Querida M,
Tuve un profesor de filosofía que se
sentaba en su mesa, se ponía a hablar y no se detenía hasta que se marchaba a
dar otra clase. Miraba un poco de lado y hacia arriba, casi nunca hacia
nosotros y parecía improvisar el discurso.
Por más que tratábamos de tomar apuntes, todo aquello que nos decía
resultaba ininteligible. Aún así, Ramón Soliguren se sorprendió sobremanera
cuando descubrió la cascada de suspensos tras el primer examen del curso; nos
preguntó y casi todo el mundo le dijo que lo único que sucedía era que no le
entendíamos.
El ocho de enero de 2005, el ABC
publicó la noticia de un trágico accidente doméstico. Todos los miembros de una
familia de Madrid que había ido a Logroño a pasar la Navidad en el piso de unos
familiares habían aparecido muertos por un escape de gas. El accidente debió de
suceder días antes y sólo el insoportable olor a gas que se extendía por la
escalera alarmó a los vecinos. Una muerte trágica y dulce a un tiempo, la mujer
aparecía plácidamente acostada en su cama, el marido tumbado en la cocina y la
niña sentada en el sofá; vestidos, como si no hubiera pasado nada.
Aquel primer examen de Soliguren lo
aprobé por los pelos. Pitxu sacó la mejor nota, como casi siempre. Los dos
teníamos nociones previas de la asignatura, pero comprendíamos mejor la
filosofía en sí que la filosofía pasada por el tamiz del profesor de las bolsas
en los ojos, los labios marcados y la mirada ausente. En vista del mal color
que tomaba aquel curso y de cara a la selectividad recurrimos a la “Historia de
la filosofía” de Julián Marías, el mejor manual que conozco. Lo descubrió Pitxu
en la biblioteca y me dijo que allí sí, que allí se entendía todo como si
alguien hubiera encendido la luz en el dormitorio de los grandes pensadores.
La noticia del ABC destaca que la mujer
fallecida en el accidente era Carmen Ajamil, de 48 años, conocida representante
de asociaciones de mujeres empresarias y consultora internacional de la ONU,
quizá por eso le dedica una página casi completa de su edición. También sabemos que su marido, César, es
mucho mayor que ella y que la niña sólo tiene siete años y, por respeto a su
edad, L.T.A. es su única identificación. La L. significa Lara.
Por suerte, las generaciones
posteriores a la mía han podido disfrutar de una historia de la filosofía capaz
de sobrevivir a cualquier profesor iluminado. Desde finales de los ochenta
hasta hoy uno de los manuales fundamentales para bachillerato es el publicado
por la editorial SM a cargo de César Tejedor Campomanes, catedrático de la
Universidad Pontificia Comillas. Dicen los que lo han usado que no han
encontrado otro libro más clarividente para comprender los intrincados caminos del
pensamiento occidental.
Según parece, César Tejedor había hecho
varias versiones algo más farragosas de sus manuales antes de publicar en 1998
su obra principal: “Historia de la filosofía”. Puso en este libro todo su
empeño para convertir aquello incomprensible en una sosegada cadena de
conocimientos. Acababa de tener a su primera hija a los sesenta años y deseaba dejarle
su mejor legado por si acaso él no estaba cuando ella necesitara saber quién
había sido Descartes.
El marido de Carmen
Ajamil, en realidad Menchu, que estaba en la cocina mientras el monóxido les
cerraba los pulmones, era César Tejedor. Un tipo peculiar, autor de una
estimable obra sobre Spinoza y capaz de colar una dedicatoria en la
introducción de un manual de texto para alumnos de bachillerato, dice así:
“Este libro está dedicado a Lara. Nacieron al mismo tiempo. Algún día se
encontrarán.”
Un beso.
R.
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