dimecres, 6 de setembre del 2017

Dietario de un no independentista abandonado. Volumen VI: Equidistantes


Querida M.,
Durante muchos años coincidí con mi amigo Albert en la manía de ver algunas películas de forma compulsiva. Las había comunes, “Centauros del desierto”, “Casablanca” o “El padrino”. Supongo que “Amarcord” era sólo cosa mía. Esa deria se me fue al nacer U., cuando la tele pasó a ser patrimonio de la humanidad. No hace mucho estábamos comiendo y por hablar de algo la mami y yo comenzamos a recordar frases míticas de nuestras películas favoritas. A U. le interesó la temática y, desde entonces, cada vez que vemos un clásico y una frase le resulta graciosa nos pregunta “¿ésta es de las míticas, no?”
Es así como hace poco volvimos a ver “Casablanca”, en familia, todos en el sofá. La encontré aún mejor que como la recordaba y me pareció casi premonitoria. En estos tiempos en que todo es en blanco y negro, los grises de la película se agradecen más que nunca. Rick, el personaje de Humphrey Bogart es, además, el más genial equidistante de la historia del cine y eso, quieras que no, lo pone de moda.
Desde los sectores más radicales del independentismo han encontrado por fin una palabra para definirme: equidistante. Es claramente errónea, pero yo, sin partido ni filia patriótica conocida, no puedo evitar sentirme aludido. En teoría, equidistantes somos aquéllos que dejamos entrar a todo el mundo en nuestro bar, que el sí o el no nos dan lo mismo, vaya; pero como la palabra ha nacido con cierto tonito despectivo lo que en realidad quiere decir es que somos equidistantes todos aquellos que no estamos por el sí porque en lo más profundo de nuestros corazones llevamos grabado el no. Y por ahí no paso.
Lo que hace más ofensivo el término es que quienes lo utilizan saben que la equidistancia no existe. Saben que la inmensa mayoría de gente dubitativa simpatiza más, aunque sólo sea un poco o mientan, con un bando que con otro. Y saben, o deberían saber, que a muchos nos importa un carajo. De verdad, nos importa un carajo y no podemos equidistar en una línea que no estamos pisando. En realidad todo es una estrategia de guerrilla para presionar a los abstencionistas a que vayan a votar porque el 1 de octubre no se está decidiendo si sí o si no (que eso ya se sabe), sino que se calculará cuanta gente participa para ver si el sí es suficientemente legítimo. Ni siquiera quieren convencernos de que votemos sí, les da igual, nos quieren para hacer bulto y por eso nos hemos convertido en el saco de boxeo, y digo saco, porque nos han metido a todos dentro y están empeñados en que nos hagamos amigos del capitán Renault.
Hace muchos, muchos años, acompañé a un amigo polaco (no es un chiste) a una visita guiada al Palau de la Generalitat invitados por unos amigos adventistas del séptimo día (esto tampoco es un chiste). Al final de la visita creo que el mismísimo Pujol (no estoy seguro) nos dirigió unas palabras y de golpe todos se pusieron de pie a cantar Els Segadors. El polaco se espantó y me preguntó qué estaba pasando y le dije “Tomasz, ponte de pie, que esto va a ser el himno”. Y es que te aseguro M., que mi vida no mejora si cambio el himno español por Els Segadors que, como canción, bonita no me parece. Que la única bandera que me hace girarme es la del Athletic y con reparos. Que cuando veo las manifestaciones del 11 de septiembre siento envidia, de verdad, de la buena, por ver lo maravillosamente civilizados que son los catalanes, siento envidia de lo mal que siempre se hicieron estas cosas en Euskadi. Me emociono viéndolos felices y convencidos y siento envidia de ser, ante una estelada, como el luthier protagonista de “Un corazón en invierno” cuando se le desnudaba Emmanuelle Béart en los morros y él se giraba diciéndole que no le venía de gusto. Coño M., que era Emmanuelle Béart; que son cerca de dos millones de personas ilusionadas y yo en el sofá, equidistando.
Hace unos días vi un chiste (por llamarlo de alguna manera) en el que un dibujante bienintencionado decía que si dejabas la bandera en el suelo te sentías más libre. Yo también sé reconocer al equidistante mentirosillo, no te creas, y el chiste desprendía cierto tufo a “deja tu bandera en el suelo y la mía donde está”. Por eso también me fastidia estar en el saco. Sé que Catalunya merece (merecemos) un referéndum como dios manda y que no se lo van a dar; y que hay muchas más razones democráticas a su favor que la que da el Estado en contra: “lo siento mucho, la vida es así, no la he inventado yo”. Sé que esa votación del 1 de octubre es un churro con graves déficits democráticos porque no queda otro remedio, porque ya no se sabe cómo llamar la atención de los padres. Sé que, como dijo Perich, la mayor fábrica de independentistas está en Madrid (ole tus huevos, Peridis, que nunca tuviste gracia pero eres capaz de empeorar). Y por eso sé que la mejor manera de hacerme simpatizar con la causa no es humillarme. Ya te dije M., que dejar la causa en manos de los energúmenos no era la mejor estrategia para hacer amigos. Y aquí estamos. Me cae bien Rick, pero me gusta mucho esto, para casi todo me siento cerca y no tengo motivos para huir.
Un beso.

