En uno de los últimos capítulos de “The Big Bang Theory”,
Sheldon trata de camelarse a una responsable de la Universidad a la caza de un
puesto vacante. Para ello no se le ocurre nada mejor que regalarle, ya que se
trata de una mujer negra, un ejemplar del libro “Raíces”, de Alex Haley. Ante
la cara de estupefacción de ella, Sheldon le insiste en que en ese libro se
explica la historia de sus antepasados. Recuerdo “Raíces” como el primer gran
volumen al que me enfrenté. Nunca pude ver la serie, supongo que tendría uno o
dos rombos, pero no sé por qué, el libro sí me lo dejaron leer. El verano
pasado, aproveché mi viaje a Vitoria para traerme los últimos ejemplares de
aquella biblioteca a los que aún me unen los recuerdos.
Dice el poeta que el
pensamiento de quien ha estado preso vuelve siempre a la prisión. Que los
policías, aún sin reconocerlo, lo miran, porque su paso no es sosegado, o bien,
porque su paso es demasiado sosegado. Que en su corazón habita, de por vida, un
condenado.
Debe de hacer más de diez años, yo estaba en la FNAC
entonces, que unas señoras mayores y bien vestidas vinieron a mi mostrador y en
catalán me pidieron un libro de poemas de Joseba Sarrionandia. Ante mi cara de sorpresa
ellas debieron de pensar que yo no sabía quién era, hasta que la cosa se
aclaró: Gregorio Morán había escrito un artículo en el que venía a decir que
Sarrionandia era el mejor poeta que había leído en mucho tiempo. No pude ayudarlas,
les expliqué la vida y obra del autor, pero en aquel momento el único libro
suyo en castellano de poemas que existía era un libro-cd de la editorial
Txalaparta que estaba agotado.
Llevo en la mochila estos días otro libro enorme. Un libro
majestuoso, casi inabarcable, un libro impresionante en cada una de sus más de mil
páginas para el que no encuentro adjetivos precisos. Habla también de los
perseguidos, de los esclavos, de hombres que no son libres. Ganó el año pasado
el Premio Euskadi de Ensayo, se titula “¿Somos como moros en la niebla?” y se
trata, por fin, de una excelente traducción al castellano de una obra de
Sarrionandia. Puede haber otros libros de ensayo tan hermosamente escritos como
éste, no digo que no, pero dudo que los haya mejores.
La edición de “Raíces” que ahora tengo en mi estantería es
del año 1979, así que debí de leerlo antes de entrar en el instituto. Aún me
acuerdo de la enorme satisfacción que me produjo cerrarlo cuando lo terminé.
Mientras le enseñaba a Magui alguno de aquellos libros que habíamos traído de
Vitoria le explicaba esta historia y el porqué sentimental de no dejarlo allí. Hojeándolo,
descubrimos que dentro había un sobre, un telegrama, quizás el único telegrama
que he visto en mi vida. Me gusta descubrir viejas estampas o billetes de autobús en los libros que compro de
segunda mano, pero “Raíces” nunca había salido de mi casa, así que aquel
telegrama era nuestro.
Hay ideas discutibles en el libro de Sarrionandia. Seguro.
Pero su talento poético es tan indiscutible como la ceguera de quienes lo
maldicen. Según parece, los delitos por los que fue encarcelado han prescrito,
pero él ya no parece tener ganas de volver o se siente más a gusto siendo un
perseguido. Los moros de su libro no son personas de una procedencia geográfica
concreta, son los chivos expiatorios de nuestras miserias.
El telegrama que encontramos dentro de “Raíces” fue enviado
desde Madrid y tiene un matasellos del 18 de junio de 1982. El texto dice
“Deseo buena cena espero veros pronto. Hasta siempre Inaki”. No hay más
información y me costó unos segundos saber qué quería decir. Fue cuando Magui
me preguntó quién podía ser ese Iñaki cuando todo cuadró. Es posible que mi
hermano escondiera ese telegrama allí, dentro de un libro que nadie iba a leer
nunca más, porque el telegrama era suyo. Él acababa de cumplir 17 años y ese 18 de junio parecía la fecha
correcta para hacer una cena de fin de curso. Poco antes, Iñaki había sido encarcelado, sin mayores motivos, y estudiaba desde prisión. Miro en Google y ahora
es juntero en la diputación de Álava por la izquierda abertzale.
La mañana del sábado en que Unai y yo volvimos de Vitoria
esta Semana Santa salí yo solo, a ver novedades en la librería Elkar. Allí vi la
edición original del ensayo de Sarrionandia. Comprobé que Asel había publicado
ya un libro explicando su absurdo encarcelamiento en Chile. Vi varias obras
sobre Arnaldo Otegi, que sigue en prisión. Después, esperando en el andén, poco
antes de subir al tren, me crucé con mi primera profesora de literatura del instituto,
Pilar, la hermana del Iñaki del telegrama. Quizás han pasado veinte años desde
la última vez que la vi, pero estaba seguro de que se acordaría de mí. Me tocaba
el vagón número tres, era lejos del suyo y no me atreví a saludarla. Y me
gustaría decir o creer que las cosas han cambiado mucho desde entonces, pero no
estoy seguro de ello.
Un beso.
R.
P.S. Yo estoy leyendo la traducción al catalán del libro de Sarrionandia, que también es muy buena. Eso me reconcilia con los traductores después de una experiencia traumática con un libro de poemas de Kirmen Uribe.
P.S. Yo estoy leyendo la traducción al catalán del libro de Sarrionandia, que también es muy buena. Eso me reconcilia con los traductores después de una experiencia traumática con un libro de poemas de Kirmen Uribe.
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