divendres, 1 de febrer del 2013

Elisabet Trabes y el amor

Querida M,
Bajó del autobús en la parada equivocada, pero cuando quiso darse cuenta del error había llegado a su destino. Volvió a mirar el plano que llevaba y no lograba comprender la situación. La oficina del paro estaba ante sus ojos, en la planta baja del 24 de la calle Amador Prats. Pero él se había bajado en la calle Elisabet Trabes, como poco a un kilómetro de distancia. Ya que estaba allí aprovechó para realizar la gestión. Regresó a su casa en el autobús correcto, obsesionado por lo que le acababa de suceder.
El primer día que tuvo libre aprovechó para regresar a la calle Elisabet Trabes y hacer el recorrido a pie hasta Amador Prats. Tres veces. Había memorizado el plano y no encontró ningún itinerario que le permitiera tardar menos de veinticinco minutos. Pero aquel primer día, sólo girar la esquina, había aparecido allí, como por un encantamiento. Decidió dedicar más esfuerzos a ese tema, debía llegar a la clave del asunto. Empezar desde el principio.
Fue a una biblioteca e intentó averiguar algo sobre la historia de aquellas dos calles en un nomenclátor de la ciudad. No es que eso le pareciera relevante, pero pensó que lo mejor era situar la acción en su contexto. Ahí la cosa se empezó a complicar. Las dos calles aparecían citadas en el libro, sí, pero sin ninguna información. Ni rastro de quiénes eran las personas a las que se había dedicado la calle. Ni rastro de por qué se escogieron esos nombres. Ni rastro de qué nombre habían tenido antes, si es que tuvieron alguno.
Intentó conseguir información en el ayuntamiento, pero allí nadie sabía nada especial sobre esas dos calles. Se puso en contacto con historiadores que se burlaron de él y, por fin, dio con alguien que parecía conocer la verdad. Logró concertar una cita con uno de los cronistas oficiales de la ciudad que, desde el primer instante, se había mostrado intrigado por la cuestión. Pidieron unos cafés y enseguida le preguntó quién era Amador Prats. El cronista se afiló sus largos bigotes y le respondió con otra pregunta: “¿Y a qué vienes ese interés? Necesito saberlo”. Él no le quiso explicar su asombroso viaje en autobús para que no lo tomara por loco y se escudó en un interés motivado por el desinterés general.
El periodista no pareció convencido. Aún así comenzó la explicación. “Amador Prats no fue nadie importante”, le dijo. “Pasé años tras su pista, escarbando en árboles genealógicos, hasta que di con algunos de sus descendientes. Amador Prats fue un campesino analfabeto que nació en el siglo XVIII. Un hombre hermosísimo que un día se acercó a Barcelona a comerciar con sus productos y nunca regresó. Se perdió en la ciudad, dio vueltas y vueltas, preguntando, sin ser capaz de salir de la calle que ahora lleva su nombre”.
“¿Y Elisabet Trabes?” Insistí. Perdón, insistió. El cronista sonrió con malicia. “Ella fue más fácil de encontrar, aunque estaba mejor escondida. Era la cuarta hija de una de las familias más acaudaladas de aquella misma época, la hija díscola, según parece. Vivían en la calle Amador Prats, aunque nadie sabe cómo se llamaba entonces. Incluso tenían su propia capilla allí”. Y en ese punto dejó caer como con un gesto de gracia la taza de café sobre el plato. “¿Y ya está?” “Sí”, me contestó. “¿Qué más esperaba usted?”
No esperaba nada en particular, pero la sonrisa que el cronista tenía en la cara hacía entrever que sí que había algo más. Se encogió de hombros. No sabía, muchas casualidades, ¿no? “Los datos acaban aquí” continuó aquel pozo de sabiduría, “ahora sólo queda la imaginación popular”.
Cuentan que fue la propia Elisabet Trabes la que encontró llorando al perdido Amador Prats y que se apiadó de él y que lo encontró un hombre tan dulce que se enamoró de él. (La cosa se ponía muy ñoña, pensé). Cuentan que lo escondió y se entregó a él en la capilla familiar y que cuando la familia fue avisada del escándalo los separó en pleno acto. Cuentan que mientras lo golpeaban a él, a ella se la llevaron profiriendo unos gritos tan salvajes que hubo gente que los escuchó en localidades cercanas. Cuentan que ella aún tuvo fuerzas para huir, regresar a la capilla y enterrar el cadáver de su amado escarbando con sus propias manos. Cuentan que la familia quedó tan avergonzada por aquellos acontecimientos que destruyó la capilla, se trasladó y construyó una nueva en la calle que ahora se llama Elisabet Trabes, donde yacen todos sus miembros hasta que la estirpe desapareció sin mucha explicación.
Que la única tumba que no lleva nombre sea la de Elisabet tampoco tiene explicación, pero se imagina. Que la calle sí lleve su nombre ni tiene explicación, ni se imagina, ni se comprende. Me miró a los ojos. “Se contaron muchas otras cosas curiosas e increíbles sobre aquella separación, sobre aquellos gritos que se escucharon, sobre aquella relación, ¿me contará usted ahora de dónde vino su interés?”
Un beso.
R.

1 comentari: