pero sin alcohol. Merecía más.

A la sidra gasificada nosotros la llamábamos sidra achampañada, no sé si es una denominación oficial. Ahora hay refrescos sin alcohol que se usan para que los niños brinden en las fiestas simulando el cava (para nosotros, de niños, champán, en copa ancha, y semiseco), pero entonces bebíamos sidra achampañada de ésa, con la graduación de una cerveza muy floja. La más famosa era El Gaitero, pero nosotros bebíamos la Jai Alai, que la hacían en sidras EVA, otra fábrica a la que íbamos a menudo. Aunque soy muy aficionado a la sidra natural, nunca perdí la gracia de beber sidra con gas, sobre todo en verano.

El año de universidad que compartí piso con Tomasz, un profesor de matemáticas polaco, le hice dos grandes descubrimientos culinarios: los donuts y la sidra con gas. Él había aprendido castellano en Méjico y no soportaba verme comer donuts porque decía que los de Méjico eran muy aceitosos y pensaba que los de aquí eran iguales. Hasta que un día los probó (antes de que los envasaran al vacío) y descubrió fascinado su mágico sabor. En el supermercado DIA al que íbamos juntos a comprar, nos dimos cuenta de que la marca blanca de sidra era la misma que la Jai Alai. Compré una botella y le gustó tanto que decidimos instaurar la costumbre de comer juntos todos los sábados bebiendo un par de botellitas de sidra DIA a precio más que asequible. Los fines de semana nos quedábamos solos porque el resto de estudiantes volvían a sus casas, acabábamos de comer y, algo piripi, Tomasz decía que se iba a echar una “migdiadita”, perfecta mezcla del diminutivo mejicano y su recién adquirido léxico catalán.

Como la familia no me acompaña, he tenido que mantener en soledad la tradición de beber una botella de sidra achampañada algunos fines de semana, no soy muy exigente, me sirve cualquiera. Hace unos meses, intentando comprarla, descubrí una nueva marca que se vendía en botellines de envasado la mar de atractivo: Ladrón de manzanas. No decía sidra en el etiquetado, lo ponía en inglés, Cider, pensé “habrá que probarla”… Hasta que vi el precio, era carísima, como una cerveza de alto standing. Busqué la sidra habitual y no la encontré. Desde entonces, desaparecieron en todos los supermercados las sidras con gas, sustituidas por esos ladrones de manzanas a precio de oro. Salvo Mercadona, que continuaba vendiendo su marca blanca en botellines, me empezó a resultar imposible encontrar otra sidra que no fuera la marca que no tardé en saber que pertenecía a Heineken y era igual de vulgar que su cerveza.

Después de dos años dando la matraca con anuncios de “Ladrón de manzanas” no sé cómo les va, si venden mucho o qué. Sólo sé que las cosas han vuelto a la normalidad y ya puedo comprar  en casi todas partes sidra achampañada de marcas dispares. Hace unos días piqué y compré dos distintas, aparte de la de marca blanca (elaborada en Asturias) al precio baratito habitual, me llevé una sidra gallega que garantizaba elaboración y manzanas ecológicas, y costaba el doble, claro. Metí ésta primero en la nevera por el ansia de probarla y, mecachis, me costó acabarla. Entre multinacionales y artesanales le acaban a uno con las ganas de vivir.

Un beso.

R.