Querida M,
La canción de la
semana es “Liverpool”. Unai me pide que
la ponga sólo cuando está “desesperado” por oírla. La susurra y eleva la voz al
llegar el estribillo… “Som bolets postindustrials, cementiris nuclears,
putxinel·lis sense mans, laberints inacabats”. A mí me ha dado por Marisol. Le puse a Magui el “Corazón
contento” de tono para el móvil y se me quedó pegado a los dedos. Para mí Pepa
Flores es, sin duda, la criatura más hermosa que jamás ha asomado a una
pantalla de cine; en aquella escena del play-back en una gasolinera. Su voz,
profunda e inabarcable incluso en la canción más desafortunada del mundo. Tengo
una imagen remota de ella, de cuando yo estaba en el instituto aún, en un mitin
de Herri Batasuna, puño en alto gritando “Gora Euskadi Askatuta”, con acento en
la “u”, que no es que sea incorrecto, es que suena feo y foráneo.
Que esa
hermosísima mujer de voz inigualable se retirara a sus aposentos por
convicciones personales es un drama para el arte, pero una historia de una
poesía infinita. Por eso me vino a la memoria la vida de Pedrito, otro niño
prodigio al que le había perdido la pista. Le pedí por Skype a mi amigo Jose
que investigara qué fue de él. Jose está en México por cosas de trabajo y tenía
unos días libres y me dijo que por qué no, que le gusta investigar. No es igual
de interesante y sé que no me creerás, ayer me llamó con el resultado de sus
pesquisas; te explico.
Resulta que
Pedrito se enamoró perdidamente de su compañera de pupitre, Julieta. Ambos
compartían la pasión por la música, ella estudiaba piano y él era el niño
cantor de rancheras de su ciudad. Pero todo acababa ahí, Pedrito fue
desarrollando un amor enfermizo por la niña que le llevaba a acapararla a
tiempo completo. Mientras, Julieta, apocada y triste, accedía a sus deseos con
los ojos bajos. Él la obligaba a escucharlo cantar corridos mexicanos y pronto
aparecieron los celos.
Los padres de
Julieta decidieron cortar de raíz la relación y se mudaron a la ciudad de
Axolotl, en la Baja California. Los niños sólo tenían seis años y aún estaban a
tiempo de un olvido procedente. La cosa habría funcionado si Pedrito no hubiera
compuesto lo que fue una famosísima ranchera en la época de la dictadura de
Huerta. La marcha de Julieta lo sumió en una tristeza tan profunda que le
escribió estos versos “La de la mochila azul, la de ojitos dormilones, me dejó
gran inquietud y bajas calificaciones, ni al recreo quiero salir, no me
divierto con nada, no puedo leer ni escribir, me hace falta su mirada”. Tantas
veces tuvo que cantar esa canción que nunca pudo olvidarla, se sumió en el
alcohol y desapareció de la vida pública.
Se ve que a
Julieta la separación le fue mejor y no tardó en recobrar una cierta alegría,
nada del otro jueves, me dijo Jose. Así pudo desarrollar su carrera como
pianista con normalidad hasta que un día, sentada en un sofá, escuchó cantar a
la mujer de la limpieza aquella ranchera desgastada. Le llamó la atención la
letra y comenzó a recordar, removió sus trastos de infancia y encontró la
mochila que llevaba al colegio cuando niña. Según parece, los fantasmas del
pasado estaban en el mismo baúl.
Aquí la historia
se me complica. Jose me dice que Julieta resolvió sus cuitas componiendo otra
canción. En ella le decía “Porque sé que me
espera algo mejor, alguien que sepa darme amor, de ese que endulza la sal y
hace que salga el sol. Qué lástima pero adiós, me despido de ti y me voy”. Pero
no he sido capaz de documentarla, no la he encontrado por ningún sitio y, bien
mirado, todo amanece inverosímil y Jose parecía reírse de mí mientras me lo contaba.
Un beso.
R.
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