Querida M.,
Hace bastantes años ya, me encontré por primera vez con una conversión profesional impactante. Puede que no haya sido el primer caso, no me dedico a documentarlos, pero un día amaneció y el periodista Josep Ramoneda había mutado en filósofo. Yo lo había conocido a través de una sección que hacía en La Vanguardia que se llamaba “Cartas cruzadas”, a medias con el gran Josep Martí Gómez, y por entonces no tenía tamañas pretensiones. Cuando Ramoneda nació filósofo tenía el hombre un par o tres de obritas de ensayo más cercanas a la sociología bienintencionada que otra cosa. Desde entonces, su corpus literario no ha mejorado demasiado, dos o tres obritas más, del mismo tono, cercano al socialismo del PSC primigenio y que beben sobre todo de sus artículos en prensa. Pero ahí está, nada menos que filósofo.
En los últimos tiempos, por aquí, por Catalunya, hemos disfrutado de un par de conversiones milagrosas más. Dos de los paladines del independentismo tuitero catalán han pasado de ser periodistas a filósofos en un chasquido de dedos. Según parece, ambos han estudiado filosofía, y parece que de ahí a filosofar no hay más que un paso.
El primero en alcanzar la cumbre de su propósito fue el, hasta entonces, periodista Bernat Dedéu. De él supe por primera vez a través de un artículo que me envió mi amigo Alberto para ver qué me parecía. Aquel artículo trataba de desprestigiar la figura del periodista de la Cadena Ser Javier del Pino y ya presentaba síntomas graves de narcisismo. Una lectura mínimamente crítica del texto hacía ver de inmediato que el único que quedaba mal de la experiencia explicada por Dedéu era el propio Dedéu, y eso ya tiene mucho mérito. Aparte de sus artículos en El Nacional (y algún otro medio, imagino) poco después comencé a verlo en las tertulias de La Sexta, en los tiempos posteriores al referéndum, como parte del cupo independentista. Cualquiera puede imaginar que cuando Ferreras llama a un independentista a sus tertulias es para desprestigiar el movimiento y no encontró nadie mejor que Dedéu (supongo que Rahola no estaría disponible). Y así, de a poquitos, ahora sale en algunas tertulias de RAC1, ofreciendo momentos memorables de trumpismo mal disimulado. Ya hace tiempo que se presenta como filósofo y, últimamente, músico en construcción, de ninguna de las dos cosas le conozco actividad. Su literatura se resume rápido, una obra de teatro conjunta publicada por una Caja de Ahorros y una guía del Eixample barcelonés. A pesar de su soberbia, en sus artículos Dedéu siempre ha sido un aspirante a la malignidad absoluta de Salvador Sostres. Mira tú que a mí me parece que no es tan mala persona y por eso no le sale.
Otro que no hace mucho ha dado el salto a “de profesión: filósofo” es Jordi Graupera. Independentista menos conservador que Dedéu, Graupera es un profesor con ínfulas de profesor y no descansa en el afán pedagógico de sus discursos. Con un tono de soporífera condescendencia lleva años aleccionando sobre ciencia política en tertulias y otros saraos siendo, sin duda, el mejor de los razonadores con que cuenta el independentismo catalán más arraigado. Se presentó a las municipales de Barcelona liderando un proyecto que pretendía acabar con las capillitas de la política convencional llamado “Primarias” y acabó siendo elegido candidato sin ningún estorbo. El proyecto, condenado al fracaso sin remisión desde un principio, fracasó sin remisión al final. Como buen narcisista, Graupera echó unos pasitos atrás para coger impulso y regresó al ruedo de la opinión inmaculada no hace mucho reconvertido en filósofo, que es como se presenta ahora. Entre medias, la editorial Fragmenta le encargó un librito de unas 80 páginas sobre un tema que, evidentemente, domina: la soberbia. Para llegar a ser filósofo su obra literaria fuera de los artículos es algo mayor que la de Dedéu; aparte del texto citado, ha publicado su programa electoral en formato minilibro, unas conversaciones con el economista liberal (por no decir muy liberal, ultraliberal o neoliberal) Xavier Sala i Martín y, cómo no, otro libro guía sobre Barcelona, y es que, según parece, para ser filósofo en Barcelona algo tienes que escribir bonito sobre tu ciudad. Debo decirte, M., que después de su fracaso electoral lo encuentro disperso, con días mejores y peores, sin embargo, a mí me suele gustar escucharle, casi tanto como a él.
Por último, esta pandemia nos ha ofrecido otros dos modelos de narcisista, el del tipo exitoso que no acaba de ver que se lo reconozcan.