dissabte, 12 d’agost del 2017

Elogio del guiri


Querida M.,
Esta mañana he estado escuchando una tertulia de radio sobre el tema éste del turismo, tan de moda. A ojos de los tertulianos es bastante sencillo de analizar y ellos se ponían a sí mismos como ejemplo del turista perfecto, el turista malo siempre son los otros. Cuando nosotros vamos a otro países respetamos las costumbres del lugar, nos comportamos con civismo y nos gusta oír los ronquidos de lo bien que duermen los vecinos. Recuerdo que hace años unos dicharacheros jovenzuelos españoles fueron apresados por robar una bandera de una recién fundada república del este. ¡Qué exagerados éstos del este! Por una banderita que se acaba de estrenar, cómo se ponen.
Yo llevo haciendo el guiri todo el mes de agosto, M.; te juro por lo que quieras que me porto bien y no molesto a nadie, pero soy un guiri, un puto guiri. He estado en Viena y he hecho todo lo que la guía me dijo que tenía que hacer, vaya, lo que me ha dado tiempo a hacer. Hay quien dice que el verdadero viajero es el confraterniza con los del lugar, el que se sumerge en la cultura de la ciudad visitada. Ya te digo yo que en cinco días no da tiempo para inmiscuirse en la vida de los vieneses. La inmensa mayoría de ellos sólo quieren tu pasta, no son nadie que no pueda encontrar en otro lugar (tengo amigos de más) y, por cierto, en algunos casos desprendían un cierto tufillo de menosprecio a todo aquello que sonara "spanish".
Los tertulianos de esta mañana hacían burla de los que iban al Louvre a ver la Gioconda, que ellos lo intentaron y aquello estaba lleno de guiris haciéndose fotos y no había manera. Los guiris son los otros, M., y así es imposible afrontar el problema. Cuando todo se ve desde la perspectiva del "nosotros" y el "ellos", y "nosotros" somos los buenos, la conclusión va a ser errónea seguro, cuando no algo peor. Ahora estoy al lado de la playa, en la Costa Dorada, al contrario que en Viena, ahora debería formar parte del "nosotros", pero no veo ninguna diferencia entre mi hijo y el niño francés que quiso unírsenos para jugar un 21. Estamos en uno de esos hoteles de costa del llamado "turismo familiar" y U. se lo está pasando muy bien. Yo me aburro y escribo, lo digo para bien, aburrirme es mi actividad preferida.
En Viena fuimos a ver varios museos, muy buenos, por cierto. Algún palacio de los Habsburgo y comimos un pastelito donde se supone que merendaba Sisí. También fuimos a un concierto en la sala donde se celebra el de año nuevo y, aunque el programa era Mozartiano, al final nos tocaron la marcha Radetsky, para hacernos sentir como un 1 de enero sin resaca. La orquesta era buena, mejor que muchas españolas, el programa para guiris, con piezas muy populares, y todos los japoneses del mundo estaban allí. No me quejo porque yo también estaba, M., que ésa es la clave del asunto, yo era uno de ellos. Y no me quejo porque estuvo bien y porque una vez vimos un Réquiem en Praga muchísimo mejor que la mierda que nos cobraron a precio de oro en el Palau de la Música.
