dijous, 4 d’abril del 2013

Daniela

Querida M,
Conocí a una niña en un banco del parque ése que tiene una fuente permanente con forma de bola del mundo. Estaba sentada y sola, como esperando a alguien. Yo ni me había dado cuenta de su presencia, me senté allí a descansar de una larga caminata en busca de aire. No viene al caso mi zozobra, sólo importa que me senté y abrí la revista local y me puse a curiosear el precio de los pisos. Cuando mis pulmones se recobraron de la inquietud fue cuando me percaté de que aquella niña que no debía de tener un año estaba allí. Quieta. Vestida como una princesa oriental y manifestando una compostura impropia de su edad.
La observé largo rato y ella se giró hacia mí y sonrió. De su extravagante vestimenta destacaba un desproporcionado brazalete que le adornaba el brazo con riesgo de caérsele en cualquier momento; estaba lleno de incrustaciones y caracteres imposibles de comprender. Preocupado, miré alrededor y no vi a nadie que pareciera ser un padre o una madre y, por un momento, sentí el pánico de creer que podían haberla abandonado allí. Ella parecía tranquila y se mantenía erguida e impasible en su espera. La cobardía se apoderó de mí, me levanté del banco despacio y con temor de que alguien me estuviera vigilando me marché.
No había doblado más de dos esquinas cuando me arrepentí de una acción tan miserable y volví sobre mis pasos. Pero ya fue tarde, la niña no estaba. Me acerqué al banco para comprobar que todo era normal y no vi otro rastro de ella que una pequeña runa que debía de haberse desprendido de su brazalete, tenía esta forma: Д. Me dio por pensar mil cosas, que había sido una broma de la televisión, que lo había soñado por mi estado de excitación, que la habían secuestrado. Esa noche no pude dormir de culpa, la niña no se me iba de la cabeza.
Al día siguiente volví a pasear por aquel parque que tan a desmano me cae y grande fue mi sorpresa al verla de nuevo sentada allí, esperando. Volví a colocarme a su lado y volvió a sonreírme. Parecía haberme reconocido. “¿Cómo te llamas?” Le pregunté, pero ella no pareció comprender mi pregunta puesto que se dedicaba a juguetear con su brazalete sin quitarme los ojos de encima. “Claro, eres muy pequeña y aún no puedes hablar, ¿verdad?”. Me encontré hablando solo con aquella niña que no podía responderme. “Hace calor”, se me acababan los temas, “¿no tienes sed? ¿Te traigo un poco de agua?”. Ella parecía divertida de escucharme así que me levanté y le dije “No te vayas, que voy a comprarte un botellín”. Cuando regresé no me había hecho caso y ya no estaba.  Revisé el banco y encontré otra pieza desprendida de su brazalete, era así: Л.
Encontré en la devolución de las piezas del brazalete la excusa ideal para regresar al parque un día más. Según me acercaba me invadía la ansiedad de saber si ella estaría allí otra vez. Y así fue. La diminuta princesita oriental esperaba de nuevo sentada con un orgullo impropio de su edad. Giró su cabeza hacia mí y no dejó de mirarme hasta que estuve sentado a su lado. “¿Otra vez aquí, eh?”. Intenté hacerme el simpático. Ella no dejaba de sonreír. “La verdad es que tengo ganas de conocer a tus papás, me gustaría mucho saber cómo te llamas”. Así pasé un rato, hablándole, hasta que una voz conocida me llamó. Era David. Nos dimos un abrazo, los dos vivimos en Cerdanyola, pero nunca nos encontramos por la calle. Él insistía en que nos fuéramos a tomar una cerveza y yo no encontraba la forma de escaquearme hasta que miré al banco y vi que la niña se había marchado. Me acerqué intentando averiguar cómo había logrado darme esquinazo y sólo encontré una nueva pieza de su brazalete, ésta: Э. Después de unos minutos dándole largas, miré a David y le dije “Vamos a por esa cerveza”.
Cuatro días más regresé al parque y me encontré con la niña en él. Cuatro días más le hablé y traté de dar con sus padres y cuatro días más encontró la forma de desaparecer sin que me diera cuenta. La excusa de devolverle las piezas de su brazalete no era real porque desde el primer día supe que me las quería guardar como recuerdo. Pasados esos cuatro días ella no volvió. Como si su espera hubiera terminado de repente, como si hubiera dado con aquello que la hacía parecer pertinaz e inaccesible al desaliento. Seguí yendo unas cuantas tardes más, pero nunca más apareció en el banco y me quedé sin saber su nombre.
Hace unos días jugueteaba con las siete piezas que había logrado acumular de su brazalete, recordándola. Había dos iguales, con forma de “A”, pero las demás me resultaban del todo desconocidas. Eran más o menos así,  Д, Э, Л, Н, y И. Era tarde y en ese momento comenzaba una película en la televisión que he visto muchas veces, “Dersu Uzala”, la historia del famoso cazador de la Taiga. Al aparecer los primeros rótulos volví a mirar las runas y caí en lo tonto que había sido todos estos años: eran caracteres cirílicos. La magia de la mirada de la princesita las envolvió de repente y me entretuve en sustituirlos por sus equivalentes latinos, A,N, A, D, E, L, I, buscando algún mensaje oculto. Pasé un buen rato distraído, hasta que escuché a Unai hablar en sueños y volví a sentir el disgusto de Derzu cuando reconoce que ha perdido vista. No se me dan bien los juegos de palabras ocultas y pronto desistí. Además, ya tengo una edad para creer que aquella niña que se limitó a pasar un rato conmigo durante una semana en el parque era diferente al resto. Sólo esperaba, como hacemos todos.
Un beso.
R.

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