divendres, 26 d’abril del 2013

Cuentos para manteles

Querida M,
Pocos días después del cierre de la Catalònia, recibí un mail anónimo con el asunto “contes d’estovalla”. Sabes que un mail así tiene todos los números para ir directo a la papelera, pero el hecho de estar escrito en catalán me hizo creer que al menos podría ser alguien que me conociera. Era un cuento, cortito, escrito por una persona que se presentaba como un adolescente de quince años al que había apenado mucho la noticia. Me decía que le había aconsejado muchos libros y que siempre había pensado cuánto le habría gustado trabajar en un sitio así. No daba más explicaciones.
Desde aquel momento, he tratado a menudo de averiguar quién estaba tras aquel cuento, sin éxito. Hasta hace unos días. Periódicamente, iba escribiendo entre comillas una frase del cuento con la esperanza de que alguien lo subiera a la red.  Y por fin el gran Google dio respuesta a mi búsqueda. Después todo ha sido muy fácil, buscar su perfil de Facebook, contactar con él y ser, a partir de entonces, amigos.
Se trata, en verdad, de un alumno de tercero de ESO que ha ganado un premio literario con este cuento, M., y eso es lo que lo ha delatado. Parte de una idea brillante y se merece que hoy te escriba esta carta especial. Espero que te guste, lo he traducido lo mejor que he sabido para ponértelo aquí. Ahora.

CUENTOS PARA MANTELES

Una fría tarde de invierno, uno de los dependientes de la Librería Catalònia dejaba atrás un agotador viernes por la tarde y afrontaba, con ánimo renovado, un nuevo fin de semana.
Mientras se despedía de sus compañeros, percibió en su jefe un estado de ánimo más nublado de lo habitual.
-          ¿Pasa algo, Miquel? –le preguntó.
La cara del gerente cambió de la preocupación a la desesperación en un abrir y cerrar de ojos.
-          Claro que pasa, tenemos un problema más. Acabo de recibir otro requerimiento del banco. Debemos cinco meses de alquiler y, si no pasa un milagro, habrá que cerrar.
Fue un duro golpe recibir aquella noticia, pero sólo un segundo después le animó.
-          No te preocupes, seguro que encontramos la manera. Ya lo verás…
Ni siquiera se dijeron adiós. Se marchó cabizbajo, pensando en lo que haría si se quedaba sin trabajo.
Al llegar a casa se lo explicó a su mujer, rumiando antes todas y cada una de las palabras que debía decirle.
Dos semanas después de aquella conversación, la librería pasó de vender libros a vender patatas fritas y vender hamburguesas. La presión del banco cerró la librería y se colocó un MacDonalds en su lugar.
Aquella tarde, mientras cenaban, el dependiente o, mejor dicho, el ex-dependiente de la librería, explicó a su familia que se había quedado sin trabajo, pero que esperaba conseguir otro lo más pronto posible. Su hijo, que lo miraba boquiabierto escondido tras un plato de verdura, se fue a dormir sin entender la tristeza en los ojos de su padre.
Quince años después de la inauguración de aquel MacDonalds un chico joven, de buena presencia, buscaba trabajo y decidió probar suerte en el mundo de la hamburguesería. A los pocos días de la entrevista, lo contrataron.
Cuando Unai, que así se llamaba, se encontraba ya totalmente integrado en aquel trabajo, tuvo una idea que a la larga resultó brillante: se le había ocurrido crear los cuentos para manteles.
La idea, como todas las genialidades, era simple. Lanzarían una nueva línea de manteles de papel para las bandejas donde se servían los menús. En lugar de los convencionales mensajes publicitarios, los clientes podrían leer una selección de cuentos breves escritos por autores jóvenes.
Además, aparte del cuento, el cliente tendría un espacio para escribir su propio relato para manteles.
La idea entusiasmó a los responsables de la cadena que comenzaron ya al día siguiente, a imprimir las primeras historias en los papeles para las bandejas.
Fue todo un éxito. Pronto se dieron cuenta de que había mucha clientela con talento y ganas de escribir. Los cuentos de esos clientes eran, a menudo, mejores que os que iban impresos originalmente.
Unai, que ya ocupaba un puesto relevante en el departamento de márketing, pensó en recopilar las cien mejores historias para editarlas en un libro de bolsillo.
Al principio, los libros estaban sólo a disposición de los clientes, en la zona de espera del restaurante, pero enseguida la demanda hizo que se pusieran a la venta y, poco después, hubo que ampliar la zona dedicada a la venta de libros. Los libros para manteles se habían convertido en el producto más solicitado del mes.
Aquel joven talento no pasó desapercibido en la sede central de la compañía. Le ofrecieron a Unai la dirección de márketing corporativa para trasladar aquella exitosa idea a los principales MacDonalds del resto del mundo.
La noticia corrió rápido por los diarios y las revistas especializadas y, meses más tarde, fue escogido emprendedor del año con gran eco entre los medios dedicados a la economía.
Una tarde, Unai recibió la llamada de una joven periodista entusiasmada por escribir un artículo sobre aquel primer libro de cuentos de bolsillo. Él no se negó y no tardaron en concretar una fecha para la cita.
Unai, un poco nervioso porque nunca había concedido una entrevista, se sentó y comenzó a responder a las preguntas de la chica.
-          ¿Cómo se le ocurrió la idea de los cuentos para manteles?
-          Pues… porque a mi padre le encantaban los libros.
-          ¡Ah! Eso es interesante, hábleme más de su padre.
-          Mi padre escribía cuentos y trabajó en la librería Catalònia hasta su cierre.

Un beso para ti, M., y un abrazo para ti, Arnau.
R.

3 comentaris:

  1. Sí, una idea con muchas posibilidades... a lo mejor un día de estos recibes un correo con un cuento de un tal Mario Prófumo, que ha ganado el concurso de narrativa de su pueblo con su cuento "Metro 156", jajaja. Un abrazo.

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  2. ¿Mario Prófumo? Me suena, siempre pensé que era nombre de gangster. Otro.

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  3. Cuando evalué posibilidades, pensé: Joder, Mario Prófumo, o gangster o cantante de ópera. Espero...

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