Anda Unai intrigado
por los viajes en el tiempo, así que hemos visto un par de entregas de “Regreso
al futuro” y está esperando a que llegue el fin de semana para ver la tercera.
Debe de ser una cosa genética, sé que no me creerás, pero yo te lo cuento
igual.
Que vuela hacia
atrás en el tiempo. En traducción cutre del griego, eso significaría la palabra
“anacronópete”; el nombre que mi antepasado aragonés, Sindulfo García, le puso
al artilugio que inventó a finales del siglo XIX. Con ese aparato pretendía
demostrar que viajando en dirección contraria a la rotación de la tierra se
regresaba al pasado.
Sindulfo García
presentó su invento en París, para los aficionados a las modernidades
científicas, en un intento por burlarse de las supuestas tonterías que escribía
Julio Verne. Lo cierto es que la incredulidad de los asistentes, y algunos
fallos técnicos los días clave, hicieron que el anacronópete fracasara y se
convirtiera en una vieja reliquia familiar, quedando en el olvido para casi el
resto de la humanidad.
Yo sólo había escuchado
algunas historias sobre aquel aparato hasta que, en una visita a la rama
aragonesa de la familia, comprobé que aún conservaban un viejo frasco del
fluido García. Esa rama familiar se había desplazado a Castellón, dicen las
malas lenguas que a causa de la vergüenza que les había traído el fracaso del
loco de Sindulfo. Quizá por eso, cuando pregunté qué era aquel fluido, me
dieron largas.
Desde entonces
investigué a ratos sobre Sindulfo y su máquina e hice algunos descubrimientos
no demasiado importantes, pero clarificadores. Sólo hubo dos personas que le
creyeron. Uno fue Enrique Gaspar, un diplomático español que había recorrido
medio mundo y se había convertido en un autor teatral de cierto éxito en la
segunda mitad del diecinueve. A través de Gaspar averigüé que el fluido García
era el líquido que producía el anacronópete para evitar que los pasajeros que
viajaban en el tiempo rejuvenecieran o modificaran su aspecto en el trayecto. También
fue el primer traductor al castellano de “Mar i cel”.
El otro fue el
ilustrador catalán Francesc Gómez Soler, del cual se conservan algunos dibujos
que nos muestran cómo era la máquina. Sindulfo la construyó en 1881, años antes
de que H.G. Wells escribiera “La máquina del tiempo”, pero yo no sé qué ha sido
de ella, M., la he buscado, pero supongo que alguien la destruyó y la convirtió
en chatarra. Se trataba de una gran caja de hierro difícil de ocultar.
Es lástima, a
veces me gustaría volver atrás.
Un montón de
besos. Si son pequeños, en un montón caben muchos.
R.
P.S. Una de mis
novelas preferidas de niño se llamaba “El viajero del tiempo”, de un francés
llamado Noel Noel. En ella, un tipo de la Francia pre-revolucionaria construye
una máquina que permite recuperar las imágenes reflejadas por los espejos en el
pasado. Un descendiente actual de aquel sabio parte de su invento para
construir otra máquina que le permite viajar en el tiempo. Su intención es
visitar la época de su antepasado para conocerlo y, de paso, conocer a una
mujer que había visto reflejada y de la que se había enamorado. El descendiente
cree que morirá guillotinada y puede salvarla. Mi madre regaló ese libro y no
he sido capaz de encontrar otro ejemplar. Parce que será más fácil regresar a
la infancia y traérmelo.
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