dimecres, 8 de maig del 2013

Anacronópete

Querida M,
Anda Unai intrigado por los viajes en el tiempo, así que hemos visto un par de entregas de “Regreso al futuro” y está esperando a que llegue el fin de semana para ver la tercera. Debe de ser una cosa genética, sé que no me creerás, pero yo te lo cuento igual.
Que vuela hacia atrás en el tiempo. En traducción cutre del griego, eso significaría la palabra “anacronópete”; el nombre que mi antepasado aragonés, Sindulfo García, le puso al artilugio que inventó a finales del siglo XIX. Con ese aparato pretendía demostrar que viajando en dirección contraria a la rotación de la tierra se regresaba al pasado.
Sindulfo García presentó su invento en París, para los aficionados a las modernidades científicas, en un intento por burlarse de las supuestas tonterías que escribía Julio Verne. Lo cierto es que la incredulidad de los asistentes, y algunos fallos técnicos los días clave, hicieron que el anacronópete fracasara y se convirtiera en una vieja reliquia familiar, quedando en el olvido para casi el resto de la humanidad.
Yo sólo había escuchado algunas historias sobre aquel aparato hasta que, en una visita a la rama aragonesa de la familia, comprobé que aún conservaban un viejo frasco del fluido García. Esa rama familiar se había desplazado a Castellón, dicen las malas lenguas que a causa de la vergüenza que les había traído el fracaso del loco de Sindulfo. Quizá por eso, cuando pregunté qué era aquel fluido, me dieron largas.
Desde entonces investigué a ratos sobre Sindulfo y su máquina e hice algunos descubrimientos no demasiado importantes, pero clarificadores. Sólo hubo dos personas que le creyeron. Uno fue Enrique Gaspar, un diplomático español que había recorrido medio mundo y se había convertido en un autor teatral de cierto éxito en la segunda mitad del diecinueve. A través de Gaspar averigüé que el fluido García era el líquido que producía el anacronópete para evitar que los pasajeros que viajaban en el tiempo rejuvenecieran o modificaran su aspecto en el trayecto. También fue el primer traductor al castellano de “Mar i cel”.
El otro fue el ilustrador catalán Francesc Gómez Soler, del cual se conservan algunos dibujos que nos muestran cómo era la máquina. Sindulfo la construyó en 1881, años antes de que H.G. Wells escribiera “La máquina del tiempo”, pero yo no sé qué ha sido de ella, M., la he buscado, pero supongo que alguien la destruyó y la convirtió en chatarra. Se trataba de una gran caja de hierro difícil de ocultar.
Es lástima, a veces me gustaría volver atrás.
Un montón de besos. Si son pequeños, en un montón caben muchos.
R.
P.S. Una de mis novelas preferidas de niño se llamaba “El viajero del tiempo”, de un francés llamado Noel Noel. En ella, un tipo de la Francia pre-revolucionaria construye una máquina que permite recuperar las imágenes reflejadas por los espejos en el pasado. Un descendiente actual de aquel sabio parte de su invento para construir otra máquina que le permite viajar en el tiempo. Su intención es visitar la época de su antepasado para conocerlo y, de paso, conocer a una mujer que había visto reflejada y de la que se había enamorado. El descendiente cree que morirá guillotinada y puede salvarla. Mi madre regaló ese libro y no he sido capaz de encontrar otro ejemplar. Parce que será más fácil regresar a la infancia y traérmelo.

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