dijous, 2 de maig del 2013

Vacas

Querida M,
Me compré una jarra medidora en el bazar de los chinos. Tiene la forma de las antiguas jarras de lata y ¿adivinas? Me ha traído recuerdos. Ésta es de plástico, claro, pero muy parecida. Suerte que tengo un vaso medidor y sólo la quiero para sustituir a la jarra de mi batidora, que está resquebrajada y siempre dejaba escurrir parte del contenido. Digo suerte porque, en un alarde de ilusionismo, la jarra de los chinos es bastante más pequeña que la anterior pero también tiene un litro de capacidad. Si haces la comprobación, un litro de mi jarra antigua no es igual a un litro de jarra china, de hecho no cabe. Aún así, las rayitas dibujadas con mano poco firme en el lateral de la jarra china lo dicen bien claro: 1L.
Hace tiempo compré, también en los chinos, unos juegos de seis flaneras de plástico con una bandeja especial para meterlas en el microondas. La chinita que suele cobrar es muy simpática, es la hija de los dueños, pero ya me miraba raro. Cuando Unai era bebé desarrollé un complejísimo sistema de purés de verduras congelados: sin nada, con pollo, con ternera y con conejo. Las flaneras eran estupendas porque cabían cien gramos justos y tenían una tapa en la que podía escribir lo que había dentro con el rotulador de los deuvedés. La bandeja especial la tiraba nada más llegar a casa porque nunca tuve intención de hacer flanes en el microondas.Me deshice de la mayoría al empezar Unai a comer normal; tenía un armario lleno sólo con flaneras.
¡Ah sí, los recuerdos! Ya sabes, me disperso. Si me hubieras preguntado hace una semana te habría contestado que la única leche de vaca auténtica que he bebido en mi vida ha sido la de Galicia. En Piñeiro le comprábamos la leche a Filomena, la madre de Cesarito, cada mañana. La hervíamos enseguida y ya podíamos desayunarnos. Acabo de darme cuenta de que, años antes, mi abuelo aún tenía un par de vacas propias, así que imagino que nos tomábamos su leche. Yo era muy pequeño entonces. Coño, M., una se llamaba Rubia y la otra Toura, me acaban de venir sus nombres como en una iluminación. No era ése mi recuerdo de hoy ¿dónde estarían guardados esos nombres en mi memoria para aparecer ahora así, tan de repente?
No hace tanto, mi tía Esther aún tenía vacas, así que en su casa también debíamos de consumir producción propia. No sé, no veo ahora la olla hirviendo en su cocina. De las vacas de mi tía no recuerdo ningún nombre, ni siquiera el de una muy mayor y mansa que tuvo un solo verano. Yo le cogí cariño porque tenía los cuernos como el manillar de una bicicleta de carreras. En casa de Esther pasaba menos tiempo y no solía llevar nunca las vacas al prado así que supongo que no recordar esos nombres es normal. En Piñeiro sí, los de la casa de Diego o la Anita me dejaban ejercer de pastor durante el verano. Las que nunca llevé fueron las de Filomena, a pesar de mi amistad con Cesarito, no es que no me dejaran, es que tenían una vaca muy agresiva, que se te encaraba y te perseguía, y le cogí miedo; se llamaba Gallarda.
Esto es lo que te habría dicho si me hubieras preguntado hace unos días, que sé que este tema te inquieta desde hace tiempo. Gracias a los chinos he recordado que no es así, que antes incluso de estos recuerdos yo ya bebía leche de vaca. Sucedió al ver mi propia mano verter un puré agarrando la jarra nueva por el asa. De forma automática me vino la imagen de la hija de una casera de Ermua a la que mi madre le compraba la leche. Mientras vivimos allí, venía cada mañana una mujer que tenía un caserío en el monte, con unos cántaros grandes metálicos, a repartir leche por el barrio. Pero yo no recuerdo a esa casera, ni a su marido, sólo recuerdo a la hija, que metía una jarra de lata de igual forma que la que me acabo de comprar dentro del cántaro, y con ella medía las cantidades que nos teníamos que llevar. Recuerdo sus manos, con heridas, o sabañones del frío, no sé, cogiendo la jarra y recuerdo que me daba mucha grima ver que la leche al verterse contactaba con sus dedos y pensaba que menos mal que la hervíamos después.
Ya no recuerdo nada más, M., sólo tengo suposiciones. Supongo que no recuerdo a los padres porque yo no bajaba casi nunca al portal a buscar la leche. Supongo que casi siempre veía a la hija porque, quizás, yo buscaba la leche los días que no tenía colegio, y debíamos coincidir.
Para la despedida iba a hacer una comparación con los enormes ojos de las vacas que tan lustrosos sacó Medem en la película que les dedicó, pero no sería justo. Los ojos de las vacas son grandes, M., pero no son brillantes ni alegres, son ojos tristes, lánguidos, lentos y poseídos por el espíritu del aburrimiento. No tienen nada que ver con los tuyos.
Un beso.
R.
P.S. Toura, en gallego, es como un femenino raro de toro: “tora”. En realidad se refiere a las vacas jóvenes que aún no han sido preñadas.

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