Querida M.,
Con la llegada de la transición, el diario El País se erigió
como uno de los más prestigiosos de Europa. De la mano de un pujante Juan Luis
Cebrián dominaron por completo la década de los 80 con un producto que aunaba
firmas extraordinarias con un rigor excelente. La imagen de la progresía
española con este diario bajo el brazo era un estereotipo; yo mismo, durante mi
etapa de instituto y universidad, lo compraba siempre que podía, sobre todo
fines de semana y cuando salía el suplemento Libros (anterior al estúpido
Babelia). Firmaban en aquel País Joaquín Vidal, Ángel Fernández Santos, Francisco
Umbral, un aún inspirado Manuel Vicent, una joven comunista radical llamada
Rosa Montero, una cronista y reportera alocada llamada Maruja Torres, un
crítico de teatro furibundo llamado Eduardo Haro-Tecglen y, sobre todo, el más
grande, Manuel Vázquez Montalbán. Todos ellos dieron fama y prestigio al medio o,
en algunos casos, al revés. En el año 1986 se publicó el libro “El País o la
referencia dominante”, que daba buena cuenta de este imperio e, incluso, el
diario se permitió el lujo de publicar su propio “Libro de Estilo” como Biblia
de la ética periodística y de la gramática española, con gran éxito.
Al ritmo que España se corrompía bajo la batuta de Felipe
González el diario comenzó su propio proceso de descomposición. Algunos de sus
colaboradores pasaron a ser autores literarios de referencia sin merecerlo y
las portadas de su dominical, rompedoras al principio por su apoyo a los nuevos
talentos de la movida (Almodóvar, Radio Futura, Golpes Bajos…) se fueron cambiado
por reportajes de moda y los regalos caros de navidad, más acordes a la “beautiful
people” en que se estaban convirtiendo los gurús del PSOE. La cumbre de esa
mediocridad arrecia con el intento de Cebrián de convertirse en novelista a
base de un engendro titulado “La rusa”, sin nadie capaz de decirle que lo era. Entra
en el diario una nueva hornada de colaboradores cada vez más vulgares al tiempo
que los clásicos avanzan en su proceso de adocenamiento. Con los años acogen
escritores de renombre, novelistas que ejerciendo el periodismo de opinión patinaban
a menudo, escudados en su talento literario pero analfabetos en muchas de las
materias que trataban. Se fueron incorporando como opinadores políticos, cinéfilos,
musicales, sociales, autores de éxito con evidentes lagunas en muchos de esos
campos como Muñoz Molina, Vargas Llosa o Javier Marías, tengo en la memoria
artículos de todos ellos con contenidos carentes por completo de rigor. Las firmas
pasan a ser más importantes que el puro periodismo.
Aunque por aquellos años yo lo sigo comprando, El País entra
en los 90 convertido en un trasatlántico empresarial ligado al poder de forma
vomitiva. Despachan a los humoristas Gallego & Rey por sus ataques al
gobierno, Cebrián ya no es periodista sino Consejero Delegado del Grupo Prisa,
ingente amasijo que acumula Editoriales, Librerías, Distribuidoras… que se ha
quedado con la Cadena Ser (y posteriormente arrasado a la principal cadena de
la competencia, Antena 3, con todo el consejo de ministros mirando para otro
lado), y ha inaugurado un canal de televisión semi de pago, todo ello regado
con enormes favores socialistas. Están a un paso de meterse de lleno en la
guerra por la televisión digital pendientes de que Felipe González les siga
protegiendo a cambio de ser sus valedores para continuar gobernando. La línea
editorial del diario pasa a manos del entorno intelectual de un Fernando
Savater convertido en hooligan por el acecho del terrorismo.
Mediados los noventa, el PSOE cae por fin y con él se acaban
los favores al grupo Prisa. Para entonces el diario El País ya se ha convertido
en una herramienta de escupir mentiras sin descanso en dos temas que parecen
ocupar todo su tiempo. Por el lado empresarial la guerra que mantiene con el gobierno
de Aznar (que le tiene muchas ganas) por el monopolio de la televisión de pago
y, por el lado ideológico, una lucha sin cuartel iniciada por las hordas
savaterianas contra el nacionalismo moderado vasco (el PNV, vaya), que ha
ayudado a aupar al gobierno al PP. Desde la llegada al poder de Aznar y a
Lehendakari de Ibarretxe, la furibundia de El País contra el PNV supera con
creces en odio, noticias tergiversadas y piezas de opinión ofensivas sin fin a la
que pudieran tener contra la propia ETA. Me vienen a la memoria dos artículos
fruto de una inusitada falta de rigor intelectual. Uno de Vicente Verdú (alto
mandatario de la creciente nómina de medianías que pululaba por el periódico)
ofendidísimo por la película de Imanol Uribe “Días contados” que demostraba a
todas luces que no se enteraba de nada, ni en ese tema, ni en ningún otro. Y un
artículo (creo que de Elvira Lindo) a costa de una mochila de piedras que
hacían cargar a un alumno de un barnetegi, mezclando ese concepto de forma deplorable
con el de Ikastola. Lindo es otra líder del grupo de Verdú que accede a
escribir artículos de opinión a partir del éxito de sus novelitas infantiles
más o menos humorísticas y artículos “refrescantes” en que convierte a su
marido, Muñoz Molina, en personaje principal bajo el nombre de “mi santo”.
