divendres, 2 de novembre del 2012

Unamuno y Baroja



Querida M,
Oí decir a Cela, o casi seguro le leí, no solía hablar de literatura, que había pedido a Baroja que prologara su Pascual Duarte y Baroja se negó con una excusa la mar de convincente, le dijo algo así como “a la cárcel, tú solito, yo no tengo edad para ir a la cárcel ni a ningún sitio”. Igual lo imaginé, no tengo ganas de cotejar ahora esta anécdota así que la daré por buena. Don Pío aún vivió unos cuantos años y poco antes de morir recibió la mítica visita de Hemingway en la que le regaló “Adiós a las armas, unos calcetines y una botella de Johnnie Walker”. En esa visita Hemingway reconoció su admiración por el maestro y que era el verdadero merecedor de su premio Nobel. Lo que se ve que no hizo gracia a Baroja fue que Hemingway también nombró a Machado, Azorín o Unamuno como merecedores del premio.
Todos los Baroja fueron buenos amigos del célebre tenor Wagneriano Isidoro de Fagoaga. El tenor pasaba largas temporadas en su localidad natal, Vera de Bidasoa, donde está ubicado el caserío de Itzea. Explica Fagoaga sus conversaciones veraniegas con Pío Baroja, que no hablaba más que algunas palabras en euskara aunque lo entendía bien y que su madre era una mujer encantadora aunque de armas tomar. Los Baroja debían de ser raros de cojones, pero eran gente bien integrada en la aldea y de probada amabilidad (Serafín Baroja fue el libretista de zarzuelas, óperas y piezas musicales en euskera, se ve que Ricardo Baroja era un alegre bailarín de danzas tradicionales y Don Pío jamás movió una pierna al son de la música).
Miguel de Unamuno tenía otro carácter. Ese hombre fue capaz de recoger de manos de Alfonso XIII una condecoración diciéndole al rey que se la merecía; cuando el rey le insinuó que lo normal era que los condecorados dijeran que no merecían tal honor, Unamuno corroboró: “tienen razón”. Isidoro de Fagoaga también trató a Unamuno aunque con menor fortuna. Explica en su texto “Unamuno, a orillas del Bidasoa” que su primer contacto fue muy desgraciado. Acudió a buscarlo a la Plaza Mayor de Salamanca con la excusa de invitarlo a su representación de Parsifal, acompañado del director de la orquesta, el maestro Arbós. Según parece, Arbós tenía la costumbre de contar chistes de mal gusto, cosa que hizo con Unamuno al poco de conocerlo, para romper el hielo. El rector de la Universidad de Salamanca no tardó en enfadarse y le espetó en la cara: “usted dirá cuándo debo empezar a reírme”.
El segundo intento de Fagoaga por limar asperezas con Unamuno no tuvo mejor suerte. Decidió ir a visitarlo a Hendaya, donde estaba desterrado, con la mala idea de ir acompañado por Ricardo Baroja. Lo encontraron viendo un partido de pelota y los saludó. Después se dejó acompañar por ellos hasta la puerta de su hotel pero no les invitó a pasar. El problema no era Ricardo Baroja, era que se trataba del hermano de Pío Baroja y Unamuno no podía soportarlo. Y ahí encontraríamos cuál fue el nombre que Hemingway dijo a Baroja y lo incomodó. Por suerte, Fagoaga hizo un tercer intento paseando a orillas del Bidasoa y consiguió mantener con Unamuno una larga conversación, lo primero que el escritor le dijo fue: “Por lo que veo, por fin viene usted solo”.
Mientras Baroja, nacido en San Sebastián, era un puro espíritu de contradicción, Unamuno, de Bilbao, era un recalcitrante antinacionalista. Isidoro de Fagoaga, sin embargo, en aquella conversación al borde del río dijo “Yo soy, como dijo Miguel de Unamuno en uno de sus bellos libros, vasco por los treinta y dos costados”, es decir, el más vasco entre los vascos, es decir, navarro.
Un beso.
R.
P.S. Tanto hartó al gran Serafín Baroja la fama que había alcanzado su hijo Pío que se hizo unas tarjetas de visita en las que decía: Serafín Baroja Zornoza, padre de Pío Baroja.
P.S.2. Así como Serafín Baroja se enorgullecía de su hijo e hizo imprimir aquella tarjeta de visita. Unamuno, fiel a su carácter, mantenía una tensa relación con su hermano Félix, boticario de Bilbao. En cierta ocasión, daban a orillas del Nervión un homenaje a Don Miguel al que Félix no asistió. A cambio, el boticario se colgó de la chaqueta un cartel que decía "No me pregunten por mi hermano".

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