Querida M.,
Durante muchos años coincidí con mi amigo
Albert en la manía de ver algunas películas de forma compulsiva. Las había comunes,
“Centauros del desierto”, “Casablanca” o “El padrino”. Supongo que “Amarcord”
era sólo cosa mía. Esa deria se me fue al nacer U., cuando la tele pasó a ser
patrimonio de la humanidad. No hace mucho estábamos comiendo y por hablar de
algo la mami y yo comenzamos a recordar frases míticas de nuestras películas
favoritas. A U. le interesó la temática y, desde entonces, cada vez que vemos
un clásico y una frase le resulta graciosa nos pregunta “¿ésta es de las míticas,
no?”
Es así como hace poco volvimos a ver “Casablanca”,
en familia, todos en el sofá. La encontré aún mejor que como la recordaba y me
pareció casi premonitoria. En estos tiempos en que todo es en blanco y negro,
los grises de la película se agradecen más que nunca. Rick, el personaje de
Humphrey Bogart es, además, el más genial equidistante de la historia del cine
y eso, quieras que no, lo pone de moda.
Desde los sectores más radicales del
independentismo han encontrado por fin una palabra para definirme:
equidistante. Es claramente errónea, pero yo, sin partido ni filia patriótica
conocida, no puedo evitar sentirme aludido. En teoría, equidistantes somos
aquéllos que dejamos entrar a todo el mundo en nuestro bar, que el sí o el no
nos dan lo mismo, vaya; pero como la palabra ha nacido con cierto tonito
despectivo lo que en realidad quiere decir es que somos equidistantes todos
aquellos que no estamos por el sí porque en lo más profundo de nuestros
corazones llevamos grabado el no. Y por ahí no paso.
Lo que hace más ofensivo el término es que
quienes lo utilizan saben que la equidistancia no existe. Saben que la inmensa
mayoría de gente dubitativa simpatiza más, aunque sólo sea un poco o mientan,
con un bando que con otro. Y saben, o deberían saber, que a muchos nos importa
un carajo. De verdad, nos importa un carajo y no podemos equidistar en una
línea que no estamos pisando. En realidad todo es una estrategia de guerrilla
para presionar a los abstencionistas a que vayan a votar porque el 1 de octubre
no se está decidiendo si sí o si no (que eso ya se sabe), sino que se calculará
cuanta gente participa para ver si el sí es suficientemente legítimo. Ni
siquiera quieren convencernos de que votemos sí, les da igual, nos quieren para
hacer bulto y por eso nos hemos convertido en el saco de boxeo, y digo saco,
porque nos han metido a todos dentro y están empeñados en que nos hagamos
amigos del capitán Renault.
Hace muchos, muchos años, acompañé a un amigo
polaco (no es un chiste) a una visita guiada al Palau de la Generalitat
invitados por unos amigos adventistas del séptimo día (esto tampoco es un
chiste). Al final de la visita creo que el mismísimo Pujol (no estoy seguro)
nos dirigió unas palabras y de golpe todos se pusieron de pie a cantar Els
Segadors. El polaco se espantó y me preguntó qué estaba pasando y le dije “Tomasz,
ponte de pie, que esto va a ser el himno”. Y es que te aseguro M., que mi vida
no mejora si cambio el himno español por Els Segadors que, como canción, bonita
no me parece. Que la única bandera que me hace girarme es la del Athletic y con
reparos. Que cuando veo las manifestaciones del 11 de septiembre siento
envidia, de verdad, de la buena, por ver lo maravillosamente civilizados que
son los catalanes, siento envidia de lo mal que siempre se hicieron estas cosas
en Euskadi. Me emociono viéndolos felices y convencidos y siento envidia de
ser, ante una estelada, como el luthier protagonista de “Un corazón en invierno”
cuando se le desnudaba Emmanuelle Béart en los morros y él se giraba diciéndole
que no le venía de gusto. Coño M., que era Emmanuelle Béart; que son cerca de
dos millones de personas ilusionadas y yo en el sofá, equidistando.
Hace unos días vi un chiste (por llamarlo de
alguna manera) en el que un dibujante bienintencionado decía que si dejabas la
bandera en el suelo te sentías más libre. Yo también sé reconocer al
equidistante mentirosillo, no te creas, y el chiste desprendía cierto tufo a “deja
tu bandera en el suelo y la mía donde está”. Por eso también me fastidia estar
en el saco. Sé que Catalunya merece (merecemos) un referéndum como dios manda y
que no se lo van a dar; y que hay muchas más razones democráticas a su favor
que la que da el Estado en contra: “lo siento mucho, la vida es así, no la
he inventado yo”. Sé que esa votación del 1 de octubre es un churro con graves
déficits democráticos porque no queda otro remedio, porque ya no se sabe cómo
llamar la atención de los padres. Sé que, como dijo Perich, la mayor fábrica de
independentistas está en Madrid (ole tus huevos, Peridis, que nunca tuviste
gracia pero eres capaz de empeorar). Y por eso sé que la mejor manera de
hacerme simpatizar con la causa no es humillarme. Ya te dije M., que dejar la
causa en manos de los energúmenos no era la mejor estrategia para hacer amigos.
Y aquí estamos. Me cae bien Rick, pero me gusta mucho esto, para casi todo me
siento cerca y no tengo motivos para huir.
Un beso.