dimecres, 6 de setembre del 2017

Dietario de un no independentista abandonado. Volumen VI: Equidistantes


Querida M.,
Durante muchos años coincidí con mi amigo Albert en la manía de ver algunas películas de forma compulsiva. Las había comunes, “Centauros del desierto”, “Casablanca” o “El padrino”. Supongo que “Amarcord” era sólo cosa mía. Esa deria se me fue al nacer U., cuando la tele pasó a ser patrimonio de la humanidad. No hace mucho estábamos comiendo y por hablar de algo la mami y yo comenzamos a recordar frases míticas de nuestras películas favoritas. A U. le interesó la temática y, desde entonces, cada vez que vemos un clásico y una frase le resulta graciosa nos pregunta “¿ésta es de las míticas, no?”
Es así como hace poco volvimos a ver “Casablanca”, en familia, todos en el sofá. La encontré aún mejor que como la recordaba y me pareció casi premonitoria. En estos tiempos en que todo es en blanco y negro, los grises de la película se agradecen más que nunca. Rick, el personaje de Humphrey Bogart es, además, el más genial equidistante de la historia del cine y eso, quieras que no, lo pone de moda.
Desde los sectores más radicales del independentismo han encontrado por fin una palabra para definirme: equidistante. Es claramente errónea, pero yo, sin partido ni filia patriótica conocida, no puedo evitar sentirme aludido. En teoría, equidistantes somos aquéllos que dejamos entrar a todo el mundo en nuestro bar, que el sí o el no nos dan lo mismo, vaya; pero como la palabra ha nacido con cierto tonito despectivo lo que en realidad quiere decir es que somos equidistantes todos aquellos que no estamos por el sí porque en lo más profundo de nuestros corazones llevamos grabado el no. Y por ahí no paso.
Lo que hace más ofensivo el término es que quienes lo utilizan saben que la equidistancia no existe. Saben que la inmensa mayoría de gente dubitativa simpatiza más, aunque sólo sea un poco o mientan, con un bando que con otro. Y saben, o deberían saber, que a muchos nos importa un carajo. De verdad, nos importa un carajo y no podemos equidistar en una línea que no estamos pisando. En realidad todo es una estrategia de guerrilla para presionar a los abstencionistas a que vayan a votar porque el 1 de octubre no se está decidiendo si sí o si no (que eso ya se sabe), sino que se calculará cuanta gente participa para ver si el sí es suficientemente legítimo. Ni siquiera quieren convencernos de que votemos sí, les da igual, nos quieren para hacer bulto y por eso nos hemos convertido en el saco de boxeo, y digo saco, porque nos han metido a todos dentro y están empeñados en que nos hagamos amigos del capitán Renault.
Hace muchos, muchos años, acompañé a un amigo polaco (no es un chiste) a una visita guiada al Palau de la Generalitat invitados por unos amigos adventistas del séptimo día (esto tampoco es un chiste). Al final de la visita creo que el mismísimo Pujol (no estoy seguro) nos dirigió unas palabras y de golpe todos se pusieron de pie a cantar Els Segadors. El polaco se espantó y me preguntó qué estaba pasando y le dije “Tomasz, ponte de pie, que esto va a ser el himno”. Y es que te aseguro M., que mi vida no mejora si cambio el himno español por Els Segadors que, como canción, bonita no me parece. Que la única bandera que me hace girarme es la del Athletic y con reparos. Que cuando veo las manifestaciones del 11 de septiembre siento envidia, de verdad, de la buena, por ver lo maravillosamente civilizados que son los catalanes, siento envidia de lo mal que siempre se hicieron estas cosas en Euskadi. Me emociono viéndolos felices y convencidos y siento envidia de ser, ante una estelada, como el luthier protagonista de “Un corazón en invierno” cuando se le desnudaba Emmanuelle Béart en los morros y él se giraba diciéndole que no le venía de gusto. Coño M., que era Emmanuelle Béart; que son cerca de dos millones de personas ilusionadas y yo en el sofá, equidistando.
Hace unos días vi un chiste (por llamarlo de alguna manera) en el que un dibujante bienintencionado decía que si dejabas la bandera en el suelo te sentías más libre. Yo también sé reconocer al equidistante mentirosillo, no te creas, y el chiste desprendía cierto tufo a “deja tu bandera en el suelo y la mía donde está”. Por eso también me fastidia estar en el saco. Sé que Catalunya merece (merecemos) un referéndum como dios manda y que no se lo van a dar; y que hay muchas más razones democráticas a su favor que la que da el Estado en contra: “lo siento mucho, la vida es así, no la he inventado yo”. Sé que esa votación del 1 de octubre es un churro con graves déficits democráticos porque no queda otro remedio, porque ya no se sabe cómo llamar la atención de los padres. Sé que, como dijo Perich, la mayor fábrica de independentistas está en Madrid (ole tus huevos, Peridis, que nunca tuviste gracia pero eres capaz de empeorar). Y por eso sé que la mejor manera de hacerme simpatizar con la causa no es humillarme. Ya te dije M., que dejar la causa en manos de los energúmenos no era la mejor estrategia para hacer amigos. Y aquí estamos. Me cae bien Rick, pero me gusta mucho esto, para casi todo me siento cerca y no tengo motivos para huir.
Un beso.

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