Hace tiempo que no quedan lunes
normales. Son más de las doce, miro por la ventana y el campanario de la
iglesia aparece diáfano gracias a una curiosa luz fluorescente. He quitado el
trapo protector del telescopio, he limpiado las lentes con una gamuza y me he
acercado a ver cómo lucen las campanas, así, iluminadas. Me cuesta aceptar que
el badajo queda boca arriba y cuando me acostumbro a las imágenes invertidas veo
a una pareja de petirrojos que se picotean el cuello justo debajo de una de las
campanas. Cambio la lente por una de más aumento y estaba confundido; son dos
estorninos los que realizan juegos amorosos sobre una de las campanas. Miro a
ver si tengo una lente que me acerque más y coloco el duplicador, ese aparato
cuyo nombre ahora no recuerdo. Y me sorprendo de mi error, ahora puedo ver cada
detalle de los picos de dos feos tordos que se frotan las cabezas. Algo no me
cuadra, quizá sea esa luz fluorescente que el ayuntamiento o la parroquia le
han puesto a la torre más elevada de Cerdanyola. Recupero la primera lente y
trato de ver las campanas en su conjunto y descubro el misterio: es una fiesta,
M., y los pájaros aprovechan para reunirse, a festejar, con
vasos de cubata entre las alas. La luz es intensa y lila, pero prefiero no pensar en ello.
Sólo se me ocurren dos maneras de
explicar mi estúpida torpeza para caminar por la calle que me lleva y me trae a
la estación los días que ha llovido. Trato de correr si se me escapa el tren y
comienzo un eslalon que me acojona de tal forma que me detengo a reflexionar
sobre mi existencia y recuperar la respiración. Trato de ir despacio y los pies
me huyen y mi vértigo se acelera. Al principio creí que eran los zapatos
marrones, que debían de tener una suela distinta y escurridiza. Pero he
comprobado que también me pasa con las zapatillas deportivas y ya no tengo muy
claro que todo sea cosa de calzado. La otra posibilidad es el desarraigo. Aquí
llueve poco, M., muy de tanto en tanto, y casi siempre con una violencia poco
razonable. Las pocas veces que llueve suavecito, el suelo coge una pequeña
pátina de humedad y mis pies se confunden y creen que están caminando por
Vitoria y tratan de recordar cómo era aquello y no lo logran y se les
desacompasan los pasos y les bailan los dedos a un son equivocado. Llego a
casa, me quito los zapatos, los calcetines, y los dedos no son capaces de
mirarme a la cara, avergonzados como están por el ridículo de resbalones y
sustos mal medidos.
Como tengo pocas ganas de escribir, he
metido mis dos libretas en la mochila. Subo al tren, meto la mano a ciegas y el
tacto me dice que la nueva es ésa, y la saco para escribirte algo y no, es la
vieja, la de Klimt. No lo comprendo porque las tapas de la libreta nueva son
más rugosas y se distinguen con facilidad. Creo que me la están jugando, que
saben que la vieja tiene aún algunas páginas en blanco y creen que no estoy
dispuesto a utilizarlas. Tratan de presionarme y no saben que sí, que ya las
rellenaré algún día. Todo el mundo me mira cuando meto la boca en la abertura
de mi mochila y les hablo y les digo que tranquilas, que escribiré ahí, en otro
momento. Pero no hay tu tía, a la siguiente vez meto la mano, palpo, y saco la
que no es.
Me estoy viendo acercarme en un viaje
futuro a ti. Parece un lunes normal pero es
raro, casi azul, como si fuera otro tipo
de lunes. Llego a la estación de tren y me cruzo con una bandada de pájaros de
distintas razas que zigzaguean como si estuvieran borrachos, aunque camino
despacito por el miedo, me resbalo en las líneas blancas de un paso de peatones
y casi me mato mientras introduzco la mano en el bolsillo para coger el
bonotrén. Me subo al primer vagón y me equivoco de libreta para escribir. Ya
son casi las diez, estoy llegando a Sagrera, desconcertado aún por la
acumulación de cosas raras que me están pasando. Llego a mi destino y todo
vuelve a su ser: estás tú, un par de besos, cielo, ¿todo bien?
R.
P.S. Los lunes estoy solo en la librería. Los días que estoy sólo y el
cielo está plomizo y abandonado pongo a Itoiz toda la mañana, todas las
canciones. Pongo “Astelehen urdin batean” y enciendo las luces.
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