dijous, 22 de novembre del 2012

Filosofía

Querida M,
Tuve un profesor de filosofía que se sentaba en su mesa, se ponía a hablar y no se detenía hasta que se marchaba a dar otra clase. Miraba un poco de lado y hacia arriba, casi nunca hacia nosotros y parecía improvisar el discurso.  Por más que tratábamos de tomar apuntes, todo aquello que nos decía resultaba ininteligible. Aún así, Ramón Soliguren se sorprendió sobremanera cuando descubrió la cascada de suspensos tras el primer examen del curso; nos preguntó y casi todo el mundo le dijo que lo único que sucedía era que no le entendíamos.
El ocho de enero de 2005, el ABC publicó la noticia de un trágico accidente doméstico. Todos los miembros de una familia de Madrid que había ido a Logroño a pasar la Navidad en el piso de unos familiares habían aparecido muertos por un escape de gas. El accidente debió de suceder días antes y sólo el insoportable olor a gas que se extendía por la escalera alarmó a los vecinos. Una muerte trágica y dulce a un tiempo, la mujer aparecía plácidamente acostada en su cama, el marido tumbado en la cocina y la niña sentada en el sofá; vestidos, como si no hubiera pasado nada.
Aquel primer examen de Soliguren lo aprobé por los pelos. Pitxu sacó la mejor nota, como casi siempre. Los dos teníamos nociones previas de la asignatura, pero comprendíamos mejor la filosofía en sí que la filosofía pasada por el tamiz del profesor de las bolsas en los ojos, los labios marcados y la mirada ausente. En vista del mal color que tomaba aquel curso y de cara a la selectividad recurrimos a la “Historia de la filosofía” de Julián Marías, el mejor manual que conozco. Lo descubrió Pitxu en la biblioteca y me dijo que allí sí, que allí se entendía todo como si alguien hubiera encendido la luz en el dormitorio de los grandes pensadores.
La noticia del ABC destaca que la mujer fallecida en el accidente era Carmen Ajamil, de 48 años, conocida representante de asociaciones de mujeres empresarias y consultora internacional de la ONU, quizá por eso le dedica una página casi completa de su edición.  También sabemos que su marido, César, es mucho mayor que ella y que la niña sólo tiene siete años y, por respeto a su edad, L.T.A. es su única identificación. La L. significa Lara.
Por suerte, las generaciones posteriores a la mía han podido disfrutar de una historia de la filosofía capaz de sobrevivir a cualquier profesor iluminado. Desde finales de los ochenta hasta hoy uno de los manuales fundamentales para bachillerato es el publicado por la editorial SM a cargo de César Tejedor Campomanes, catedrático de la Universidad Pontificia Comillas. Dicen los que lo han usado que no han encontrado otro libro más clarividente para comprender los intrincados caminos del pensamiento occidental.
Según parece, César Tejedor había hecho varias versiones algo más farragosas de sus manuales antes de publicar en 1998 su obra principal: “Historia de la filosofía”. Puso en este libro todo su empeño para convertir aquello incomprensible en una sosegada cadena de conocimientos. Acababa de tener a su primera hija a los sesenta años y deseaba dejarle su mejor legado por si acaso él no estaba cuando ella necesitara saber quién había sido Descartes. 
El marido de Carmen Ajamil, en realidad Menchu, que estaba en la cocina mientras el monóxido les cerraba los pulmones, era César Tejedor. Un tipo peculiar, autor de una estimable obra sobre Spinoza y capaz de colar una dedicatoria en la introducción de un manual de texto para alumnos de bachillerato, dice así: “Este libro está dedicado a Lara. Nacieron al mismo tiempo. Algún día se encontrarán.”
Un beso.
R.

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