La decadencia del diario El País entrado el siglo XXI, y la
del Grupo Prisa en general, es una carrera sin frenos hacia la manipulación
informativa absoluta y el descredito. Las grandes firmas fueron muriendo y las
sustituyeron estómagos agradecidos mucho más acordes a las que iban quedando. En
los últimos años se ha prescindido por motivos ideológicos de algunos de sus mejores
articulistas como Maruja Torres, Joan B. Culla o el grandioso John Carlin. El
gran enemigo ya no es el PNV sino el nacionalismo catalán, éste ya siempre
pacífico. A pesar de que han acabado con su anterior director de forma
expeditiva tratando de salvar un mínimo de la dignidad perdida poniendo a
Soledad Gallego-Díaz, aún parece que algunos dejes de la insidia heredada se mantienen
intactos entre los más viejos del lugar.
Al mismo tiempo que Santiago Abascal salía de la plaza de
toros de Valencia seguido por una muchedumbre que le vitoreaba al grito de “pre-si-den-te,
pre-si-den-te”. Mientras Pablo Casado anuncia que bajo su mandato no se
producirían manifestaciones independentistas como la del sábado (sí, han
corregido, qué remedio). Casi al mismo tiempo que el PP presenta a la alcaldía
de Barcelona a una candidata madrileña que se vanagloria de su desconocimiento del
catalán como una ventaja. Mientras Ciudadanos y el PP prometen un 155
indefinido e ilegal que dure hasta que los catalanes entren en razón. A la vez
que todo esto, el humorista Andrés Rábago, El Roto, autor de muchos chistes
graciosos y numerosas imbecilidades, nos ofrece una obra cumbre de la ignominia
utilizando el en otra época decente diario El País. Rábago equipara llevar un
lazo amarillo de solidaridad con los políticos catalanes presos con la
pertenencia a Falange. Rábago no hace un chiste, se limita a insultar con una insensibilidad
infinita a varios millones de personas que, en su mayoría, casi con toda
certeza, sufrieron en sus carnes o en las de sus antepasados la más cruel
represión de la dictadura franquista.
Porque la mayoría de los catalanes perdieron la guerra,
Rábago, trataron de quitarles la identidad, la cultura, el idioma y, en muchos
casos, la vida. Porque uno de los grandes libros de la lucha antifascista se
titula “Homenaje a Cataluña”. Porque con razón o sin ella los catalanes se
reivindican sin agredir ni matar a nadie (recuerdo a Leguina rebuznando aquello
de que los españoles tenían que “defenderse” de los catalanes”). Por infinitas
razones, el grado de estupidez que encierra el chiste de El Roto es indigno
incluso para una gacetilla de barrio. No necesito entrar en que, como ciudadano
de izquierdas me preocupan las pocas garantías con que se aplica la prisión
preventiva en España, los problemas de libertad de expresión que brotan de la
ley mordaza que Sánchez no ha querido derogar, los vítores a la Guardia Civil “A
por ellos oeeee”, las hostias sin cuartel a gente sentada en el suelo, las
mentiras infinitas de la prensa libre. Me preocupan muchísimo más que un lazo
solidario con unos ciudadanos que, a día de hoy, continúan presos sin estar
condenados. La pregunta sería: si el tribunal Supremo es incapaz de mantener la
infinita mentira sobre la que se sustenta el caso contra Jordi Cuixart y Jordi
Sánchez, los dos presos políticos evidentes que hay en este asunto, como
demuestra el documental de MediaPro que ningún canal nacional ha querido emitir,
titulado “20-S” y dirigido por un No Independentista declarado como Jaume
Roures. Si los “Jordis” salen absueltos, Rábago, ¿te meterías un lazo amarillo
con su correspondiente alfiler por el culo como penitencia?
Un beso.
R.
P.S.1. Por supuesto M., como sabes, no he llevado nunca un
lazo amarillo ni nadie me ha sugerido nunca que lo lleve (de hecho, nunca he
llevado ningún lazo de ningún color). El problema es, como siempre, que El Roto
no tiene la menor idea de lo que habla. Conoce sólo la realidad que le explica
su periódico. Cualquier chiste contra los nacionalismos o las banderas será
bien recibido por mi parte, yo he hecho muchos y en público. La desgracia es
que El Roto raras veces llama fascistas a los fascistas con la misma claridad con
que lo ha hecho en un par de viñetas contra las personas que llevan este lazo gracias
a esa libertad personal que el mismo Marchena ha reconocido para los
declarantes en el juicio. Rábago ha comparado los lazos con el brazalete de los
judíos o con el yugo y las flechas; ése es el tema y el odioso mérito de su
cobardía, los fascistas de verdad igual no se limitan a insultarlo en Twitter.
P.S.2. Como curiosidad, te invito, M., a que revises los Premios
Espasa de Ensayo a partir de 1997, más o menos, cuando Fernando Savater era
miembro del jurado. La lista de premiados es escalofriante.
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