Querida M.,
Esta historia es la número 100 de un blog moribundo. Empezó bien, con cuentos, personajes olvidados, recuerdos y música. Pero entró la política, lo invadió todo con su miseria y la cosa se fue espesando hasta el bloqueo total del virus. Últimamente he llegado arrastrándome a la entrada 99 y pensando que, por algún lado, estará mi yo bloqueado y aún me quedará alguna historia que contar. Algún relato épico que merezca la efeméride, alejado de toda la basura existencial que detuvo primero mis alrededores y ahora el mundo. Y así, viendo una de las enésimas series que me mantienen atado al sofá recordé la historia que viene a continuación. Es una serie sobre bandoleros andaluces que mejor no mencionar por mala, pero que ha traído hasta aquí viejos fantasmas familiares:
El año 1946 el niño de doce años José Lora fue secuestrado por la banda de Diego el de la Justa, bandolero de Teba, en la provincia de Málaga. La banda la componían otros dos hombres de la misma localidad, apodados El Tobalo y El Chanca, y otros tres más de Cuevas del Becerro, un pueblo vecino, El Tormenta, El Moreno y El Recluta. En aquel secuestro participó también el Rubio Brescia, de Alhaurín el Grande, que por aquella época había abandonado al grupo de los Mandamás y había comenzado a operar por la zona.
La guerrilla antifranquista más importante de la provincia de Málaga fue el Sexto Batallón Guerrillero, dirigido al principio por Ramón Vías y, tras su brutal detención, tortura y muerte, por José Muñoz Lozano, El Roberto. Ambos jefes tuvieron dos cosas en común: su deseo por incorporar al batallón a Diego el de la Justa y al Rubio Brescia y su fracaso en esa empresa. Pero tuvieron una importante diferencia, mientras Ramón Vías permaneció impertérrito ante la tortura hasta morir, El Roberto, nada más ser detenido fue un cooperante activo de la Guardia Civil y responsable de cientos de detenciones y muertes.
Diego el de la Justa tenía un poso ideológico republicano que podría haberlo convertido en un guerrillero antifascista. Quizá. Pero podía el viejo rencor y la necesidad de sobrevivir, Diego no se echó a la Sierra por ideología, sino tras asesinar a un cacique local llamado Pablo Ramos que le había quitado las tierras. Nunca aceptó integrarse en ningún batallón o grupúsculo fuera comunista o libertario porque habían pasado los años y sus intereses ya eran otros, convirtiéndose entonces en un nuevo y mítico bandolero de la Serranía de Ronda. De sus tiempos de jornalero conservaba una extraordinaria sabiduría: de la geografía del entorno y de cuanto se cocía en los cortijos más importantes de la provincia.
El secuestro de José Lora duró nueve días. El tiempo que tardó su padre en entregar las cien mil pesetas que le habían pedido para que se lo devolvieran. José Lora era hijo del propietario de un pequeño cortijo de Teba, uno más entre los muchos que fueron asaltados de una u otra forma por la banda de Diego el de la Justa. Para entregar al niño y recoger el rescate fue enviado el Zaragata, otro bandolero que se había echado a la sierra al enterarse de que habían detenido a su padre confundiéndole con él. Durante esos nueve días, el encargado de cuidar del niño fue Rafael Bermúdez, El Recluta, el único que se ganó la confianza y el cariño del chaval. Se podría decir que eso le sirvió para que en el juicio el niño hablara en su favor, en la práctica no le sirvió de nada.
