Querida M,
¿No te molestan las personas que te dicen que no leas ese
libro o no veas esa película? No me refiero a las que no están de acuerdo con
algo que te haya gustado. Me refiero a ésas que no pueden reprimirse al decirte
que ellas ya saben lo que es y no merece la pena que tú lo sepas. En muchos
casos, ni siquiera conocen tus gustos, sólo se creen poseedoras de una verdad
tan absoluta que te ahorran el trabajo de conocerla tú. A veces, me lo han
llegado a decir de alguna de mis películas preferidas o alguno de mis libros de
cabecera. Y me pregunto qué les impulsa a hacerlo.
El editor del “San Francisco Examiner” luego de publicar un
primer artículo a Rudyard Kipling lo despidió diciéndole “lo siento, Mr.
Kipling pero, sencillamente, no sabe utilizar el lenguaje”. Un crítico
londinense escribió sobre las “Hojas de Hierba” de Walt Whitman que el autor conocía
tanto el arte como un cerdo las matemáticas. Un crítico neoyorkino definió “El
Gran Gastby” como un libro de temporada… Es evidente que los críticos son
imprescindibles para el conocimiento o el desarrollo de un canon artístico
pero, ¿quién critica a los críticos?
Si alguien me pide un juicio sobre una película, un libro o
una pieza musical y conozco el objeto de la pregunta no tengo problema en dar
mi opinión. Pero no concibo el deseo enfermizo de despellejar aquello por lo
que no has sido preguntado. Puedo comprender que, por cuestiones laborales,
alguien escriba una crítica negativa de la obra sobre la que le ha tocado
opinar, pero no puedo entender que el interés primordial de un aficionado a
cualquier tipo de arte no sea el de incitar a los demás a disfrutarlo. Si algo
no me gusta lo olvido, pero si me gusta ardo en deseos de convencer a los demás
de mi hallazgo. Hay críticos que desaniman, que sacan a las personas del cine,
que hunden las posibilidades de un libro y parecen disfrutar haciéndolo. Hay personas
que sólo son felices en el conflicto y expanden su infelicidad.
Hubo un tiempo en que el diario El País era el nutriente
fundamental de los adictos a la cultura. Durante mi adolescencia muchos
pensábamos que eran unos grandes intelectuales los que hacían El País. Llegó un
día en que me di cuenta de que era El País el que hacía a los intelectuales. Y era
así como nos tragábamos con pan las opiniones de Rosa Montero, Vicente Verdú o
Juan Luis Cebrián. Verdú, autor de varios ensayos llenos de tópicos y obviedades,
escribió en su día una furibunda reseña sobre la película de Imanol Uribe “Días
contados”, policiaco magnífico que Verdú encontró apologético del terrorismo. Aquella
crítica no sólo demostraba la supina ignorancia de quien la escribió sobre el cine
de Uribe sino que halló en éste una respuesta tan simple como certera: no se había
enterado de nada.
Es curiosa la inquina con que alguna crítica española ha
tratado a muchos artistas vascos alejados de ETA. Al ejemplo de Verdú con Uribe
se podría añadir la sanguinaria persecución que sufrió Julio Médem por su
maravilloso documental “La pelota vasca” (persecución que seguramente le costó
el Goya) o, el proceso por el cual Bernardo Atxaga se quedó sin el Nacional de
Literatura por su preciosa novela “El hijo del acordeonista”. Todos ellos han
dado numerosísimas muestras de su lejanía ideológica del entorno de ETA, todos
han demostrado mil y una veces sus deseos de paz tanto en sus declaraciones
como en sus obras y, sin embargo, ahí han estado algunos críticos, no muchos,
que han ejercido de inquisidores.
Estos días se ha reavivado una vieja polémica de hace casi diez
años. Y lo más triste es que en este caso la justicia no ha sido injusta por
lenta, sino por ineficaz. Otra vez, como hace diez años, el inquisidor se ha
ido de rositas. El origen de la historia lo encontramos en la crítica que en El
País publicó Ignacio Echevarría sobre la novela de Bernardo Atxaga “El hijo del
acordeonista”, crítica atroz hasta la náusea que a la postre le costó el puesto
a su autor. La polémica que envolvió aquellos acontecimientos enturbió los
hechos y no dejó que se apreciara el bosque. Se atribuyó la marcha de Echevarría
de El País a la relación empresarial que el diario tenía con la editorial que
publicaba el libro (Alfaguara) y al mal que esa crítica podía haberle hecho en
su carrera comercial. Todo esto ocultó el hecho de que aquella crítica había
sido escrita desde la más absoluta inquina, con aromas de maldad.
