Pocos días después del cierre de la Catalònia, recibí un
mail anónimo con el asunto “contes d’estovalla”. Sabes que un mail así tiene
todos los números para ir directo a la papelera, pero el hecho de estar escrito
en catalán me hizo creer que al menos podría ser alguien que me conociera. Era
un cuento, cortito, escrito por una persona que se presentaba como un
adolescente de quince años al que había apenado mucho la noticia. Me decía que
le había aconsejado muchos libros y que siempre había pensado cuánto le habría
gustado trabajar en un sitio así. No daba más explicaciones.
Desde aquel momento, he tratado a menudo de averiguar quién
estaba tras aquel cuento, sin éxito. Hasta hace unos días. Periódicamente, iba
escribiendo entre comillas una frase del cuento con la esperanza de que alguien lo subiera a la red. Y
por fin el gran Google dio respuesta a mi búsqueda. Después todo ha sido muy
fácil, buscar su perfil de Facebook, contactar con él y ser, a partir de
entonces, amigos.
Se trata, en verdad, de un alumno de tercero de ESO que ha
ganado un premio literario con este cuento, M., y eso es lo que lo ha delatado.
Parte de una idea brillante y se merece que hoy te escriba esta carta especial.
Espero que te guste, lo he traducido lo mejor que he sabido para ponértelo
aquí. Ahora.
CUENTOS
PARA MANTELES
Una fría tarde de invierno, uno de los dependientes de la
Librería Catalònia dejaba atrás un agotador viernes por la tarde y afrontaba,
con ánimo renovado, un nuevo fin de semana.
Mientras se despedía de sus compañeros, percibió en su jefe
un estado de ánimo más nublado de lo habitual.
-
¿Pasa algo, Miquel? –le preguntó.
La cara del gerente cambió de la preocupación a la
desesperación en un abrir y cerrar de ojos.
-
Claro que pasa, tenemos un problema más. Acabo
de recibir otro requerimiento del banco. Debemos cinco meses de alquiler y, si
no pasa un milagro, habrá que cerrar.
Fue un duro golpe recibir aquella noticia, pero sólo un
segundo después le animó.
-
No te preocupes, seguro que encontramos la
manera. Ya lo verás…
Ni siquiera se dijeron adiós. Se marchó cabizbajo, pensando
en lo que haría si se quedaba sin trabajo.
Al llegar a casa se lo explicó a su mujer, rumiando antes
todas y cada una de las palabras que debía decirle.
Dos semanas después de aquella conversación, la librería
pasó de vender libros a vender patatas fritas y vender hamburguesas. La presión
del banco cerró la librería y se colocó un MacDonalds en su lugar.
Aquella tarde, mientras cenaban, el dependiente o, mejor
dicho, el ex-dependiente de la librería, explicó a su familia que se había
quedado sin trabajo, pero que esperaba conseguir otro lo más pronto posible. Su
hijo, que lo miraba boquiabierto escondido tras un plato de verdura, se fue a
dormir sin entender la tristeza en los ojos de su padre.
Quince años después de la inauguración de aquel MacDonalds
un chico joven, de buena presencia, buscaba trabajo y decidió probar suerte en
el mundo de la hamburguesería. A los pocos días de la entrevista, lo
contrataron.
Cuando Unai, que así se llamaba, se encontraba ya totalmente
integrado en aquel trabajo, tuvo una idea que a la larga resultó brillante: se
le había ocurrido crear los cuentos para manteles.
La idea, como todas las genialidades, era simple. Lanzarían
una nueva línea de manteles de papel para las bandejas donde se servían los
menús. En lugar de los convencionales mensajes publicitarios, los clientes
podrían leer una selección de cuentos breves escritos por autores jóvenes.
Además, aparte del cuento, el cliente tendría un espacio
para escribir su propio relato para manteles.
La idea entusiasmó a los responsables de la cadena que
comenzaron ya al día siguiente, a imprimir las primeras historias en los
papeles para las bandejas.
Fue todo un éxito. Pronto se dieron cuenta de que había
mucha clientela con talento y ganas de escribir. Los cuentos de esos clientes
eran, a menudo, mejores que os que iban impresos originalmente.
Unai, que ya ocupaba un puesto relevante en el departamento
de márketing, pensó en recopilar las cien mejores historias para editarlas en
un libro de bolsillo.
Al principio, los libros estaban sólo a disposición de los clientes,
en la zona de espera del restaurante, pero enseguida la demanda hizo que se
pusieran a la venta y, poco después, hubo que ampliar la zona dedicada a la
venta de libros. Los libros para manteles se habían convertido en el producto
más solicitado del mes.
Aquel joven talento no pasó desapercibido en la sede central
de la compañía. Le ofrecieron a Unai la dirección de márketing corporativa para
trasladar aquella exitosa idea a los principales MacDonalds del resto del
mundo.
La noticia corrió rápido por los diarios y las revistas
especializadas y, meses más tarde, fue escogido emprendedor del año con gran eco
entre los medios dedicados a la economía.
Una tarde, Unai recibió la llamada de una joven periodista
entusiasmada por escribir un artículo sobre aquel primer libro de cuentos de
bolsillo. Él no se negó y no tardaron en concretar una fecha para la cita.
Unai, un poco nervioso porque nunca había concedido una
entrevista, se sentó y comenzó a responder a las preguntas de la chica.
-
¿Cómo se le ocurrió la idea de los cuentos para
manteles?
-
Pues… porque a mi padre le encantaban los
libros.
-
¡Ah! Eso es interesante, hábleme más de su
padre.
-
Mi padre escribía cuentos y trabajó en la
librería Catalònia hasta su cierre.
Un beso para ti, M., y un abrazo para ti, Arnau.
R.
Sí, una idea con muchas posibilidades... a lo mejor un día de estos recibes un correo con un cuento de un tal Mario Prófumo, que ha ganado el concurso de narrativa de su pueblo con su cuento "Metro 156", jajaja. Un abrazo.
ResponElimina¿Mario Prófumo? Me suena, siempre pensé que era nombre de gangster. Otro.
ResponEliminaCuando evalué posibilidades, pensé: Joder, Mario Prófumo, o gangster o cantante de ópera. Espero...
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