Me compré una
jarra medidora en el bazar de los chinos. Tiene la forma de las antiguas jarras
de lata y ¿adivinas? Me ha traído recuerdos. Ésta es de plástico, claro, pero
muy parecida. Suerte que tengo un vaso medidor y sólo la quiero para sustituir
a la jarra de mi batidora, que está resquebrajada y siempre dejaba escurrir
parte del contenido. Digo suerte porque, en un alarde de ilusionismo, la jarra
de los chinos es bastante más pequeña que la anterior pero también tiene un
litro de capacidad. Si haces la comprobación, un litro de mi jarra antigua no
es igual a un litro de jarra china, de hecho no cabe. Aún así, las rayitas
dibujadas con mano poco firme en el lateral de la jarra china lo dicen bien
claro: 1L.
Hace tiempo
compré, también en los chinos, unos juegos de seis flaneras de plástico con una
bandeja especial para meterlas en el microondas. La chinita que suele cobrar es
muy simpática, es la hija de los dueños, pero ya me miraba raro. Cuando Unai
era bebé desarrollé un complejísimo sistema de purés de verduras congelados:
sin nada, con pollo, con ternera y con conejo. Las flaneras eran estupendas
porque cabían cien gramos justos y tenían una tapa en la que podía escribir lo
que había dentro con el rotulador de los deuvedés. La bandeja especial la tiraba
nada más llegar a casa porque nunca tuve intención de hacer flanes en el
microondas.Me deshice de la mayoría al empezar Unai a comer normal; tenía
un armario lleno sólo con flaneras.
¡Ah sí, los
recuerdos! Ya sabes, me disperso. Si me hubieras preguntado hace una semana te
habría contestado que la única leche de vaca auténtica que he bebido en mi vida
ha sido la de Galicia. En Piñeiro le comprábamos la leche a Filomena, la madre
de Cesarito, cada mañana. La hervíamos enseguida y ya podíamos desayunarnos. Acabo
de darme cuenta de que, años antes, mi abuelo aún tenía un par de vacas propias,
así que imagino que nos tomábamos su leche. Yo era muy pequeño entonces. Coño,
M., una se llamaba Rubia y la otra Toura, me acaban de venir sus nombres como en
una iluminación. No era ése mi recuerdo de hoy ¿dónde estarían guardados esos
nombres en mi memoria para aparecer ahora así, tan de repente?
No hace tanto, mi
tía Esther aún tenía vacas, así que en su casa también debíamos de consumir producción
propia. No sé, no veo ahora la olla hirviendo en su cocina. De las vacas de mi
tía no recuerdo ningún nombre, ni siquiera el de una muy mayor y mansa que tuvo
un solo verano. Yo le cogí cariño porque tenía los cuernos como el manillar de
una bicicleta de carreras. En casa de Esther pasaba menos tiempo y no solía
llevar nunca las vacas al prado así que supongo que no recordar esos nombres es
normal. En Piñeiro sí, los de la casa de Diego o la Anita me dejaban ejercer de
pastor durante el verano. Las que nunca llevé fueron las de Filomena, a pesar
de mi amistad con Cesarito, no es que no me dejaran, es que tenían una vaca muy
agresiva, que se te encaraba y te perseguía, y le cogí miedo; se llamaba
Gallarda.
Esto es lo que te
habría dicho si me hubieras preguntado hace unos días, que sé que este tema te
inquieta desde hace tiempo. Gracias a los chinos he recordado que no es así,
que antes incluso de estos recuerdos yo ya bebía leche de vaca. Sucedió al ver
mi propia mano verter un puré agarrando la jarra nueva por el asa. De forma
automática me vino la imagen de la hija de una casera de Ermua a la que mi
madre le compraba la leche. Mientras vivimos allí, venía cada mañana una mujer
que tenía un caserío en el monte, con unos cántaros grandes metálicos, a
repartir leche por el barrio. Pero yo no recuerdo a esa casera, ni a su marido,
sólo recuerdo a la hija, que metía una jarra de lata de igual forma que la que
me acabo de comprar dentro del cántaro, y con ella medía las cantidades que nos
teníamos que llevar. Recuerdo sus manos, con heridas, o sabañones del frío, no
sé, cogiendo la jarra y recuerdo que me daba mucha grima ver que la leche al
verterse contactaba con sus dedos y pensaba que menos mal que la hervíamos
después.
Ya no recuerdo
nada más, M., sólo tengo suposiciones. Supongo que no recuerdo a los padres
porque yo no bajaba casi nunca al portal a buscar la leche. Supongo que casi
siempre veía a la hija porque, quizás, yo buscaba la leche los días que no
tenía colegio, y debíamos coincidir.
Para la despedida
iba a hacer una comparación con los enormes ojos de las vacas que tan lustrosos
sacó Medem en la película que les dedicó, pero no sería justo. Los ojos de las
vacas son grandes, M., pero no son brillantes ni alegres, son ojos tristes,
lánguidos, lentos y poseídos por el espíritu del aburrimiento. No tienen nada
que ver con los tuyos.
Un beso.
R.
P.S. Toura, en
gallego, es como un femenino raro de toro: “tora”. En realidad se refiere a las
vacas jóvenes que aún no han sido preñadas.
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