divendres, 9 de novembre del 2012

Desorden



Querida M,
Metí en la nevera el teléfono móvil y me guardé en el bolsillo la lata de paté. Ahora miro la hora en la lata, y es muy precisa, aunque aún no he hallado la forma de hablar a través de ella. Lo mejor es el buen gusto que le queda al pan cuando lo froto con el móvil.
Corrí el sofá a un lado en un desesperado intento de encontrar mi agenda verde. Había polvo acumulado, figuras geométricas que encajan en los orificios de la ambulancia de Unai y una pequeña golondrina muerta. Me dije qué suerte que la haya encontrado yo, con el miedo que le dan a Magui los pájaros. Fui a recogerla y todo había sido una ilusión óptica, se trataba de un viejo papel ennegrecido hecho una pelota, que había adquirido la forma de una golondrina. Lo abrí y llevabas cosas escritas con mi letra, traté de leerlas, pero el papel sacó sus alas y salió volando por la puerta de la terraza.
Abrí el botellero y, como era de esperar, ya no quedaba ni una gota de la botella de absenta. Como el tapón no cerraba bien, ya sabía que algún día esto tenía que suceder. Yo no la bebía, y se iba evaporando con los años. Traté de calcular cuándo la compré para averiguar cuánto tardan en evaporarse setenta centilitros de absenta de setenta grados. La compré en Praga, pero dejé las cuentas al ver que, mientras Unai dormía, el muñeco que conduce su ambulancia iba como un loco por el pasillo.
Miré en mi caja de destornilladores y ninguno encajaba en las muescas de aquel tornillo. Ya no me quedaba casi nada para montar el armario y el tornillo no había forma de apretarlo. Miré en mi caja de herramientas, saqué catorce o quince posibilidades nuevas, otros mangos, otros materiales, y nada, ninguno entraba en aquel frondoso lugar y mira que se parecían las formas. Me senté a llorar, tenía todo el comedor lleno de trastos y necesitaba el armario, aquel tornillo era fundamental. Al levantarme se me enganchó la mano en las costuras de la hamaca y se me partió la uña del dedo corazón de la mano izquierda. Quise comprobar si era grave y pensé que sí, que había quedado muy rara y aprovecharía para cortármelas todas. Miré de nuevo la rotura y la forma de mi uña me resultó familiar. Y sí, M, encajaba en el tornillo como un guante.
Las cosas en mi piso están un poco liosas. Se me acumulan los desórdenes y voy perdiendo cuanto acumulé en espacios que ya no reconozco. Por suerte, ya puedo hablar a través de la lata de paté, aunque es ella la que decide el interlocutor; hasta ahora no me ha ido mal y me han salido algunas conversaciones interesantes.
Busqué un beso para esta carta en mi vieja caja de besos pero estaba limpia como la patena por dentro. La metí en la lavadora y se llenó de nuevo, con besos de olor a suavizante.
R.

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