Después de toda una vida a la sombra de Jaume Roures, su socio en Mediapro, Tatxo Benet, lleva unos años tratando de sacar la cabeza en pos de la popularidad. Ya sea a través de Twitter, o como coleccionista de arte se fue metiendo en algunos berenjenales que le permitían aquella efímera felicidad de ser nombrado. Hace un par de años dio su paso definitivo hacia el reconocimiento público comprándose una librería gigante que se instaló en el centro de Barcelona, una mastodóntica versión de la clásica “Llibreria Ona” hecha a su imagen y semejanza. Desde entonces se ha convertido en un habitual de prensa, radio y televisión, pero en el lado contrario al que estaba acostumbrado. No dudo de que sea un hombre inteligente, pero escuchándole o leyéndole está muy lejos de la brillantez o agilidad mental con que se acostumbra a expresar Roures. La librería ha sido su paso definitivo para acceder al mundo de la gran cultura por un atajo, pagando, y eso sólo podía concluir de una manera: escribiendo y consiguiendo que le publiquen (qué remedio) un libro. Fue así como llegó a las estanterías una obra de sumo interés general en la que nos explica sus vivencias personales cuando pasó la Covid con el rimbombante título “La travesía más difícil”. No tengo noticia de las ventas que ha podido tener, interpreto que un hombre de sus recursos habrá logrado algunos lectores, simplemente no parece que ese libro se hubiera publicado nunca si el autor no tuviera unas ganas enormes de sentirse alguien.
A lo largo de estos últimos meses han sido multitud los especialistas médicos que han hablado en los medios sobre la pandemia. En la mayoría de los casos, como suele ocurrir con los científicos, han sido las únicas personas a las que merecía prestar atención (pongo de ejemplo a la extraordinaria epidemióloga de la Vall d’Hebrón Magda Campins, a la que siempre da gusto escuchar). Incluso en los casos más pesimistas o las interpretaciones más crudas, debo agradecerles a todos que han sido los motores para calmar mi ansiedad. A todos, menos a uno. El epidemiólogo Oriol Mitjà con su ego desbocado ha sido uno de mis mayores provocadores de ansiedad, irritación o nerviosismo durante las peores épocas de la pandemia. Ha acertado y se ha equivocado tantas veces o más que sus compañeros, pero siempre ha cogido de nuevo carrerilla y ha regresado con energías renovadas en el cultivo de su propia imagen. Cuando habla exclusivamente de ciencia da gusto oírle, pero le dura poco, se ha expresado por Twitter mucho más que con documentación científica, ha atacado a sus compañeros de profesión sin piedad y siempre ha acabado preguntándose por qué le tienen manía. Ha pedido sin descanso que hagan caso a los científicos cuando lo que quería es que le hicieran caso a él y ha propuesto infinidad de medidas poniendo el grito en el cielo por la lentitud en su ejecución cuando en muchos casos eran inviables, ineficaces, o, a veces, de dudosa legitimidad democrática. Ha elogiado a los ingleses hasta que les fue mal, a los portugueses hasta que les fue mal, incluso elogió a los madrileños, aunque a ésos siempre les ha ido mal. De entre todas las medidas siempre le ha parecido que la única importante era la suya, de entre todos los estudios, el suyo. Sus propuestas, por lo general, han consistido en más médicos, más enfermeras, más test, más vacunas, más estudios, más confinamiento, más ayudas económicas, más de todo, como si no supiéramos que, teniendo más de todo, las cosas nos hubieran ido mucho mejor.
Cuando se le ha hablado de implicaciones sociológicas, no era sociólogo, de económicas, no era economista, de políticas, político, sin embargo nunca ha eludido hablar sobre esos terrenos con una inocencia que raya en la inconsciencia. En este circo de críticas sin fin, se ha producido un hecho en verdad curioso. Mitjà ha atacado sin descanso a los partidos gobernantes tanto en España como en Catalunya por su mala gestión, ganándose las simpatías del entorno independentista más próximo al saliente presidente Torra. La paradoja estriba en que las soluciones por las que clama Mitjà pasan por los confinamientos más severos posible, que es, justamente, lo contrario que desean gran parte de sus seguidores. En este juego de adhesiones políticas, la periodista Laura Rosell leyó un editorial en su programa de radio criticando la inestabilidad social que provocaban todas esas declaraciones alarmistas, más que por erróneas, por inoportunas. Y me sentí reflejado y supongo que muchas otras personas se sintieron reflejadas. Las hordas que identifican a Rossell con ERC no tardaron en pedir su cabeza a través de esas redes que tanto gusta a Mitjà incendiar. Hace un par de días Jordi Basté volvió a entrevistarle y esa entrevista es el origen de esta carta, su índice de egolatría ha aumentado de forma epidémica. No sólo Oriol, Narciso es un nombre que se le queda corto. Se volvió a quejar de la inutilidad de todos los demás y de que no le hicieran caso a él, insinuó a quién debían votar los catalanes en las próximas elecciones y dijo claramente a quién no y, en una frase en la que le traicionó el subconsciente, calificó a Bonaventura Clotet de visionario por haberlo contratado. Por razones personales he conocido y conozco a numerosos científicos de renombre y no imagino a ninguno de ellos hablando así de sí mismos. Por supuesto, como ya puedes imaginar, esta historia sólo puede acabar de una forma: el próximo abril, antes de Sant Jordi, Oriol Mitjà publicará un libro explicando sus vivencias de este último año: "A corazón abierto. Relato de todo lo que he vivido". Tela.
Un beso.
R.
P.S. Hay por ahí otro especialista del tema bastante amigo de twitter, que vive en Inglaterra y al que no hace muchos días oí decir varias cosas con evidente desinformación. Coincidía con Magda Campins en antena y ella tuvo que informarle (hablaban sobre la reapertura de las escuelas) de que en Catalunya los niños llevaban las mascarillas puestas en clase. Lo dejo aquí, porque no lo he seguido más, pero los que hablan de oídas, como científicos, no parecen de fiar.
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