Las guerrillas y los bandoleros de origen republicano comenzaron a funcionar en Málaga a principios de los cuarenta y durante los primeros años de los cincuenta habían sido desmanteladas casi por completo. Para ello, la Guardia Civil recurrió a complejos operativos, informadores infiltrados conocidos como los Contrapartidas, delaciones múltiples a base de favores, o torturas y emboscadas varias. Fue así como en 1949 murió tiroteado Diego el de la Justa. El delator fue un pequeño chorizo convertido en informador de la Guardia Civil a cambio de la liberación. La Guardia Civil buscó entre los recovecos de la Sierra de Ortégicar y la ubicación exacta de Diego se la dio el forro de un librito de papel de fumar. Se cuenta que después su cadáver fue paseado en un mulo por Teba como trofeo, entre los insultos, salivazos y empujones de los terratenientes y los falangistas locales, pero con el respeto de los Guardias Civiles que lo habían capturado y reconocían su valor. El capitán que comandaba aquel operativo emigró con el tiempo a Barcelona, regentando un estanco en el Paseo de Gracia. Tras los cigarrillos se escondía el permanente recuerdo de aquella captura. Un mes después detuvieron y ejecutaron al Zaragata.
El Rubio Brescia murió en 1946, tiroteado durante una inspección en una finca de nombre La Granadina. Una denuncia anónima permitió preparar una trampa con la que atrapar al Tobalo y a El Chanca. Usando un antiguo bandolero para atraer su confianza los cercaron matando a El Tobalo. El Chanca logró huir, era su sino, ya antes había huido de la prisión de Antequera (encarcelado como miembro de la República) para unirse a Diego. A El Chanca volvieron a denunciarlo en noviembre de 1949, pero para esa ocasión la Guardia Civil uso a su propia hija como parapeto que los protegiera de sus tiros; El Chanca murió delante de ella sin poder disparar. A El Tormenta y El Moreno les tendieron una emboscada similar. Utilizando al hermano de El Moreno, un Guardia Civil retirado les había prometido la documentación necesaria para huir a Tánger, En el momento de la entrega llovieron los tiros.
Tánger era el destino soñado de la mayoría de los bandoleros o guerrilleros que poblaban la Sierra y veían agotarse sus posibilidades de supervivencia. Uno de los que logró llegar allí fue Juan Rosado, Juan Sintierra, también conocido como “El Socialista”, bandolero que cubrió todo el cupo de posibilidades, fue informador de la Guardia Civil, la presión social lo envió a la Sierra y acabó exiliado en Tánger. Otro de los que llegó a Tánger fue El Recluta, el miembro de la banda de Diego el de la Justa que nos queda. El Recluta logró salir vivo de la misma emboscada en que murió el Rubio Brescia, de hecho, el Rubio también sobrevivió. Tras matar a los tres Guardias Civiles de la emboscada el Rubio decidió regresar a recuperar las armas y fue así como descubrió que aún quedaba algún Guardia civil por matar.
Como se ha visto, la presión de la Guardia Civil y los falangistas locales sobre las familias, los amigos o los vecinos de los bandoleros era asfixiante. Nunca mejor dicho. Se cuenta que, durante una redada en casa del Recluta, éste permaneció escondido agarrado a las paredes del interior de la chimenea sin ser descubierto, también se dice que la chimenea podría haber estado encendida todo ese rato, pero quizá eso sea ya mitología. El Recluta, Rafael Bermúdez, iba a su casa a escondidas en busca del avituallamiento que le preparaba su hermana que, como la mujer de Diego o la de El Chanca, vivía en un permanente estado de tensión.
El operativo para capturar a El Recluta fue la mar de espectacular. Una vez en Tánger, miembros o colaboradores camuflados de la Guardia Civil se hacían pasar por españoles que vivían allí dispuestos a ayudarle a encontrar trabajo y rehacer su vida. Fue así como, con la confianza, El Recluta se convirtió en un delator inconsciente. A medida que él hablaba con sus nuevos amigos en el norte de África, sus viejos compañeros de Cuevas del Becerro caían como moscas. Al final, lograron convencer a El Recluta de que la situación en España se había tranquilizado y podía regresar al pueblo. Le organizaron el viaje de regreso y nada más desembarcar lo detuvieron. La versión oficial dice que por tráfico de armas. Murió en el garrote, o fusilado, según las fuentes, poco después.
Se dice que el último bandolero de la Sierra fue Salvador Belmonte, Belmontito, que, solo, decidió entregarse, purgar su pena en la cárcel de Málaga y establecerse en Valencia, lejos de su pasado.
Un beso.
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