Y ésta es otra clave del asunto. España es un patético país que un día descubrió que podía vivir de vender el sol y como el sol es gratis para qué molestarse en hacer otra cosa. Hace un siglo Unamuno acuñó el "que inventen ellos" y sigue vigente. El turismo mata los barrios, cierto, destroza entornos naturales, cierto, pero el turismo somos "nosotros". No es de ahora, viene de hace mucho y nosotros y nuestro modelo económico y social matamos nuestros barrios y nuestro entorno. Nosotros alquilamos, fabricamos y jodemos nuestras costas. "Ellos" no tienen ninguna culpa en esto, en muchos casos "ellos" son unos pobre pringados que tienen quince días de vacaciones, compran una guía y se van con sus hijos a dejar de pensar por un momento en su aburrida vida cotidiana. Nosotros llevamos decenios pidiéndoles que vengan y ellos ven las fotos de nuestras playas, nuestro inventos alcohólicos muy por encima del pijerío del cóctel y dicen que vale. Y nos dan de comer porque en muchos sitios de España no se sabe hacer nada más.
No había vieneses en el concierto. Ni en el palacio de los Habsburgo, ni en sus museos. Como no hay barceloneses en la Fundació Miró, ni en la Tàpies, en temporada de vacaciones ni colegios van. El patrimonio cultural es para lucirlo, al "nosotros" le gusta disfrutar del patrimonio cultural del "ellos" y viceversa. En un jardín laberíntico de los Habsburgo me vine arriba, resbalé y me caí dentro de una fuente junto a un cartel de "achtung" dándome un hostiazo del quince. Los vieneses no se caen en esa fuente. ¿Que muchos guiris vienen aquí a hacer lo que no hacen en su país? Pues claro, porque les dejamos, porque queremos su dinero. La culpa sigue siendo nuestra. Prueba a robar una bandera en Lituania.
Junto a pintadas denunciando que el turismo mata las ciudades, se ven pintadas diciéndole al turista en su cara que no es bienvenido. Conozco al que distribuye las pegatinas. Aunque es fácil, no estoy aquí para decirle a nadie que revise sus principios intelectuales y cómo encajar esa frase en un pretendido discurso de izquierdas. Es cosa que dejo para otro día. Te escribo aquí para decirte que estamos en lo de siempre, el que inventen ellos, la culpa es de ellos, no les queremos aquí aunque les hemos dicho que vengan. Ellos, ellos, ellos, nosotros somos tan buenos que no nos damos cuenta de que si en un sitio hay demasiada gente nosotros también sobramos.
Un beso.

dimecres, 9 d’agost del 2017

El energumenato Vol. 2: de sabios y cretinos

Querida M.,
Cuando Harold Bloom vino a recoger su merecido premio Catalunya los titulares de prensa se centraron en sus habituales ataques a la calidad literaria de Harry Potter. Los periodistas le preguntaron por enésima vez su opinión sobre la saga del mago y él contestó por enésima vez que le parecía mala literatura. Recuerdo una conversación días después con un amigo que, por intereses comerciales, le debía mucho a Potter. Estaba indignado, me decía que quién se creía ese tal Bloom que era para echar pestes de las novelas de J. K. Rowling, que a tanta gente gustaban. Es lo que tiene la democratización de la cultura, que todo el mundo tiene una opinión.

