Querida M,
Uno de los momentos más difíciles de asumir
en la vida de un ser humano es la primera vez que un adolescente le llama
señor, o señora, o le trata de usted. Los años caen todos de golpe, como si
nunca hubieran estado ahí. De estos días en Vitoria puedo extraer una anécdota
fundamental. Fui al Sagartoki a por mi huevo frito de todas las visitas, pero
estaba imposible así que me metí en el Mentirón con Unai y me conformé con un
pincho de ensaladilla. Antes de entrar le compré una bolsa de maíz tostado
en un Gretel y nos sentamos juntos en una mesa. Poco después llegó a la mesa de
al lado un matrimonio de ancianos, ella se sentó y él dejó la chaqueta y fue a
pedir a la barra. La anciana nos miraba charlar, miraba a Unai comer maíz como
si fuera el último manjar y observaba cómo nos cogíamos la mano hasta que no
pudo resistirse. Estiró el brazo para acariciarle el pelo y entonces le dijo:
¡cómo te cuida el abuelito, eh!
Ha llovido todos los días, casi sin
tregua, y puedo comprender que la aversión de Unai a la colonia sea genética,
pero no que le guste tanto como a mí el repiqueteo de la lluvia en los
cristales o salir a pasear sin paraguas aunque nos mojemos porque el sonido de
las gotas sobre la capucha es agradecido. He sido un poco infiel a Itoiz en
estas fechas y en algunos momentos he descubierto que las lentas de “Els Amics
de les Arts” también sirven para los días nublados. Incluso ahora, que por
primera vez te escribo desde un tren, el de vuelta, he descubierto que se
adaptan al sonido de los vagones.
Nos han pasado muchas cosas reseñables
estos días, pero las he ido olvidando quizá porque después de diez minutos ya
no me lo han parecido tanto. He hecho una foto a la placa de la casa donde
murió Sebastián Iradier, ya sabes por qué, para mandártela. A Unai le gustaba
descubrir todos los recovecos del casco viejo, ya oscuro, con los adoquines
brillantes. Me dio apuro entrar con él a esas horas en el Extitxu. Fuimos en
verano, el último día, y el camarero estuvo muy simpático con él. Le habló en
catalán y puso un cd de Serrat para nosotros, pero entonces era de día; el miércoles
por la noche pasamos delante de la puerta, pero no me atreví a empujarla.
Unai ha entablado conversación con
todos los camareros que nos han atendido. “Es que soy un poquito vasco”, decía,
con su castellano mejorado de los últimos tiempos. Cuando le preguntaban si era
del Barça respondía cada vez un poco más orgulloso que no, que es del Athletic,
y su jugador favorito Susaeta. Pobrecico, es el único que recuerda, pero no
creo que lo reconociera si lo ve. Mi noche de camareros fue el jueves. Mi madre
se llevó a Unai al circo y aproveché pasa salir con J., a rememorar
tiempos y bares. “¿Adónde vamos?” “Al
Extitxu, no puedo irme de aquí sin pisarlo”. Debía de tener quince o dieciséis
años la primera vez que entré, cuando se llamaba “Estitxu Bi” y media clientela
estaba enamorada de Kariñe.
La música de los bares de Vitoria suena
como a mí me gusta. El volumen justo, canciones buenas siempre. J.
también tuvo su momento nostálgico y llamó al camarero para decirle que vive en
Estados Unidos y por eso, de tanto en tanto, tiene la necesidad de ver “Airbag”
para sentirse en conexión con su pasado.
Al camarero pareció hacerle la ilusión justa que le recordáramos que
salía en la película, pero al final nos dijo que al fondo, donde antes estaba
el cuadro de un tío cayendo por las escaleras del lavabo, ahora hay fotos
expuestas del rodaje.
Bajábamos la Pintorería con intención
de echar la última (antes decíamos la espuela, ahora no sé cómo se dice, quizás
sí que me estoy volviendo un abuelito) y pasamos por delante de un bar del que
no retuve el nombre. J. dijo ¿aquí? Y yo que vale. Luego se arrepintió, “se
ve muy vacío”. Miré dentro y, como en una vuelta al pasado, vi al camarero en la
barra y le dije “aquí, mira, es el del Estitxu de toda la vida”. Entramos y
pronto comenzamos a hablar con él y a recordar otro rodaje, el de “Akixo”, y a
Kariñe, y a Manu, y lo vacíos que están los bares en semana santa.
Unai se ha pasado las mañanas viendo
los dibujos animados de la ETB3, son los mismos que en el Super3 pero en
euskara. Le hizo ilusión que al final de la canción de Doraemon dice “Gora ta
gora beti… Doraemon” porque “gora ta gora” es su canción de Oskorri preferida y
se sabe un poquito del estribillo. Al levantarse la pareja de ancianos de nuestro
lado la mujer se acercó a Unai y volvió a acariciarle el pelo y le dijo “Nik
euskara badakit, zuk badkizu?”. Unai la miró sorprendido, yo le traduje la
frase y él le dijo que, en realidad, sólo era un poquito vasco, que sólo sabía
algunas palabras, gabon, bihar arte, que él hablaba catalán. Cuando la mujer
pudo despegar la mano de su cabeza se dijeron agur.
Un beso.
R.
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