Querida M,
Cuando Mary Williams decidió ponerse un nombre con el que firmar sus
frivolidades, miró a su alrededor y de los anuncios y carteles que vio escogió
al azar: Kate Carew.
Mary Williams nació en 1869, en Oakland. Estudió en la escuela de diseño de
San Francisco, donde también trabajó como ilustradora para el San Francisco
Examiner, de la mano del gran Ambroce Bierce. Una vez casada con el autor
dramático Harriet Kellett Chambers, ambos se fueron a vivir a Nueva York, donde
Mary quería montar un pequeño estudio en el que poder pintar.
Un día, en el trascurso de una representación teatral, comenzó a dibujar
caricaturas de uno de los actores de la obra en los bordes del programa y decidió
enviarlas a algún periódico por si sonaba la flauta laboral. Fue entonces
cuando rebuscó en la casualidad para encontrar un nuevo nombre que sustituyera al
suyo original y firmó esos dibujos como Kate Carew.
Alguien del New York World se fijó en los dibujos y se los comentó al
editor del diario, por entonces el célebre Joseph Pulitzer. Pulitzer era más un
rey del márquetin que un periodista así que vio en Kate un elemento novedoso
para el diario y le dio un par de columnas semanales en las que nuestra heroína
de hoy dibujaba caricaturas teatrales al tiempo que las acompañaba de
comentarios irónicos sobre las obras.
Por desgracia para Kate, lo único malo que tenía esa sección era el nombre;
Pulitzer la bautizó como “La única mujer caricaturista”, motivo por el cual
siempre se alegró de haber comenzado a firmar con pseudónimo. Pronto, y también por casualidad, pasó de ser una mujer pionera en el mundo
de la caricatura a serlo en el mundo de la entrevista periodística.
De regreso
a Estados Unidos tras una larga ausencia, Mark Twain debía negarse a conceder
entrevistas puesto que había vendido los derechos de autor de todas sus
palabras, fueran escritas o pronunciadas. El New York World logró convencerle
de que al menos se dejara retratar para el diario a lo que Twain,
efectivamente, accedió. Enviaron a hacer los dibujos a Kate Carew, que retrató
al escritor mientras se desayunaba, haciéndole hablar y preguntándole cosas al
tiempo que lo retrataba. Fue así como realizó su primera entrevista y fue así
como Kate Carew se convirtió en la primera entrevistadora que dibujaba una
caricatura de sus entrevistados. No tardó en convertirse en una celebridad para
su diario y sus series a personajes ricos y famosos crearon un género de
entrevistas basados en la ironía, la observación, la agudeza, el ingenio y,
sobre todo, unos deliciosos dibujos.
En 1901 Pulitzer la envió a Europa a que entrevistara a personajes del
continente en una serie que se llamó “Kate Carew Abroad”. Se divorció en 1911 y
marchó a vivir a Londres, donde trabajó para The Patrician y para The Tatler.
Cuando estalló la Primera Guerra Mundial regresó a los Estados Unidos y
continuó trabajando para diarios norteamericanos. A lo largo de todos estos
años Kate Carew entrevistó y dibujó a John Drew, Ethel Barrymore, Sarah
Bernhardt, Mark Twain, Bret Harte, Emil Zola, Jack London, W. B. Yeats, G. K.
Chesterton, Pablo Picasso, Winston Churchill, Theodore Roosevelt, David W.
Griffith, Sir Thomas Lipton, o los hermanos Wright, entre otros muchos. Te destaco la entrevista que le hizo al genial y
escurridizo científico Marconi, que fue como la descubrí, y al autor
británico Jerome K. Jerome, por la parte que te toca.
A partir de 1920 Kate Carew regresó a California con la salud y la vista
debilitadas, para retirarse y dedicarse a lo que desde un principio quiso
hacer: pintar paisajes. Sus cuadros son fáciles de encontrar en la mayoría de
los museos del Estado y para firmarlos adoptó de nuevo su nombre original, acoplándole
el apellido de su tercer y último marido, Mary Williams Reed.
Un beso.
R.
P.S. Una última curiosidad, catálogos turísticos de California recomiendan
visitar el caserón en el que vivió hasta su muerte como muestra de la
arquitectura local.
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