"El canon occidental" de Harold Bloom es una obra tan susceptible de desacuerdo como cualquier otra. Lo que es difícil de negar es que su autor es uno de los más grandes sabios vivos que hablan y escriben sobre literatura. ¿Quién es Bloom para opinar sobre Potter? Un sabio, y como tal su opinión importa o debería importar. La opinión de mi amigo, además de ser interesada, no. La opinión de los millones de lectores debería importar a sus amigos, primos y demás familia, pero no debería formar parte del debate literario. Saber distinguir el fan, del tertuliano, del oportunista, del sabio es una tarea sencilla que, por desgracia, se está echando a perder. A los intereses comerciales que manipulan las opiniones del planeta les interesa sobremanera que esa tarea fracase. Viven de ello. Vale más la opinión equivocada de un sabio que la acertada de un ignorante, pero no interesa.

Cuando se estrenó la saga original de "Star Wars" yo ya era un niño marcado por "El ángel exterminador" de Buñuel. Esa película me cambió la vida y las naves interestelares dejaron de interesarme de inmediato. Aparte de su enorme éxito comercial, no recuerdo tampoco que las críticas fueran demasiado entusiastas por aquel entonces. Yo las vi de adulto y me gustó el aroma de western de la primera, me aburrió la segunda y me pareció denunciable la tercera. Cuando todo parecía olvidado volvieron a inundarnos con una segunda trilogía de la cual, a duras penas, se salva una carrera de vainas. Lo que es peor es que la mayoría de los fans de la saga que conozco reconocen que los actores están horribles y muchas de las películas parecen serie B. Me dicen que el fenómeno está más allá, en otro lugar, en el diseño, en la iconografía, en una infinita capacidad para el márquetin. Pues muy bien.

Después de la más o menos reconocida pifia de la segunda trilogía, la compañía Disney nos adereza la vida con una tercera. Me niego a que me digan que es una manía mía contra las películas de ciencia ficción. Las dos películas que J.J. Abrams hizo sobre la saga Star Trek me gustaron; me gustaron mucho, sin haberme interesado nunca el universo Star Trek. Lo nuevo de Star Wars puede tener una factura algo mejor, pero las historias siguen sin sostenerse más que a través de su propia mitología. Recuperamos a tal o cual actor por muy acabada que esté su carrera o muy malo que haya sido siempre, volveremos a ver el monigote de aquel engendro cibernético o aquel mono gigante. Y con eso ya salimos del cine contentos. ¿Y quién soy yo para decir nada? Nadie.

¿Cómo se distingue a un sabio de alguien que no lo es? Pues es bastante sencillo. Basta con leerlos o, en su defecto, escucharlos. El sabio es aquel que no es un cretino. Sí, M., ya sé que parece una obviedad. Me explicaré. El sabio es aquel que habla de aquello acerca de lo que sabe más que los demás y luego calla. Harold Bloom es un sabio, sí, pero su opinión sobre la nueva plantilla del Barça es completamente irrelevante. Para distinguir a un buen crítico de cine hay que leer a muchos críticos de cine que sólo saben poner estrellitas; para encontrar a un buen crítico literario conviene leer a muchos críticos literarios de mierda.

Y llegamos al quid de la cuestión. Hace unos días Javier Marías levantó una de sus habituales polvaredas, previas a la publicación de una nueva novela, con un artículo sobre los falsos mitos de la literatura femenina y Gloria Fuertes. ¿Es Javier Marías un sabio? No. Es un opinador habitual, pero le da igual sobre qué. Como muchos otros literatos actuales viven de opinar a diestro y siniestro, trepando como infinitos lameculos del grupo Prisa. De este hecho el matrimonio Lindo-Muñoz Molina nos ha dado tantos ejemplos maravillosos que me lloran los ojos.

