dimarts, 5 de març del 2013

Lenguas


Querida M,
La patria del escritor es su lengua. Esta frase se suele atribuir a Francisco Ayala, pero tiene un antecedente en Fernando Pessoa, que escribió que su patria era la lengua portuguesa. Son frases de autores que pertenecen a comunidades lingüísticas poderosas, pero que si las dice alguien que se desenvuelva en un idioma minoritario lo convierte con rapidez en sospechoso de algo, no se sabe bien de qué, pero de algo.
Durante mucho tiempo Lázaro Covadlo me envió por correo electrónico los artículos que escribía en prensa. No me gustaban demasiado y suponía que, como tantos otros, había entrado en nómina de El Mundo gracias a ser uno más de esos habitantes de Catalunya descontentos con la realidad que les ha tocado vivir. Supongo que no es necesario nombrar a los otros, son muy conocidos, pero no parece gratuito que el representante catalanista en el diario sea Sostres.
Lázaro me envió un día un artículo en el que se quejaba de la asfixiante presión xenófoba del nacionalismo catalán al tiempo que negaba la existencia del nacionalismo español. Me irritó. No por sus ideas sino porque parecía escrito por alguien al que le habían dictado lo que tenía que decir sin tener demasiada idea de lo que estaba hablando. No le había respondido nunca antes, pero esa vez lo hice, preguntándole en qué país vivía que no sabía nada de lo que se cocía a su alrededor.
Me contestó muy indignado, dándome excusas que no vienen al caso para justificar su texto (pertenecen a la intimidad de aquella correspondencia), pero concluía diciéndome que dejaría de enviarme sus artículos porque, esto es literal, “le estaba pareciendo peligroso hacerlo”.
Sabes que mi capacidad para el nacionalismo deja mucho que desear así que me horroricé ante semejante afirmación y traté de reconducir las cosas. Le escribí diciéndole que nuestra discrepancia no debía ser motivo de mayor disputa y que me había limitado a manifestar mi desacuerdo ya que él se había tomado la licencia de enviarme su opinión. Me volvió a escribir aceptando que la cosa no merecía más discusión y reconociendo que no conocía nada de la política española porque no le interesaba.
Al poco tiempo escribió un artículo magnífico surgido de aquel intercambio (él hablaba de un amigo que le había dicho que la patria del escritor es la lengua). El artículo se titulaba “Si tuviera una patria sería la ducha”. Yo tampoco estaba de acuerdo con lo que decía, él seguía creyendo que lengua y política son la misma cosa, pero estaba muy bien razonado y, sobre todo, ¡tan maravillosamente escrito!
La lengua es el gran vehículo, M., forma parte de nuestra manera de ser, nuestra forma de decir que queremos a los demás, la lengua determina nuestra forma de razonar y merece consideración. Es curioso que el gallego sea la lengua que más interiorizada está en mi cerebro y, al mismo tiempo, sea la única de las que conozco que nunca he hablado en voz alta. Me habría gustado que el euskara estuviera igual de bien insertado entre mis neuronas, pero no pudo ser. Ni se hablaba ni se dejaba hablar lo suficiente, así que tuve que aprenderlo y, como todo lo que se aprende, acabé olvidando la mayoría de lo que supe. Pero, al contrario que las banderas o los himnos, su sonoridad es hermosa, su forma es vibrante, su encanto obliga a estimarlo.
Mi gran lengua es el castellano, la lengua en que Covadlo escribe sus artículos, la mía, tan mía como de cualquier otro. Pero una lengua menor es más querible, M., te hace más libre porque conocerla, expresarte a través de ella, es un acto de amor y una decisión personal y no hay nada, por poco inteligente que parezca, más respetable.
El gran Isaac Bashevis Singer escribió su obra en yídish, esa curiosa mezcla entre el hebreo, el alemán y vete a saber qué otras lenguas; despreciada por los patriarcas judíos acusándola de jerga. Él mismo ayudaba a traducir su obra al inglés, debido a la dificultad de semejante tarea, pero nunca abandonó el yídish porque decía que tenía más vitaminas que las demás lenguas. Que le gustaba escribir historias de fantasmas y que nada mejor para ello que escribirlas en una lengua moribunda, “cuanto más muerta esté la lengua, más vivo será el fantasma”, decía.
Quizá por eso hablo en catalán con Unai, porque necesito una lengua para los dos, con otras vitaminas, con cierta aureola de moribunda. Cada noche, cuando lo acuesto, me acerco a su mejilla para el último beso y le susurro al oído “Bona nit, t'estimo”, y él me contesta “Gabon” y me pide una palabra nueva en euskara, y miramos a nuestro alrededor y un día es “lámpara”, y otro “cuaderno”, y otro “buenas tardes”. Ayer me pidió que le enseñara cómo se dice “conejo” y no lo recordaba, y tuve que ir a mirarlo al diccionario. Mecachis.
A ti te quiero en castellano, M., pero es otro querer, no me lo tengas en cuenta.
Un beso.
R.
P.S. Hubo un tiempo en que entre los mejores cuentistas de España estaban Bernardo Atxaga, Manuel Rivas y Quim Monzó. Uno en euskara, otro en gallego y otro en catalán. Por aquel entonces se publicó “Agujeros Negros”, la primera obra de Covadlo, y fue algo extraordinario y creo que desde entonces no se ha escrito ningún otro libro de relatos en castellano mejor que aquél. No sé qué ha sido de Lázaro estos últimos años ni he querido indagarlo a la hora de escribirte hoy. Déjame que, por si acaso, deposite un recuerdo aquí, para él.

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