Querida M,
Metí en la nevera
el teléfono móvil y me guardé en el bolsillo la lata de paté. Ahora miro la
hora en la lata, y es muy precisa, aunque aún no he hallado la forma de hablar
a través de ella. Lo mejor es el buen gusto que le queda al pan cuando lo
froto con el móvil.
Corrí el sofá a
un lado en un desesperado intento de encontrar mi agenda verde. Había polvo
acumulado, figuras geométricas que encajan en los orificios de la ambulancia de
Unai y una pequeña golondrina muerta. Me dije qué suerte que la haya encontrado
yo, con el miedo que le dan a Magui los pájaros. Fui a recogerla y todo había
sido una ilusión óptica, se trataba de un viejo papel ennegrecido hecho una
pelota, que había adquirido la forma de una golondrina. Lo abrí y llevabas
cosas escritas con mi letra, traté de leerlas, pero el papel sacó sus alas y
salió volando por la puerta de la terraza.
Abrí el botellero
y, como era de esperar, ya no quedaba ni una gota de la botella de absenta.
Como el tapón no cerraba bien, ya sabía que algún día esto tenía que suceder.
Yo no la bebía, y se iba evaporando con los años. Traté de calcular cuándo la
compré para averiguar cuánto tardan en evaporarse setenta centilitros de
absenta de setenta grados. La compré en Praga, pero dejé las cuentas al ver
que, mientras Unai dormía, el muñeco que conduce su ambulancia iba
como un loco por el pasillo.
Miré en mi caja
de destornilladores y ninguno encajaba en las muescas de aquel tornillo. Ya no
me quedaba casi nada para montar el armario y el tornillo no había forma de
apretarlo. Miré en mi caja de herramientas, saqué catorce o quince
posibilidades nuevas, otros mangos, otros materiales, y nada, ninguno entraba
en aquel frondoso lugar y mira que se parecían las formas. Me senté a llorar,
tenía todo el comedor lleno de trastos y necesitaba el armario, aquel tornillo
era fundamental. Al levantarme se me enganchó la mano en las costuras de la
hamaca y se me partió la uña del dedo corazón de la mano izquierda. Quise
comprobar si era grave y pensé que sí, que había quedado muy rara y
aprovecharía para cortármelas todas. Miré de nuevo la rotura y la forma de mi
uña me resultó familiar. Y sí, M, encajaba en el tornillo como un guante.
Las cosas en mi
piso están un poco liosas. Se me acumulan los desórdenes y voy perdiendo cuanto
acumulé en espacios que ya no reconozco. Por suerte, ya puedo hablar a través
de la lata de paté, aunque es ella la que decide el interlocutor; hasta ahora
no me ha ido mal y me han salido algunas conversaciones interesantes.
Busqué un beso
para esta carta en mi vieja caja de besos pero estaba limpia como la patena por
dentro. La metí en la lavadora y se llenó de nuevo, con besos de olor a
suavizante.
R.
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