Siempre reconocí en Javier Marías talento literario aunque no me gustaban sus novelas. Con el tiempo, un celebrado crítico alemán lo encumbró al Olimpo de los autores europeos modernos y yo pensé que, quizá, traducido al alemán, salía ganando en profundidad. Después reconocí mi error al encontrar "Tu rostro mañana" una novela extraordinaria. Pero ahora vuelve a escribir novelas como las de antes, que se venden más. La sabiduría que le falta a su talento la tenía su padre, Julián Marías, hombre sin duda equivocado pero con unos conocimientos y una capacidad para transmitirlos que lo hicieron un dios a mis ojos cuando, Pitxu se acordará de esto, me salvó la filosofía de la selectividad.

Uno de los más grandes sabios sobre la poesía española de la segunda mitad del siglo XX, si no el mayor, fue José Batlló. La deuda que muchos poetas tienen con él es infinita y reconocida, basta indagar un poco para saberlo. Editó, dirigió colecciones, tradujo y escribió poesía como casi ningún otro. Como una sombra, su nombre lo impregna todo. Si se quiere conocer a fondo la poesía de los 60, los 70 o los 80 a él debemos consultarle. Y es aquí cuando el sabio nos señala con su dedo al cretino.

¿Por qué Javier Marías no es un sabio?  Porque es un cretino. Porque le gusta escribir sin saber, a partir de teletipos o noticias sesgadas por diarios semidifuntos. En el artículo que levanta la famosa polvareda Marías no razona mal. Dice cuatro evidencias sobre la historia de la literatura femenina, crea su canon, nada original, y se manifiesta contra la presión de los lobbies que quieren colocar las fotos de sus héroes en todos los plafones. El problema de su artículo radicaba en la pobre Gloria Fuertes. ¿Qué pintaba ella en todo este embolado?

Aprovechando que se cumplen 100 años de su nacimiento su figura está viviendo un pequeño reconocimiento en forma de reediciones, biografías y homenajes. No entiendo mucho de poesía, no es mi género preferido, pero en el año 1997 Batlló hizo una alineación de los mejores poetas españoles vivos para un especial de la revista Taifa, que dirigía. En esa alineación, de medio centro, estaba Gloria Fuertes y si de una cosa estoy seguro es de que Batlló no lo hacía por motivaciones extraliterarias.

Cuando Marías comienza su artículo sorprendido por el resurgir de la poetisa y afirmando que en su opinión no merece estar en ningún canon literario asoma ese Marías ignorante que ha rellenado tantas páginas de naderías. Conociéndole, habiéndole leído, es fácil concluir que no conoce la poesía española de esos años, que quizá no sepa quién era Batlló, que para él Gloria Fuertes era aquella ancianita a la que se le escapó el globo y recitaba ripios a los niños de los setenta. Quizá debería mirarse esa alineación y aprender alguna cosa del sabio en lugar de salivar embobado mirando cómo se le escapa la cometa blanca.
Un beso.

