Querida M.,
Hace ahora seis años, el 12 de noviembre de
2012, te escribí un texto titulado “fachas”. No hablaba de lo que son. Hablaba
de la creación de un caldo de cultivo intelectual para dar legitimidad al
pensamiento ultraderechista que permanecía en el rincón de pensar desde la
llegada de la transición. Editores, historiadores y periodistas comenzaban a dar
por buenos viejos argumentos desterrados y, a fuerza de repetirlos, ya forman
parte de los idearios de los columnistas de hoy, los contertulios de hoy y, por
desgracia, de los políticos de hoy, que los utilizan sin ápice de vergüenza.
Al poco de llegar a Vitoria, mi hermano recibió
la visita de un compañero de colegio en Ermua, se llamaba Jesús. Salieron a dar
una vuelta por nuestro nuevo barrio y, no me preguntes cómo, aunque yo era muy
pequeño, les acompañé. Caminaba ensimismado en mis pensamientos cuando escuché
que Jesús preguntaba si había muchos fachas por allí, por Vitoria, y mi hermano
le contestaba que no. Y salté. ¿Cómo que no? Pues claro que había fachas, había
un montón de heavies, punkies y otras subespecies que vestían de forma rara.
Ellos se miraron con cara de “no sabe de qué está hablando” y yo sentí que
estaba haciendo el ridículo y me callé.
La palabra facha significa una cosa del Ebro
para abajo y dos del Ebro para arriba, así que mientras ambos lados del río no
lo sepan no va a haber forma de entenderse. En casi todas las zonas de la
periferia española un facha no es solo un fascista en la terminología clásica,
es además alguien con una idea concreta de lo que debe ser España, una idea coincidente
con la impuesta por la fuerza durante ese franquismo que, por otro lado, tampoco
tenía un ideario tan extenso.
Se acaba de publicar un libro titulado “No
somos fachas, somos españoles”, conmemorativo de la manifestación españolista
del 8 de octubre de 2017 en Barcelona. No conozco a la autora, la busco en
Google y se mueve en los entornos que te explicaba en aquel texto del 2012, de
hecho, el libro está publicado por una de las editoriales de la que hablaba
entonces, La Esfera de los Libros, aquella que otorgó a Pío Moa la vitola de
historiador. El título no puede ser más clarificador, una de las líneas del
nuevo argumentario facha que se comenzó a forjar durante la última época del
aznarismo nos habla de patriotismos buenos y patriotismos malos. “No somos
fachas, somos españoles”, es una de las consignas habituales que se corean en
ese tipo de manifestaciones, otra de las consignas que suelen gritar es “España
es una y no cincuenta y una”, ¿te suena?
Consignas como ésta dan más patadas a la
constitución de 1978 que todo el independentismo sumado. La traición al
espíritu y la letra constitucionales inunda las declaraciones de los
principales líderes de esta nueva derecha española que de tan nueva huele a
viejo. Rivera y Casado aporrean las puertas del constitucional y las llenan de
escupitajos. Por no hablar de Santiago Abascal, partidario directamente de
suprimir las autonomías. ¿Qué es más anticonstitucional, reclamar un referéndum
de autodeterminación en una de las llamadas nacionalidades o suprimir todo el
orden territorial establecido?
Como siempre, el problema no es que exista
Vox, ni que Rivera se haya quitado la careta (porque en Cataluña todos sabíamos
que llevaba careta), ni siquiera que Casado se haya unido al grupo luchando a
brazo partido por un voto cuando menos discutible. Como siempre, el problema es
que los fachas españoles no están sólo en la derecha. Llenan y condicionan las
políticas de los partidos de izquierda. No dudo de la buena fe de Zapatero en
su día, ni de Sánchez ahora, que un día dice que hay naciones y otro que no,
sólo sé que sus devaneos patrióticos son esclavos de Susana Díaz, Leguina,
Bono, Rodríguez Ibarra, Guerra, Borrell, Vázquez y tantos otros que militan en
el PSOE pero son fachas de corazón, fachas en esa segunda acepción que tú y yo
sabemos, fachas que conocen muy bien qué significa la expresión “hablar en
cristiano” y la sienten muy dentro de su alma.
Viejas glorias de la izquierda catalana
apadrinadas por Francisco Frutos han fundado un partido llamado “Izquierda en
positivo”, entre sus eslóganes “Contra el nacionalismo y contra la inmersión
lingüística”. Muy positivo no lo veo, y entiendo bien el “contra el
nacionalismo”, pero si lo aderezas con un “contra la inmersión lingüística” la
cosa cambia. Izquierda en positivo está en contra de un nacionalismo, pero a
favor de otro. Querer derribar la inmersión lingüística (modelo diseñado por el
PSC y el PSUC cuando el propio Frutos era diputado por el PSUC) no sólo es
impopular, la inmensa mayoría de las familias la prefieren, sino bastante
contrario a la doctrina constitucional. Otro caso de furibundo antinacionalista
de izquierdas es el profesor universitario Félix Ovejero, sin embargo, siempre
que lo leo o lo oigo lo único que me queda claro es su españolidad; ve nacionalistas
por todas partes, yo lo soy para él. Su gran obsesión es la persecución que
sufre lo español en Catalunya, estuvo en la fundación de Ciudadanos y nunca le
he oído una palabra en catalán. La cosa es que este perseguido lleva casi toda
su vida de profesor en la Universitat de Barcelona, cobrando un sueldo de la
Generalitat. Al contrario que él, yo no soy un hipócrita y creo de verdad que
debe ser profesor en esa universidad (si es bueno) y dar las clases en el
idioma que le resulte más cómodo.