Echevarría había escrito otras críticas muy negativas de numerosos
libros, entre ellos, por cierto, un Premio Alfaguara, sin que le pasara nada (de
hecho, y haciendo broma, que conste, parece que sólo le gustan las obras de
Roberto Bolaño, cuyas ediciones post-mortem gestiona). El problema mayor de la
crítica a Bernardo Atxaga era que estaba llena de insultos personales al autor. Incluso, antes de publicarla, parece que se suprimieron algunos que no puedo
llegar a imaginar. Pertenece al ámbito subjetivo destacar que algunas de las
opiniones vertidas por Echevarría sobre el libro son a todas luces discutibles
cuando no simples barbaridades. El texto describe el argumento de la novela
explicándolo como un cuento infantil para ridiculizarlo, algo que puede
hacerse con casi cualquier libro existente. También encontramos alguna argumentación
literaria surrealista como poner en voz del narrador frases vertidas por algún
personaje. Mientras la inmensa mayoría de los suplementos culturales y revistas
literarias reciben el libro con alabanzas El País lo masacra. Echevarría acusa
a Atxaga de tibieza y confusión en su conocimiento de la realidad vasca ??? y,
aquí está el quid de la cuestión, en ningún momento realiza un análisis
político del texto, siempre se trata de un ataque ideológico al mismo, con el
agravante de que, además, como en el caso de Uribe o Médem, es erróneo al
pensar que Atxaga es lo que no es.
En la carta abierta que Ignacio Echevarría escribió para protestar
por su exclusión de las páginas del diario El País hay dos puntos que merecen
atención y son muestra de un infantil egocentrismo; en su afán por defenderse,
se acusa. Para justificar por qué escribió la reseña explica que no la pidió,
le fue ofrecida, sin embargo también reconoce que la aceptó argumentando que
Atxaga era un autor que seguía con interés y respeto (sin falsedad, recalca).
En el segundo párrafo de la crítica queda muy claro que Atxaga le parece tibio
y confuso ya antes de “El hijo del acordeonista”. El segundo punto es una
curiosa pregunta que se realiza y reproduzco aquí: “¿Tiene sentido ejercer la
crítica en un medio dispuesto a desactivar los efectos de la misma y a
desautorizar a su propio crítico?” En la misma frase reconoce que la crítica
tenía la intención de provocar unos “efectos” y que esa opinión debería ser la
línea editorial del diario. En esa carta Echevarría se muestra indefenso, se
queja del daño recibido aunque en todo aquel asunto el más dañado fue Atxaga,
que vio cómo su novela tardó semanas en arrancar en ventas (más o menos hasta que la gente la leyó) y
cómo se quedó sin el Premio Nacional de Literatura cuando podría haberlo
ganado.
En el jurado de aquel premio estaba Suso de Toro, el hombre
que diez años después ha sentido el impulso de hacer justicia y ha redoblado la
injusticia. En el supuesto afán de restañar de forma definitiva la herida de
aquella afrenta se ha referido a la iniquidad de Echevarría acusándole de una
crítica recibida de él que, en realidad, nunca escribió. Eso ha puesto en manos
de Echevarría una gran cantidad de artillería pesada que, suponiendo cómo es el
tipo, no ha dudado en utilizar. En un acto de infinita estupidez Suso de Toro
se pone a los pies de Echevarría y éste lo patea sin piedad. Como esos malvados
de las teleseries que se mantienen vivos a base de pequeños triunfos. Por
cierto, también hay algo interesante en la virulenta respuesta de Echevarría al
ataque de Suso de Toro, muestra del mismo egocentrismo infantil de hace diez
años. Para corroborar que él nunca pudo escribir una mala crítica del escritor
gallego trata de humillarlo reconociendo que nunca ha leído un libro suyo,
sobre todo después de su implicación en el caso Prestige como “lameculos
oficial del presidente Zapatero”. Llama la atención que un crítico literario se
vanaglorie de no haber leído nada de un autor que, antes de lo del chapapote,
había ganado tres veces el premio de la crítica gallega.
Se defiende también Echevarría de que aquella crítica a
Atxaga fuera ideológica preguntando si alguien sabe decirle a qué corriente
política pertenece él. Yo no lo sé, pero lo intuyo, como mínimo pertenece a la
estirpe de los que ven “nazi-onalistas” debajo de las piedras, amenazando con
sus hachas, donde no los hay, ellos insisten en que están ahí. Me gustaría
saber si el autor de la obra que ganó el Nacional de Literatura aquel año es
más de su gusto. También era vasco de nacimiento y, aunque no se crió allí,
estoy completamente seguro de que no es ni tibio ni confuso a la hora de
interpretar la realidad, no hay más que ver el programa que presenta Juan
Manuel de Prada en Intereconomía.
Un beso.
R.
R.
P.S. Ignacio Echevarría aterrizó crecido en el diario El
Mundo después de aquello. A cambio, El País se quedó con otro inquisidor, el
crítico de cine Carlos Boyero, otro más que considera que lo importante de una
crítica es el opinador y no el objeto opinado. Otro más que llena de palabras
malsonantes su ideario para empujarte contra la pared mientras te dice no vayas
a verla, no vayas a verla…
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