Querida M,
Este domingo
Minyons de Terrassa intentará de nuevo el 3 de 10, al menos eso espero. Es como
una religión, voy cada año con la esperanza de que al fin suceda. Hace un par
de años lo cargaron y el año pasado la “canalla” se echó atrás en el momento
cumbre, cuando ya casi lo tenían. Nunca lo he visto descargar en una plaza; las
dos veces que sucedió yo no estuve allí (me abstengo de hacer bromas sobre
Vilafranca después de lo que vi el uno de noviembre). Cada año me planteo apuntarme
a la Colla local con Unai y cada año lo dejo pasar pensando que al día
siguiente lo haré.
Hace tiempo leí
que en el equipo de fútbol de Cerdanyola debutó un chico cuyo padre también
jugaba. La noticia decía que les separaban quince años sobre el terreno de
juego. Y lo que de verdad me preocupaba
era que para mí la noticia estaba en la diferencia de edad, y no en lo otro.
Hubo un caso
similar en el equipo de fútbol de Arrandiano, un pueblo fantasma en la frontera
entre Navarra y Vizcaya. Tuvo mucha publicidad en los diarios deportivos de la
época, aunque padre e hijo se llevaban más años.
Se ve que el
padre dedicó gran parte de su vida a que el hijo fuera futbolista. No deseaba
un jugador extraordinario. Su única ilusión era que pudieran debutar y jugar
juntos en el equipo del pueblo, por entonces en regional preferente. Para ello
el padre no sólo se limitó a enseñar al niño a jugar bien; también se preocupó
de llegar a unos hipotéticos treinta y seis o treinta y siete años en tan buen
estado físico que aún pudiera estar jugando con soltura.
El chaval salió
bueno y tocaba el balón con habilidad, así que el padre, que destacaba como
delantero, rechazó cuantas ofertas le llegaron de equipos más importantes. Se
hacía mayor, su gran día se estaba acercando y no quería perdérselo por unos
cuantos minutos mal pagados en segunda división. Cuando el hijo cumplió los
diecisiete se incorporó al equipo en la pretemporada y ya parecía preparado
para jugar en esos campos de tierra y bajo esa lluvia de patadas que
acostumbran a lanzar a los polluelos los
veteranos gallos que dominan el gallinero del fútbol.
En el tercer
partido de la temporada, contra el Gorrieta, en el minuto sesenta y cuatro el
entrenador decidió hacer debutar al muchacho y lo cambió por su padre. Al padre
le pareció un gesto hermosísimo abrazar a su hijo para cederle su lugar en el
campo, pero la cosa comenzó a cansarle cuando se repitió los siguientes cinco o
seis partidos, cada vez unos minutos más pronto que la vez anterior.
Al fin llegó el
día en que el chaval comenzó el partido jugando mientras el padre se quedaba en
el banquillo; fue entonces cuando éste decidió hablar con el entrenador para
preguntarle por qué no les dejaba nunca jugar juntos. Aquel hombre, que además
era el alcalde del pueblo y tenía fama de justo
y directo, le contestó que cuando jugaban juntos padre e hijo en los
entrenamientos ninguno de los dos chutaba nunca a portería, preocupados como
estaban ambos de cederle la gloria del gol al otro. “Prefiero”, le dijo “al
niño de pareja con Iñaki”. El padre le contestó que él llevaba seis años
jugando de pareja con Iñaki y que era un gilipollas y el alcalde le contestó
que sí, que podía ser, pero que su hijo e Iñaki parecían llevar toda la vida
jugando juntos y que era evidente que el equipo iba mucho mejor desde que
estaban ellos como delanteros.
El final da lo
mismo, ponga cual ponga será triste.
El grandioso
jugador de baloncesto Dino Meneghin pasó a la historia como un artista del
juego sucio, de la marrullería, la farsa y una imagen de una final en la que
amenazó a unos árbitros con unas tijeras. Era muy bueno, pero pudo más su mala
fama que su talento. El último año que jugó coincidió en la liga italiana con
su hijo Andrea, llegando a jugar contra él, sin darle un sólo respiro paternal
en la cancha. Andrea era técnico, elegante y deportivo. Otra generación.
Unai nunca será
casteller. A veces, lo subo sobre mis hombros
y parece como si nos mareáramos los dos.
Un beso.
R.
P.S. Mientras añadía la imagen a este texto, el navegador me decía "s'està carregant" y me ha hecho gracia, mira tú.
P.S.2. Conocí en la redacción de La Vanguardia al hijo de Ignacio Agustí, el autor de "Mariona Rebull". Un fin de semana de mínimos coincidimos, yo de becario y él de corrector solitario, sólo puedo decir que aparentaba muchos más años de los que debía de tener. Creo que se llamaba Miquel. Se animó y me contó que él había sido el primer traductor de "Los Pitufos", después de la buena acogida de su traducción al catalán (Barrufets), lo que quería decir que él era el inventor del lenguaje pitufo, cosa por la cual ya merecería tener un monumento y no estar allí conmigo. Han pasado veinte años de aquello y no lo había vuelto a ver hasta poco después de haber editado este texto. Me senté en el sofá y vi un alarmista anuncio del PP catalán para las próximas elecciones en el que se nos amenzaba con perder nuestras pensiones si llegaba la independencia. Y ahí me ha parecido verlo, a Miquel Agustí, haciendo el papel de ciudadano indignado por perder su pensión en la Catalunya del futuro.
ESPACIO / TIEMPO
ResponEliminaEureka! esto no es más que una demostración literaria de la existencia del espacio-tiempo.
Eso es lo que le daba vueltas por la cabeza a cierto padre cateto, con alguna noción de física trasnochada, tras leer generaciones.
Los padres acostumbran a proyectar en sus hijos (en el eje del espacio) sus deseos y hasta alguna de sus frustraciones y se desbordan por el gozo en las otras tres dimensiones (las del espacio) cuando se ven superados por ellos.