Querida M.,
Este mes hace diez años justos desde que se publicó la traducción al
castellano de “Bilbao-New York-Bilbao”, la novela con que Kirmen Uribe ganó el
nacional de Literatura. Era la tercera vez que un libro escrito originalmente
en euskara lo ganaba. Poco antes, yo había registrado en la propiedad
intelectual la que creí versión definitiva del primer “Querida M.”. Leí el
libro de Uribe nada más llegar a la librería y mi sorpresa no dejaba de aumentar
según avanzaba la lectura. Me pareció ver que Uribe no sólo tenía mi edad sino
que, al mismo tiempo que yo escribía aquel “Querida M.”, me lo imaginaba
escribiendo su novela, fijándose en cosas muy similares, en recuerdos parecidos,
urdiendo historias sobre las mismas temáticas. La guinda definitiva llega al
final de ambos textos; los dos concluimos con la aparición de nuestro primer
hijo, por caminos distintos, ambos niños se llaman Unai.
Lo que me pareció un extraordinario cúmulo de casualidades me
llevó a conseguir el correo electrónico de Uribe y escribirle pidiéndole
permiso para contarle mi historia. Se mostró receptivo y amable en su primera
respuesta. Cuando le volví a escribir lo hice con una larga carta, explayándome
en mis elucubraciones, como si fuéramos amigos. Ahí, el pobre Kirmen ya debió
de pensar que yo estaba zumbado y nunca respondió. He recuperado aquella carta
y yo tampoco me habría respondido a mí mismo. Un par de meses después vino a
firmar a Barcelona por Sant Jordi, le llevé mi ejemplar para que se lo dedicara
a Magui sin decirle nada de nuestra aventurilla epistolar. En ese rato que
estuve con él creo que me miraba raro, con la sospecha en la cara, como si estuviera
barruntando la posibilidad de que yo fuera el tarado de las cartas. La lógica dice
que no tenía ningún motivo para sospechar de mí, pero claro, así no hay manera
de imaginarse nada.
Unos años antes ganó el nacional de literatura Unai Elorriaga con la
maravillosa “Un tranvía en SP”. Con él no tuve ningún tipo de conexión, me
gustó mucho el libro y gracias, quizá es que no somos del mismo año. Cuando
publicó su segunda novela también vino a firmar a Barcelona por Sant Jordi. Fue
en el 2004 y le lleve mi ejemplar de “El pelo de Van’t Hoff” para que se lo
dedicara a Magui (yo no tengo libros dedicamos a mi nombre). Charlamos, y le
dije que me gustaba mucho cómo escribía pero, ay, incapaz de meterme la lengua
en un lugar discreto, le comenté que buscaba siempre la frase genial, a cada
paso, y que eso era muy cansado y no siempre salía bien. En el 2010, el mismo
día que Kirmen Uribe, vino a firmar el último libro suyo que he leído, una
historia extraordinaria titulada “Londres es de cartón”. La volvió a dedicar y
se lo dije, que era magnífica y, sobre todo, diferente, casi contraria a todo
lo anterior y, para mi sorpresa, se acordaba de mí y de la conversación que habíamos
tenido seis años antes. Le pregunté que qué tenía en mente y, con la misma
afabilidad que la vez anterior, me dijo que también había sido padre y que el
escribir se iba a acabar. Y bien, puede que no tenga mucha conexión con él,
pero a lo largo de “Londres es de cartón” planea la sombra de mi canción
preferida, ¿podría ser?
Aún antes, mucho antes, Bernardo Atxaga ganó el Premio Nacional de
Literatura por primera vez para el euskara con “Obabakoak”. Acaba de salir una
nueva edición ilustrada, muy bonita. Aquí la tengo. Te he escrito muchas veces
sobre el entrecruzar de nuestras vidas y no lo repetiré aquí. La primera vez
que me dedicó un libro fue el “Obabakoak”, vino al Ateneu de Cerdanyola a dar una
charla y nos saludamos como conocidos, para mí él era el que acompañaba a Asun
cuando ella y yo nos deteníamos a charlar en la calle. La última vez que nos
encontramos fue hace un par de años, en las fiestas de Vitoria. Estuvimos un
buen rato poniendo al día nuestras vidas y me dijo que andaba metido en la
lectura sobre las novelitas del oeste de Bruguera para su próximo libro. Esas
novelitas de las que he leído cientos y que, por supuesto, me vuelven a
conectar con él.
La semana pasada salió por fin “Casas y tumbas”, seis años después
de la estupenda “Días de Nevada”. Dice en las entrevistas que ya no escribirá
más novelas, al menos grandes construcciones. Me parece bien. No se le puede
pedir más, yo ya me he quedado a gusto. Lo tengo tan reciente que no sé ubicar “Casas
y tumbas” dentro de su obra, cuanto más pienso en ella más enorme me parece,
más inabarcable, no sé si está por encima o por debajo de “Obabakoak” o del
segundo premio nacional que se negaron a darle, “El hijo del acordeonista”. “Casas
y tumbas” parece un libro infinito al que le han podado miles de páginas y que
solo se alarga porque de alguna manera se tiene que abrir paso el lenguaje. Por
supuesto que aquí no me faltan conexiones, me sobran, de hecho. Se fija en los
detalles en que me fijaría yo, habla sólo de las cosas que a mí, y a veces no
sé si sólo a mí, me interesan, prescinde de la emoción a cambio de la
literatura y el capítulo final… Ay, el capítulo final. ¿Te he dicho alguna vez,
M., que con cinco años tuve una apendicitis de ésas que a punto están de
pasarse de la raya?
El primero que me habló del libro fue Aritz, no sé si decir ya mi
amigo Aritz, que había leído la edición original en euskara. Hace unas semanas
retomamos el tema, al saber que ya pronto salía en castellano. Andábamos a la
caza de la única traducción del euskara al catalán que le faltaba en su
colección y, en las conversaciones, Atxaga siempre sale, o lo saco, vete a
saber. El hombre lo había intentado con la editorial, el autor, el traductor,
en plataformas de segunda mano… nadie en el mundo parecía conservar un ejemplar
y mira tú por dónde que me lío a charlar con el experto en poesía de una biblioteca
y, voilà, tenía dos. Este hallazgo nos ha unido mucho. Así que el último
párrafo va para él.
Querido Aritz, mi disco favorito de Itoiz en estos momentos es “Musikaz
blai”; van rotando. Es el disco anterior a que Atxaga comenzara a escribir
letras para ellos. Hay una estrofa de una canción que me entusiasma, por
premonitoria. En la época en que se escribió esa canción las tiras cómicas por
excelencia de “El Correo Español” eran la de Mafalda y Don Celes. En el bando
contrario, en el Egin, se hizo muy popular Zakilixut, un personaje que mezclaba
la reivindicación nacional con los juegos de palabras eróticos, creo que aún
sale, en el Berria, ¿no? Zakilixut estaba en euskara así que tardé una notable
cantidad de años en encontrarle la gracia. El caso es que en la canción “Lo
egin” la estrofa dice: Mafalda y Zakilixut, enamorados, discuten a la puerta de
un cine qué película ver, “El Gran dictador” o “Emmanuelle en el frontón”. No
sé, a mí me parece que tiene mucha miga.
Un beso.
R.
P.S.
Atxaga y Unai charlaron sobre Ernesto Valverde aquel día, justo antes de que
fichara por el Barça y nos dejara huérfanos de entrenador. Este año Atxaga
aparece en su libro de literatura y a Unai le ha hecho ilusión haberlo conocido
así que ha leído las “Memorias de una vaca”, adoctrinamiento, lo llaman.
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