Algunos de estos izquierdistas que fundaron
Ciudadanos le bailaron el agua a Rivera durante años hasta el día que se quitó
la careta ante el resto de España y quedaron desnudos. Ovejero se justificó
diciendo que el único error de Rivera había sido abandonar la socialdemocracia
(como si alguna vez hubiera sido socialdemócrata Rivera) y suavizarse contra el
nacionalismo. Para Ovejero, Rivera se ha suavizado contra el nacionalismo, M., sí,
Rivera, el del mitin en Alsasua. Son fachas, M., lo son y mucho porque su
objetivo es españolizar a los niños catalanes, porque los catalanes hacen cosas
pero hablan esa lengua (tan respetable) que deberían guardarse para casa,
porque Cataluña es tanto más paleta cuanto menos hable castellano. En un
discurso atroz, hace unos días Carlos Carrizosa rechazó una invitación a ver
una diada castellera al considerarla nacionalista y despreciativa de los demás,
aparte, se le escapó en el parlament (él siempre habla en castellano, perseguido)
la expresión “un puñetero castell”. Al final de su intervención contrapuso como
tradición catalana que le interesaba más, las pruebas de natación que se
celebran en el puerto olímpico por Navidad. Aparte de lo ofensivo de la
comparación (los castells son una tradición catalana, nadar en aguas abiertas no),
en ella radica la maravillosa hipocresía de los fachas que dicen que no lo son,
porque lo que de verdad divierte a Carrizosa no es nadar, es acompañar a la
feria de abril a Inés Arrimadas vestida de faralaes. Como los patriotismos, hay
tradiciones mejores y peores.
A pesar de que muchos militantes de izquierdas
abandonaron Ciudadanos estupefactos por la sorpresa de descubrir que Albert
Rivera era de derechas, siguen vinculados al partido a través de la heredera de
sus esencias, Sociedad Civil Catalana (SCC). Participan en sus actos, hablan en
sus manifestaciones, se fotografían con sus líderes, cantan y corean como el
que más. SCC tiene en su origen la transversalidad facha de la que hablamos
aquí, pero en la práctica la retahíla de ultraderechistas que ocupaban sus
primeros órganos directivos es un espectáculo. Mi sensación es que desde que se
publicó el libro “Desmontando a Sociedad Civil Catalana” tratan de disimular su
carácter ultra con caras nuevas y rostros más amables, piden a los neonazis evidentes
que se manifiesten un poco más lejos y tienen un discurso más relajado. Pero
están ahí, M., sin que periodistas, intelectuales o políticos socialistas como
Iceta (una desgracia que el más talentoso de los parlamentarios catalanes no
tenga nada de qué hablar) les afeen el gesto, les digan que no con el dedito. El
autor de ese libro, que nadie se ha atrevido a desmentir pero muchos medios han
tratado de ocultar, se llama Jordi Borràs, sí, M., ese Jordi Borràs al que le
partió la cara un policía nacional de paisano, nada facha, placa en mano, al
grito de “Viva España y Viva Franco”.
Un beso.
P.S. Sabes lo poco que me gusta hablar de
cosas recientes sin haber dejado que llueva un poco. Sin embargo, viene al caso
de este texto la persecución que sí que está sufriendo el humorista Dani Mateo.
Hay desde Cataluña una queja unánime del abandono al que la intelectualidad
progresista española nos está sometiendo. Salvo la honrosa excepción de David
Trueba y, en ocasiones, el “Gran Wyoming”, son muy pocos los intelectuales
españoles que alzan la voz contra algunos de los desmanes que han sucedido
estos últimos años. Si lo hacen se les señala con el dedo como acólitos del
independentismo y la ruptura de España. Dani Mateo se ha declarado públicamente
contrario a la independencia pero todo da igual, que él y “Wyoming” se hayan
acabado disculpando por el gag de la bandera es un drama. Y que tantos
escritores, periodistas, cantantes, actores, filósofos, profesores universitarios
y no sé qué más, callen, da asco.
P.S.2. Iba a grabar este documento cuando me
he dado cuenta de que empecé a escribirlo en noviembre del año pasado. La
excusa en aquella ocasión fue la denuncia contra los directores de El Jueves
por otro chiste, el de la cocaína en Cataluña. En aquel texto usaba la última
portada que se censuró en España de la revista El Papus, de cuando el PSOE ganó
las elecciones en 1982. La portada decía “España ya es roja” y yo quería
titular “España ya es facha”. No me gustó cómo quedó, ha pasado un año y no he
escrito nada en este tiempo porque no tengo ni ganas ni ánimo. Como ves, en un
año, todo ha ido a mucho peor. Sólo te he escrito hoy para quitarme esta
historia de la cabeza, ni me gusta ni me divierte, un año es mucho tiempo para
que ande dando vueltas.
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