divendres, 7 d’abril del 2017

Dietario de un no independentista abandonado. Volumen V: Patria





Querida M.,
Un libro grande no es necesariamente un gran libro. Más bien al revés. No son habituales los ramalazos de genio que hacen merecer la pena a más de 500 páginas. Por desgracia, hoy vengo a decirte que me he traicionado a mí mismo; dos veces. La primera traición es esta carta, no me gusta hablar mal de libros o películas, me molestan los críticos que sólo se dedican a desanimar, me alegran el día aquellos que recomiendan con pasión lo que les gustó. Te escribo irritado, molesto por sucumbir a la necesidad de hablar mal de una novela, de hablar únicamente mal de una novela, con la intención de olvidarme de ella, de quitármela de encima. Y no lo hago por la novela en sí; lo hago por todo aquello que la ha rodeado desde el momento en que salió al mercado. Reseñas elogiosas, 160.000 ejemplares vendidos, reza la faja, recomendada por Mario Vargas Llosa, Benjamín Prado, Iñaki Gabilondo, Ignacio Martínez de Pisón… Estos dos últimos me desconciertan especialmente, por los primeros nunca tuve gran estima intelectual, pero Gabilondo siempre pareció saber de qué hablaba, y Martínez de Pisón, “Cuando acabas de leerla, sabes que has leído un clásico”, ¿en qué estaría pensando?
La segunda traición ha sido acabar de leer “Patria”, la novela de Fernando Aramburu. Por lo general, en las primeras páginas ya se sabe si nos enfrentamos a un mal escritor o no, se puede dudar y llegar a la página 30, o la 40, pero pasar de ahí a sabiendas de que lo que tengo entre manos es una porquería no lo hacía desde la adolescencia. “Tienes que leerla”, me han dicho, “me interesa tu opinión”, etcétera. Sólo puedo escudarme en la ética personal. Si quería escribirte esto hoy, necesitaba tener la certeza de haber terminado el libro. Una escena, una actuación brillante son capaces de salvarme una película; con un libro es más difícil, pero necesitaba intentarlo.
El Aramburu escritor.
“Patria” es, en esencia, una mala novela. Diría que muy mala, pero no es necesario. Su escritura es irregular hasta hartar, no se trata de que el autor utilice diversos registros narrativos, se trata de que casi todos los utiliza mal. Tiene un comienzo más o menos brillante, algunos capítulos intermedios aceptables y como 30 páginas, hacia el final, que logran transmitir alguna buena emoción. Esto se da cuando el autor se expresa en primera persona a través de aquellos personajes con los que se identifica. En esos momentos de intimidad, zozobra, sentimientos… de frases interrumpidas, conectadas por los espacios en blanco, Aramburu logra hacer vibrar algunas cuerdas. Son los pasajes en los que los personajes “buenos” dicen lo que él quiere decir y el momento en que el etarra se acerca a su redención. Es decir, Aramburu escribe bien cuando habla.
Cuando se trata de escribir, la novela pasa de mala a infame, y en ocasiones alcanza los límites de la vergüenza ajena. La primera persona de los personajes que desprecia es de todo punto insostenible. No sabe hablar por su boca así que suelta peroratas increíbles sin ningún rubor. La tercera persona narrativa es repetitiva, anticuadísima, vulgar, estomagante por lo minucioso de los detalles absurdos y, lo que es peor, en ocasiones trata al lector de imbécil extenuándolo con explicaciones inútiles sobre asuntos prescindibles; no es que sea incapaz de sugerir nada, Aramburu se muestra incapaz de suprimir nada. Mención aparte merecen los pasajes eróticos de la novela, de una puerilidad insana, su uso de la palabra polución me ha trastornado y perdurará en mi memoria largo tiempo. A pesar de todo, sin duda lo peor son los diálogos. Ningún personaje habla normal. Ni uno. Es materialmente imposible leerlos en voz alta sin sonrojarse. Entendería que me pidieras ejemplos. De los pasajes más horribles tuve tentación de tomar nota, pero según avanzaba la lectura lo fui considerando innecesario por dos razones. La primera es que se trata de un libro prestado y marcarlo supondría quedármelo y eso sí que no. La segunda es que, de verdad, puedes abrirlo por la página que quieras, casi seguro será mala.
