dilluns, 19 de novembre del 2012

Una botella al mar

Querida M,
Robinson se levantaba cada mañana y pasaba largas horas oteando el horizonte de su playa predilecta. Cada pez en la superficie, cada resplandor, cada mancha, le parecían una botella que respondía a alguno de sus ilusionados mensajes. Él miraba al mar con infinita paciencia y el mar se lo miraba a él con la calma del que sabe que al día siguiente estaría ahí. El mar le pedía que lo siguiera intentando, y Robinson insistía, porque sabía que el mar tenía otros muchos náufragos que atender.
Hay una hermosa y musicalmente extraña canción en el último disco de los Manel que se titula “Boomerang”. De entre los múltiples hallazgos de su letra, hay uno que me gusta en especial, la referencia a una amiga de la infancia llamada Vanessa. Al final de la canción, casi susurrando, el cantante dice “Vanessa, si oyes esto, un abrazo muy fuerte”. Me gusta creer que no es un personaje inventado, e imaginarme a la tal Vanessa, escuchando esta canción, que ha sido muy popular, derritiéndose de emoción.
En mi breve paso de becario por La Vanguardia entablé amistad con Alberto Díaz Rueda, entonces en Opinión. Un caso extraño porque no era un hombre que se prodigara en amistades. Cuando terminó mi estancia en el diario nos despedimos con bastante tristeza y alguna circunstancia que no merece la pena recordar, quizá otro día, años después pasó algo divertido sobre eso. El caso es que no volvimos a vernos hasta mucho tiempo después, cogimos el mismo vuelo a Madrid y nos encontramos en el embarque, él enfadado con el mundo porque le habían robado la moto y yo acojonado porque nunca había volado antes. Intercambiamos direcciones de todo tipo y así hasta hoy, nada.
Estas últimas horas tenían que ser de reencuentros, M, ya lo sabes. Pasó a visitarme Félix, que desde que dejó la edición me tenía medio abandonado. Nos hizo mucha ilusión a ambos el reencuentro, creo. Es una de las personas que me escribió para felicitarme cuando nació Unai y no tenía por qué. Tengo que escribirle, le pedí el mail porque cambia más de correo electrónico que yo de champú (me muevo en la oferta). También tenía que haber visto a Rafael, ayer, en la diada, pero había mucha gente y no di con él. Tenía que estar allí porque su hijo pasó cerca de mí. Por cierto, el 3 de 10 no pudo ser, pero los Castellers de Sants siguen dando alegría al mundo.
Alberto Díaz Rueda es andaluz y a causa de mi incontinencia verbal siempre decía que entre nosotros dos el vasco parecía él, y el andaluz yo. Hace unos años encontré un libro suyo en una librería de viejo, “Cualquier día en la ciudad”, lo hojeo de tanto en tanto y miro su foto en la contraportada para recordarlo. Así que, ya sé que es difícil pero, Alberto, si lees esto, un abrazo muy fuerte.
Un beso.
R.

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