Querida M,
“Te cambiará la
vida”. Me lo dijeron tantas veces que perdió el significado. No es que no me lo
creyera, es que era una obviedad, ya me lo figuraba. Antes éramos dos y ahora
somos tres. Antes no teníamos otra cosa que hacer que pensar el uno en el otro,
ahora los dos pensamos en un tercero.
Nos cuesta cambiar. Conservadores por
naturaleza, los cambios han sido siempre síntoma de que algún oscuro oráculo
nos está clavando agujas en las articulaciones. Para ayudarnos en ese proceso
están la autoayuda y el orientalismo. Según el I Ching, libro que asimila lo
mejor de la sabiduría oriental con un estúpido sistema de adivinación, ante los
cambios necesarios sólo debemos evitar dos errores: el primero, la prisa
excesiva, que nos puede llevar al desastre. El segundo: vacilar sobre el cambio
o el espíritu conservador ante el mismo son detalles en extremo peligrosos. Una
vez hablados y ponderados, sólo aceptando los cambios éstos cumplirán con sus
objetivos.
“Te cambiará la
vida”, como si la vida no consistiera en cambiar. No se trata de los pequeños e
inútiles cambios cotidianos que estropean la rutina más noble. La vida consiste
en los grandes cambios, M., en aquellos que nos sacan del estado de sopor en el
que nos instalamos, y nos pellizcan en la espalda, tan fuerte que abrimos los
ojos de par en par y damos unos cuantos pasos más, no siempre hacia adelante.
El día en que me dijeron que habían
pensado cambiarme de la sección de discos a la de libros se me vino el mundo
encima. Todos creían que eso me haría feliz, pero yo, enfermo de libros, me
había habituado tanto a saber dónde estaban los cedés, que se me hacían
infinitas las estanterías de literatura. Para este tipo de reacciones, la
autoayuda nos ofrece su manual “¿Quién se ha llevado mi queso?”, una fábula más
bien infantil, para cargos intermedios, que trata de convencerles de lo bueno
que es aceptar de buen grado los cambios a los que los obligan los cargos
superiores.
“Te cambiará la vida”, “disfrútalo ahora, que
después no podrás”, son cosas que te dicen y retratan a los que te las dicen,
los dibujan como aquéllos que han pasado ya por el mismo trago, pero no saben
explicarlo. Como aquéllos que dicen “te acompaño en el sentimiento”, a falta de
algo mejor. No es criticable, me habría ahorrado muchas inmersiones por espesos
cañaverales tener la lucidez de recurrir a frases hechas, a mentiras piadosas,
en todas las ocasiones en que no he sabido hacerlo.
Las ediciones
españolas del “I Ching” y “¿Quién se ha llevado mi queso?” son, en sí mismas,
curiosos ejemplos de lo que suponen los cambios. Durante muchos años, la única
versión castellana del “I Ching” fue la publicada por la editorial Edhasa, a
partir de la versión en alemán de Richard Wilhelm. En un acto de previsión intelectual
sin precedentes, la editorial Atalanta publicó la primera traducción directa
del chino y la tituló “Yijing”, se supone que para darle un aire de mayor respetabilidad.
Dado que se trata de un método de adivinación, alguien debió de utilizarlo para
prever que ese libro no estaría siempre con la portada visible hacia el
público, debió de creer que a la gente, en el fondo, los cambios no le gustan
tanto como parece y decidió que en el lomo, para cuando los ejemplares a la
venta estuvieran en la estantería, mejor que el novedoso nombre “Yijing”,
convendría que apareciera el clásico y reconocible “I Ching”. No fuera a ser
que, con tanto cambio, lo pasáramos de largo.
En un acto de
previsión económica que honra a los editores castellanos de “¿Quién se ha
llevado mi queso?”, la traducción del texto fue curiosamente sustituida al poco
tiempo de ser publicado. Dada la nula complejidad literaria de la obra, no
parecía probable que se tratara de una mejora. Debajo del título hay un
subtítulo que reza “cómo adaptarnos a un mundo en constante cambio”. ¡Qué mejor
ejemplo! La traducción original del libro está a nombre de Montserrat Gurguí,
conocida por otras múltiples traducciones de novela negra; bonita metáfora. Las
malas lenguas dicen que, en vista del impresionante éxito de ventas que tuvo el
libro nada más salir al mercado, la editorial Urano decidió que mejor que pagar
un porcentaje por los derechos de la traducción, era cambiar unas cuantas
palabras aquí y allá por algunos sinónimos de procesador y ponerla a nombre de
un traductor que no cobrara. El nombre de Gurguí ha desaparecido en el ISBN
incluso de la primera edición, ahora figura un tal José Manuel Pomares, de
quien no investigaremos más.
Un beso, para qué
cambiar.
R.