No sé cuántas palabras o páginas pueden sobrarle a “Patria”, muchas, no comprendo cómo la editorial Tusquets no tiene un editor con criterio y unas tijeras. Pero como mínimo sé que le sobran capítulos enteros por inútiles. ¿Sabes cuando estás viendo una serie que te gusta y una semana te endosan un capítulo en el que ni pasa nada, ni lo que parece que pasa tiene valor? Pues capítulos de esos a Aramburu le nacen a mansalva. La estructura del libro no tiene mucho de particular, da saltos en el tiempo que, si son intencionados, mal (por lo que tendría de tramposo dar la sensación de que cualquier tiempo es igual a otro), y si no lo son, pues nada, allá él si le gusta así. El problema está en la cantidad de personajes de los que, sin venir a cuento, trata de dibujarnos una semblanza elaborada. Secundarios que con cuatro brochazos serían felices tienen salas enteras del museo. En este sentido, la niña del exorcista hija del director de la emisora resulta de verdad impresionante. Se intuye una cierta ansia por convertir el texto en película, el tiempo lo dirá.
De la parte literaria del libro sólo me queda hablarte un poco del argumento y los personajes. El maniqueísmo alcanza en “Patria” unas cotas difíciles de igualar en la historia de la literatura. Es más difícil discernir los buenos de los malos en una película de zombies que en “Patria”. Mordor es un vergel al lado de la localidad vasca donde transcurre la historia. No es que los abertzales sean malísimos, es que son feos (literalmente), desgraciados, infelices, bobalicones, ¡es que tienen halitosis! (literalmente). Los tonos grises aparecen, tímidos, a partir del centenar de páginas, cuando ya el lector no tiene tiempo de echarse atrás. La historia en sí no tiene un gran valor, los vascos nos la sabemos y los no vascos deberían saberla, todo ello aderezado con buenas dosis de odio, exageración, manipulación y una tendencia más que desagradable al culebrón con frases finales en las que un imperceptible tantatachán suena en nuestro cerebro. Aramburu no se deja tópico sin sacar brillo, la iglesia proetarra, el matriarcado, los de fuera, el euskera subvencionado, el folklorismo abertzale... Los tópicos tienen su razón de ser, claro, pero en "Patria" llevan el lenguaje de la época más savateriana de El País.
El ideólogo Aramburu.
De esta parte puedes prescindir, M., aunque no lo parezca, aquí empieza lo subjetivo. Vaya por delante que, como bien sabes, nunca he sido abertzale, que he tenido vecinos a los que he oído gritar con su hijo por sus algaradas nocturnas, familiares directos que me han estropeado las cenas de Navidad, amigos peperos a los que dejaban cajas de cartón vacías a la puerta de casa, he ido a un instituto público vasco en los años ochenta con El País bajo el brazo, he tenido todos los discos de Eskorbuto y de La Polla Records, he tenido un piso franco de la policía en el tercero de mi bloque, he vivido casi toda mi vida sobre un supermercado de capital francés que periódicamente hacían desalojar, hemos tenido unos amigos íntimos de los cuales la mujer tuvo que huir de su familia para casarse con un gallego, incluso unos amigos llamaron africana a mi mujer (supongo que de broma) cuando supieron que era de origen andaluz.Vaya por delante que siempre he creído que HB tuvo un enorme control social y cultural en las calles vascas, tan o más influyente que el político del PNV.
Vaya por delante todo eso, M., para decirte que Aramburu miente, como un bellaco y, casi seguro, a sabiendas. Para la historia parece haberse inspirado en el caso de Ramón Baglietto, junto al de Yoyes una de las historias más estremecedoras emocionalmente del terrorismo etarra. Aramburu lleva eso a un extremo aún más alejado (dos parejas de amigos íntimos y el hijo de uno de ellos está implicado en el asesinato de la pareja de mus de su padre). Y así es todo. Muchas de las situaciones que describe la novela parecen por completo inverosímiles (el tratamiento del hermano del etarra, homosexual y aficionado a los libros que se tiene que ir del pueblo es surreal), aún así, estaría dispuesto a aceptar que algún día, en algún lugar de Euskadi, por algún instante, pudieron suceder. Ésa es una de las grandes trampas de la novela, Aramburu nos muestra multitud de casos extremos, casi inauditos, excepcionales y los sitúa todos en el mismo pueblo, el mismo barrio, el mismo momento, haciéndonos creer que esa era la vida cotidiana. Mil verdades pueden construir una enorme mentira.
