Hoy he
visto a los surfistas por la ventana de mentira y me ha parecido que tiene que
ser muy emocionante. No encuentro motivos para mojarme los pies más allá de la
higiene y el cabello húmedo vuelve turbadoras a las mujeres y ridículos a los
hombres. Hubo quien creyó que el agua había que embotellarla en azul para que
parezca más pura, cuando veo a esos deportistas desfallecidos hacerla caer a
chorros por las comisuras de sus labios siento que nada malo puede sucederles.
Sin embargo somos mayoría los que la preferimos sometida a diversos procesos de
destilación.
El
triunfo mayor del capitalismo se plasma en la confianza ciega que depositamos
en las latas de Coca Cola. Bebemos su contenido ajenos por completo a la
desconfianza de lo que pueda hallarse dentro. Estamos seguros de que no habrá
nada que no sea Coca Cola. Y no es porque pensemos que las personas que la
fabrican son buenas personas, es porque sabemos que cualquier incidente dentro
de una lata puede suponer pérdidas millonarias a la compañía. Así es como
confiamos a pies juntillas es su afán de lucro por encima de la honradez de sus
trabajadores.
No se han
investigado suficiente las propiedades del esperma. Es un líquido que se
comporta de forma tan extravagante en los distintos elementos que estoy
convencido de que tiene usos insospechados para la industria. No hablo de vulgares
mitologías sobre la cosmética. Hablo de la industria pesada, de los grandes
aparejos que mueven el mundo. Creo que no se estudia porque su producción
generaría polémica, pero quién dice que no tiene potencialidades
extraordinarias.
Me
irritan los que comparan otras drogas con el alcohol. Es como comer carne
cruda; quizá alimenta, pero carece de civilización. El alcohol es el
refinamiento absoluto de la necesidad imperiosa de drogarse del ser humano
evolucionado. Un mono puede mascar hojas de plantas hipnóticas, pero no tiene
la paciencia suficiente para esperar veinte años a que un brandy sea capaz de
hipnotizarnos sólo con el olor.
Hace
muchos años comencé un cuento en el que un hombre había descubierto que el
secreto de la inmortalidad residía en no probar el agua a lo largo de toda una
vida. La combinación de hidrógeno y oxígeno era un veneno que a la larga
devenía mortal. Por desgracia ese hombre moría oculto, perseguido por la
relevancia de su descubrimiento y por ser la prueba evidente de su teoría.
Moría con más de cuatrocientos años por los efectos del agua que había
consumido antes de darse cuenta de una verdad que toda la comunidad científica
trataba de evitar.
Estoy
escuchando a Itoiz. Enjugar tus lágrimas de calcio…
Debería
llover.
Un beso.
R.
P. S.
Recorrer una por una todas tus trenzas, con el tren eléctrico que nunca me
regalaste. ¡Qué grandes!
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