dilluns, 1 d’abril del 2013

Vitoria uno, quizá haya dos


Querida M,
Uno de los momentos más difíciles de asumir en la vida de un ser humano es la primera vez que un adolescente le llama señor, o señora, o le trata de usted. Los años caen todos de golpe, como si nunca hubieran estado ahí. De estos días en Vitoria puedo extraer una anécdota fundamental. Fui al Sagartoki a por mi huevo frito de todas las visitas, pero estaba imposible así que me metí en el Mentirón con Unai y me conformé con un pincho de ensaladilla. Antes de entrar le compré una bolsa de maíz tostado en un Gretel y nos sentamos juntos en una mesa. Poco después llegó a la mesa de al lado un matrimonio de ancianos, ella se sentó y él dejó la chaqueta y fue a pedir a la barra. La anciana nos miraba charlar, miraba a Unai comer maíz como si fuera el último manjar y observaba cómo nos cogíamos la mano hasta que no pudo resistirse. Estiró el brazo para acariciarle el pelo y entonces le dijo: ¡cómo te cuida el abuelito, eh!
Ha llovido todos los días, casi sin tregua, y puedo comprender que la aversión de Unai a la colonia sea genética, pero no que le guste tanto como a mí el repiqueteo de la lluvia en los cristales o salir a pasear sin paraguas aunque nos mojemos porque el sonido de las gotas sobre la capucha es agradecido. He sido un poco infiel a Itoiz en estas fechas y en algunos momentos he descubierto que las lentas de “Els Amics de les Arts” también sirven para los días nublados. Incluso ahora, que por primera vez te escribo desde un tren, el de vuelta, he descubierto que se adaptan al sonido de los vagones.
Nos han pasado muchas cosas reseñables estos días, pero las he ido olvidando quizá porque después de diez minutos ya no me lo han parecido tanto. He hecho una foto a la placa de la casa donde murió Sebastián Iradier, ya sabes por qué, para mandártela. A Unai le gustaba descubrir todos los recovecos del casco viejo, ya oscuro, con los adoquines brillantes. Me dio apuro entrar con él a esas horas en el Extitxu. Fuimos en verano, el último día, y el camarero estuvo muy simpático con él. Le habló en catalán y puso un cd de Serrat para nosotros, pero entonces era de día; el miércoles por la noche pasamos delante de la puerta, pero no me atreví a empujarla.
Unai ha entablado conversación con todos los camareros que nos han atendido. “Es que soy un poquito vasco”, decía, con su castellano mejorado de los últimos tiempos. Cuando le preguntaban si era del Barça respondía cada vez un poco más orgulloso que no, que es del Athletic, y su jugador favorito Susaeta. Pobrecico, es el único que recuerda, pero no creo que lo reconociera si lo ve. Mi noche de camareros fue el jueves. Mi madre se llevó a Unai al circo y aproveché pasa salir con J., a rememorar tiempos y bares. “¿Adónde vamos?”  “Al Extitxu, no puedo irme de aquí sin pisarlo”. Debía de tener quince o dieciséis años la primera vez que entré, cuando se llamaba “Estitxu Bi” y media clientela estaba enamorada de Kariñe.
La música de los bares de Vitoria suena como a mí me gusta. El volumen justo, canciones buenas siempre. J. también tuvo su momento nostálgico y llamó al camarero para decirle que vive en Estados Unidos y por eso, de tanto en tanto, tiene la necesidad de ver “Airbag” para sentirse en conexión con su pasado.  Al camarero pareció hacerle la ilusión justa que le recordáramos que salía en la película, pero al final nos dijo que al fondo, donde antes estaba el cuadro de un tío cayendo por las escaleras del lavabo, ahora hay fotos expuestas del rodaje.
Bajábamos la Pintorería con intención de echar la última (antes decíamos la espuela, ahora no sé cómo se dice, quizás sí que me estoy volviendo un abuelito) y pasamos por delante de un bar del que no retuve el nombre. J. dijo ¿aquí? Y yo que vale. Luego se arrepintió, “se ve muy vacío”. Miré dentro y, como en una vuelta al pasado, vi al camarero en la barra y le dije “aquí, mira, es el del Estitxu de toda la vida”. Entramos y pronto comenzamos a hablar con él y a recordar otro rodaje, el de “Akixo”, y a Kariñe, y a Manu, y lo vacíos que están los bares en semana santa.
Unai se ha pasado las mañanas viendo los dibujos animados de la ETB3, son los mismos que en el Super3 pero en euskara. Le hizo ilusión que al final de la canción de Doraemon dice “Gora ta gora beti… Doraemon” porque “gora ta gora” es su canción de Oskorri preferida y se sabe un poquito del estribillo. Al levantarse la pareja de ancianos de nuestro lado la mujer se acercó a Unai y volvió a acariciarle el pelo y le dijo “Nik euskara badakit, zuk badkizu?”. Unai la miró sorprendido, yo le traduje la frase y él le dijo que, en realidad, sólo era un poquito vasco, que sólo sabía algunas palabras, gabon, bihar arte, que él hablaba catalán. Cuando la mujer pudo despegar la mano de su cabeza se dijeron agur.
Un beso.
R.

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