Otra trampa de “Patria” es su descontextualización. No sé si es deliberada o por ignorancia. No deseaba saberlo, pero en su biografía ya indica que Aramburu vive en Alemania desde 1985. A lo largo del libro se hace muy evidente que sólo conoce la realidad vasca a través de la prensa de Madrid. No hay cronología, para el autor la Eta de los 70, la de los 80, la de los 90, y la de sus últimos días fue siempre lo mismo. El abertzalismo y sus líderes fueron siempre los mismos. Euskadi estuvo siempre igual. Es un juntador de anécdotas de periódico para construir una realidad y da cierta sensación de haber leído algunos libros para documentar pasajes, pero de tener graves problemas de contexto real en otros muchos. Resulta muy inverosímil que, en la época que describe, Eta asesinara a un pequeño empresario, euskaldun y apolítico por un malentendido con el importe del impuesto revolucionario. Resulta aún más increíble que el lehendakari Ardanza no asistiera al entierro. Y resulta delirante que asistieran algunos políticos del “espectro constitucionalista” en los años en que el PNV gobernaba con Rosa Díez. Si alguien sale con la excusa de que se trata de una novela, Aramburu se encarga de desmentirle en el capítulo en que integra como personaje a Manuel Zamarreño. En ese instante el autor nos asegura que eso que cuenta es la verdad, un enorme fresco de una realidad extenuante.
Leyendo “Patria” es imposible no acordarse de Bernardo Atxaga y su maravillosa “Hijo del acordeonista” o de la película “La muerte de Mikel”. A pesar de lo que dice Aramburu hay mucha obra magnífica sobre la realidad vasca durante esos años, hecha en euskera y en castellano. El trato que da Aramburu al racismo, a la homosexualidad, a los inmigrantes, está fuera de lugar, lo traslada de una época a otra sin vergüenza que lo detenga porque en este libro todos los tiempos son iguales. El trato que le da al euskera en el libro, a los escritores en lengua vasca, a los periodistas, al Egin y el Diario Vasco, al rock radical vasco (lo nombra de pasada una vez aún siendo fundamental esos años, tan inexistente para él como para la prensa en la que se ha basado), a todo aquello que huela a euskaldun y, por tanto, a nacionalista, tiene un permanente aroma de desprecio, un revelador tufillo de suficiencia. Los idiomas son usados en ocasiones como arma dialéctica y hay uno mejor que el otro. Las patrias son como las religiones, M., los que tienen una no la sueltan y los que no tenemos ninguna nos tragamos las de los demás. En “Patria” no existe España, sí unos españoles casi beatíficos, pero no España, que no entra en la ecuación, no vaya a ser que pudiéramos confundirnos y llegar a creer que el autor se debe a otro patriotismo diferente. En "Patria" no existe el PNV.
Acabo M., incapaz de comprender qué han visto algunas mentes preclaras en este libro sin valor alguno. No me entra en la cabeza. Sólo la lamentable situación cultural y política en la que está inmersa España puede explicar que traten de colarnos este folletín como literatura. Sólo la profunda crisis que vive nuestra prensa escrita en manos de energúmenos y desalmados puede explicar que este libro haya pasado el mínimo filtro de calidad. “Patria” no se parece a las películas de Imanol Uribe ni a los libros de Atxaga o Saizarbitoria, se parece al tostón ése que escribió Rafael Vera y del que hicieron una serie para Tele5. Cielo, Aramburu no ha escrito la gran novela vasca contemporánea, ni un clásico. Ha escrito el culebrón del odio contenido y la humillación del vencido. Eta no siempre fue lo mismo, aunque nunca tuviera razón. Eta supo una cosa desde el primer día, luchaban para perder y perdieron. Desde su atalaya de vencedor Aramburu les obliga a pedir perdón, les arrodilla, les hace firmar el tratado de Versalles y, a pesar del lloriqueante final, no tengo muy claro que haya perdonado.
Un beso.